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El nuevo método de Guerra a Muerte, está atacando al corazón de nuestros niños, algo parecido a los de Gaza: a los hospitales, a nuestras escuelas, industrias, a nuestra moneda y comercio en general; Procurando en todo momento una pavorosa estampida entre todos nuestros profesionales muchos de los cuales le han costado al país miles de millones de dólares formar, dejándonos sin técnicos, sin médicos ni ingenieros, sin mano de obra esencial para el funcionamiento de las más importantes maquinarias del desarrollo. Al mismo tiempo desde esos imperios gringos y europeos, se propicia la corrupción, la conspiración, la defección de importantes cuadros de las Fuerzas Armadas y del Tribunal Supremo de Justicia. Todo esto para luego difundir por los poderosos medios del mundo que esa terrible situación es sólo provocada por la DICTADURA CHAVISTA, a la cual es necesario exterminar, invadir, someter, doblegar y destruir de raíz.
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Y lo trágico, lo más horrible, es que ahora no podemos hacer como lo hizo Bolívar en su momento, replicarles mediante la acción más fulminante con un Decreto como el que él redactó en Trujillo el 15 de junio de 1813. El enemigo que ahora dirige la Guerra a Muerte contra nosotros, está camuflado en el cerebro de los incautos, en el cerebro de PDVSA, de las redes totalmente controladas desde el Norte, del maldito Orden Internacional al cual hay que sujetarse a machaca martillo. Insistimos, es un enemigo que también se encuentra incrustado en el multilateralismo: la ONU, OEA, CPI, CIJ,…
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Lo sofisticado y el muy bien armado mundo del llamado "Orden Internacional" para hundirnos y acabar con el Sur Global, viene edulcorado y controlado por los poderosos medios de comunicación, los cuales no permiten mostrar los horrores, los estragos, que Estados Unidos y la Unión Europea, por ejemplo, le han hecho a Venezuela en los últimos 25 años, provocando golpes de estado, invasiones, bloqueos, sanciones y guerra económica atroz y monstruosa. La misma, idéntica, Guerra a Muerte contra nosotros de 1813, insistimos. No se descuartizan los cuerpos de nuestros luchadores como lo hicieron aquellos abominables monstruos europeos de Boves, Tizcar, Calzada o Zuazola, pero igual han asesinado a cientos de miles de venezolanos, al negarles los alimentos y las medicinas que importábamos, al robarnos nuestros activos en el exterior y al aplicarnos unas mil sanciones criminales e ilegales que nos impiden vender nuestro petróleo. En aquellos tiempos del siglo XIX las migraciones fueron igualmente espantosas, provocada por el imperio español, en todas las direcciones, de Caracas hacia Oriente o hacia el Sur o hacia el Orinoco.
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Se preguntaba Diderot: "¿Por qué es necesario que las acusaciones sean escuchadas con tanta avidez y las apologías sean recibidas con tanta indiferencia?" ¿Por qué la voz de Venezuela no se oye en Occidente, sólo la de Estados Unidos y la Unión Europea? ¿Por qué Estados Unidos y la Unión Europea le entregan enjundiosos galardones a los más grandes asesinos y ladrones de Venezuela cuando huyen al exterior tratando de convertirlos en héroes? ¿Por qué los premian tratando con ello que sean emulados por otros criminales y ladrones para que así nosotros los venezolanos tengamos que vivir en medio de una pavorosa inseguridad, en permanente inestabilidad política, en estado de zozobra y crisis total? ¿Cuál será el fin?, pues el mismo de Boves, Tizcar, Calzada o Zuazola,…
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Para Estados Unidos y la Unión Europea, el dios de la victoria es el dios de nuestras muertes. Antes, en todas las guerras (y mucho más en las de independencia), los decretos de exterminio al enemigo iban siempre implícitos. Pero se producían al menos combates frontales. Tomemos un ejemplo que corresponde más o menos al tiempo de las guerras de Bolívar: la batalla de Borodino en 1812 en Rusia. Ochenta mil personas murieron en aquella batalla. En Guerra y paz, de Tolstoi, dice el príncipe Andrés: Si no dependiera más que de mí, no haríamos prisioneros. ¿Prisioneros? Eso es puro quijotismo. Los franceses han saqueado mi casa y piensan saquear Moscú... No hacen más que ultrajarme en todo instante. Hay que matarlos. Desde el momento que son mis enemigos, no pueden ser mis amigos, pese a todos los hermosos discursos de Tilsitt. Pero nosotros hemos perdido mucho más con la ejecución del Decreto de Obama.
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Lo que antes se hacía en una guerra era declarar una lucha a muerte contra el enemigo, ni más ni menos; Bolívar afrontó esta responsabilidad con las consecuencias que implicaban para su reputación, para su gloria. Era una situación insalvable. No podía seguir permitiendo que el genio del crimen tuviera entre nosotros su imperio de muerte. Nadie -exclamaba indignado- puede acercarse a ese imperio sin sentir los furores de una implacable venganza. Pero ahora a nosotros nos lo aplican saboteando el Sistema Eléctrico Nacional, con ataques cibernéticos a nuestro Consejo Nacional Electoral intentando provocar una espantosa confusión que luego lleve a una intervención diplomática, a más sanciones, a la estrangulación absoluta de nuestra economía.
