La libertad de expresión, breve historia de una época no muy lejana, cuando el sólo opinar en contra del gobierno era un delito

Leoncio Martínez (Leo), que entre otros méritos tuvo los de excelente periodista, humorista y mejor caricaturista, vivió gran parte de su vida encanado. Hablamos del mismo personaje, ya un anciano, a quien la derecha fascista fundadora de Copei, molió a palos por haberse expresado de un modo que a ella no le agradó.

El gobierno brutal de Gómez, al ingenioso fablistán y poeta le tenía, como dicen en de mi pueblo, "la vista puesta"; o como en el fútbol, para estar en la onda de la exitosa copa américa, ejercía sobre él un marcaje férreo. Apenas en "Fantoches" o "El Morrocoy Azul", publicaciones de las cuales "Leo" fue asiduo colaborador, salía algo bajo su firma que medio rozase la epidermis del gobierno, se lo llevaban preso. Y uno o dos meses engrillado se calaba en la "rotunda", cárcel caraqueña peor y más temible que las prisiones que este gobierno heredó de la IV república.

Cuando Pérez Jiménez, el zuliano Vitelio Reyes, especie de ministro de la censura, determinaba desde su oficina lo que podía o no publicarse. En última instancia, era ese triste funcionario de la dictadura, quien hacía de director de los pocos diarios y revistas que en el país circulaban. Vitelio era el gran censor y a través de él, Pérez Jiménez, dueño absoluto de la opinión.

Gómez y Pérez Jiménez, tuvieron a la prensa agarrada por el gañote y los periodistas no tenían con quién quejarse y los dueños de los medios poca preocupación por eso tuvieron, con tal que el negocio funcionase. Más allá del país, quienes controlaban la opinión del mundo, veían con complacencia lo que aquellos mandatarios - en este caso la palabreja parece ajustada- mal hacían.

Rafael Guinán, un combativo personaje, derrochando ingenio, en un programa radial llamado "El Galerón Premiado", que transmitía una emisora caraqueña con cobertura nacional, hacía veladas y hasta inocentes críticas al gobierno de Pérez Jiménez, y eso era suficiente para que al programa reiteradamente suspendieran y al humorista radial y teatrero al calabozo llevaran.

Y por sólo expresarse mal del gobierno, en la prensa, radio y luego en televisión, miles de venezolanos a las cámaras de tortura, la cárcel, exilio y hasta el camposanto fueron. Esa fue una de las ocupaciones predilectas del tristemente célebre Pedro Estrada, jefe de la policía política.

Y eso no solamente se dio en las reconocidas dictaduras. En la "democracia puntofijista", muchos de sus gobiernos procedieron del mismo modo que las añejas autocracias declaradas. Rómulo Betancourt se hizo el campeón en detener periodistas y a todo aquel que se expresase en contra suya; cerrar periódicos fue, en el llamado "padre de la democracia", una práctica o deporte habitual. Impuso una marca, para no alejarnos del fútbol, que nadie pudo batir, en aquello de recoger ediciones de periódicos y revistas. Sus policías se especializaban en perseguir periodistas y desaparecer opositores. Porque hablar mal del gobierno era una actividad prohibida y por supuesto extremadamente peligrosa. Caupolicán Ovalles, por escribir y hacer le publicasen aquel poema ¿Duerme Ud., señor presidente?, se vio obligado a fugarse a Bogotá, dado que la policía le buscaba como "medio lucio" y su vivienda allanaron centenares de veces.

Manuel Caballero, quien se convirtió en uno de los adalides opositores en los tiempos de Chávez, en la lucha por la libertad de expresión, que sus febriles mentes veían amenazadas, firmaba una columna como Hemecé (titulada "Música de Cámara") que muchas veces causó que Betancourt, ordenase el cierre o secuestro de ediciones del diario "El clarín", uno de los pocos medios de desahogo de la izquierda.

El líder adeco y entonces presidente, llegó a tal extremo que hasta violó la inmunidad parlamentaria de congresistas del MIR y PCV y a la prisión les envió.

Aún recuerdo como si fuese ayer, cuando la policía de uno de esos gobiernos puntofijista, asesinó de infinidad de balazos por la espalda a un joven llamado Enrique Rodríguez, que de madrugada en una calle de Puerto La Cruz, intentó pintar en una carcomida pared unan inocente consigna de protesta. Y aquel brutal procedimiento ni siquiera ameritó una investigación.

Bajo el gobierno de Caldera, se ordenó detener y someter a juicio a un astrólogo por "predecir" que el presidente moriría en fecha breve.
Y a todas estas, la OEA, SIP, esas otras organizaciones tarifadas que hoy a Venezuela monitorean, la alta jerarquía católica y el mando imperial, sordo y mudo todo el tiempo fueron. Esta es una historia verdadera para que los jóvenes conozcan y comparen. Habrá a quien no le guste. Uno lamenta que así sea.



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Eligio Damas

Militante de la izquierda de toda la vida. Nunca ha sido candidato a nada y menos ser llevado a tribunal alguno. Libre para opinar, sin tapaojos ni ataduras. Maestro de escuela de los de abajo.

 damas.eligio@gmail.com      @elidamas

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