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Nosotros estamos impedidos de responder, porque cómo hacemos para atacar frontalmente a los malditos gringos. No podemos hacer como lo hacía el príncipe Andrés en la novela "Guerra y Paz": No hacer prisioneros sería transformar toda la guerra y hacerla menos cruel. En lugar de eso, jugamos a la guerra; por desgracia nos hacemos los generosos. Esa generosidad me recuerda la de una damisela que se siente mal al ver degollar una vaca: su excelente corazón no le permite ver correr la sangre; pero luego no tendrá empacho en saborear esa misma vaca aderezada con una buena salsa. Se ponen de relieve las leyes de la guerra, la humanidad, la caballerosidad, el respeto de los parlamentarios, etc. ¡Tonterías todo ello!... No; ¡no hay que hacer prisioneros, sino matarlos a todos e ir uno mismo a la muerte!... Sin esa falsa generosidad, no iríamos más que cuando hay que ir, a una muerte cierta... Así sería una guerra más auténtica... ¿Qué tiene que ver la guerra con la galantería? ¿No es ésta la más infame que hay en el mundo? Habría que acordarse de eso y no convertirla en una diversión; esa terrible necesidad debe ser aceptada con la seriedad requerida. Apartemos toda mentira: la guerra, pues, es la guerra, y no un pasatiempo. No hay que hacer de ella un recreo para uso de ociosos y de espíritus ligeros... Y Saint-Just, la espada de la revolución francesa, exclamaba: Más valdría llenar los cementerios que las prisiones con los traidores.
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Decía Bolívar mucho antes que Tolstoi en su novela "Guerra y Paz": La guerra se alimenta del despotismo y no se hace por el amor de Dios. Napoleón (totalmente distinto de Bolívar como guerrero), con su mente lógica, disciplinada en el arte de las matemáticas y los meollos tácticos, decía que los rusos le habían jugado sucio; que él les había ganado la guerra con todas las de la ley, limpiamente, y sin embargo ellos no terminaban aceptando las reglas de la derrota. ¿Y cuáles son esas reglas?, se pregunta todo el mundo. Y nosotros repetimos exactamente la misma pregunta a aquellos señores intelectuales e historiadores, que siempre han lloriqueado sobre los documentos de la Guerra a Muerte.: ¿Y cuáles son esas reglas de la guerra, señores? ¿Cuáles son las reglas con las que los imperios gringos y europeos nos están jodiendo?
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Tolstoi sostenía: La finalidad de la guerra es el homicidio; sus medios el espionaje, la traición y el estímulo a la traición, la ruina de los habitantes, el pillaje y el robo organizado para la subsistencia del ejército, el engaño y la mentira adornado con el nombre de ardides de guerra... "¡Nada de prisioneros!"- fue también la orden de Napoleón el día anterior a la batalla de Borodino.
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Han sido muchos los historiadores y escritores que han hablado de "La horrenda mancha del Decreto de guerra a Muerte", de Bolívar. El historiador Aníbal Galindo dice que el mundo no ha oído antes en boca de Alarico ni de Atila semejante grito de exterminio y de muerte. Mitre habla de los excesos bélicos de los patriotas después del decreto, y nuestro talentoso Juan Vicente González también se quejaba. ¡Carajo, qué hubieran dicho esos mismos intelectuales sobre lo que hoy nos hacen los imperios gringos y europeos! Habría que repetir que la guerra no es asunto de oficinistas ni de burócratas del espíritu. La mayoría de las frases que han acuñado contra ese Decreto son producto de una filantropía falsa e incluso ociosa; no hay nada de sincero ni convincente en ellas, y sus quejas poco tienen que ver con la realidad de aquel junio de 1813. Pero hoy la historia se está repitiendo contra nosotros.
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Dice, por ejemplo el famoso historiador Gil Fortoul: que oscuros y desalmados aventureros, como Monteverde y sus tenientes, quisieran acabar con los blancos criollos es cosa explicable por el interés personal, pues en la guerra americana buscaban sobre todo ascensos militares y recompensas materiales... pero que un patricio de refinada cultura como Bolívar, y sus nobles tenientes como José Félix Ribas, Rafael Urdaneta, Santiago Mariño, Juan Bautista Arismendi y tantos más se contagiasen enseguida de la pasión vandálica de un Tizcar o un Zerberis es cosa que revela un descarrío mental poco comprensible por el despecho de haber sido derrotados en 1812 y la necesidad de desquitarse a toda costa... Al equipararse éstos en salvajismo con aquellos, no hicieron más que retardar el triunfo definitivo de la independencia. ¡Puro palabrerío fraudulento! ¡Retardar la independencia, como si la experiencia no nos demostrara, en el caso de Cuba y Puerto Rico, que los españoles eran insensibles al suave trato de negociaciones políticas! Cuando los historiadores y políticos más prudentes de la Nueva Granada -como Restrepo, Posada Gutiérrez y los Mosqueras-, que conocían la condición política de nuestros pueblos y la poca moral de la mayoría de sus dirigentes, llegaron a la conclusión, después de insufribles años de inseguridad -1860-, de agitación e inestabilidad social, de que si Bolívar no nos hubiera libertado todavía habríamos seguido siendo una colonia.