Casi veinte días después de la muerte del comandante Milton Hernández, es que vine a enterarme de la misma. Sabía que estaba debatiéndose contra una enfermedad que ya le había arrancado los dos riñones y lo sometía a ese fastidioso –pero necesario- procedimiento de diálisis a diario para poder mantenerse con vida. Nunca aceptó que se dijera que estaba enfermo, porque prefería que se entendiera que por el momento sólo estaba impedido físicamente para andar en las montañas, por lo cual cumplía labor de diplomacia internacional en varios países del mundo en nombre del ELN.
Resultó ser de noche, casi a la orilla de un río crecido que bañaba altas piedras atravesadas en su cauce, cuando me enteré del fallecimiento del camarada y comandante Milton Hernández. Me levanté casi violentamente de una hamaca y salí a comentarlo, porque el día anterior habíamos hablado sobre Milton y no sabíamos que hacía 17 días había muerto. Sentí como un impulso extraño. Reaccioné confundido entre creer o no creer sobre la realidad de su muerte. Mucho afecto y cariño y admiración había reunido en mi corazón por el camarada Milton. Hasta me permitió el privilegio no merecido por mí, de haberle prologado su libro “Si las montañas hablaran”, donde hace una magistral narración histórica de la vida y obra del comandante en jefe eleno: Manuel Pérez Martínez.
Conocí a Milton en
Milton gozaba de una gran simpatía y admiración en las filas del ELN. Su profundo trato humanitario y su permanente y excelente humor hacían que él calara velozmente en el afecto de mandos y combatientes no sólo elenos sino igualmente de otras organizaciones revolucionarias. Esto es tan verdadero que en un oportunidad pasó por un retén donde se encontraba un exguerrillero pasado a la fila del ejército colombiano, el cual no quiso reconocerlo ni entregarlo al enemigo, porque mucho cariño le profesaba. Esto no es una fábula, sino una verdad inobjetable. Tal era la calidad humana de Milton para ganarse el cariño de sus combatientes. Ese fue el hombre que el día 9 de abril de 2007 dejó de existir para duelo del movimiento revolucionario mundial y, especialmente, del colombiano.
Milton fue, además de un extraordinario revolucionario, un excelente y ameno escritor. En su haber se encuentran varios libros y centenares de escritos con un estilo muy agradable para leerlos. Recuerdo que nos tocó en una oportunidad, en plena montaña colombiana, realizar un seminario de varios meses estudiando, analizando y reflexionando sobre su libro que recoge la historia del ELN. El seminario lo guiaban los camaradas Migue y Chiqui, dos excelentes intelectuales y combatientes del ELN.
Hasta los últimos segundos de su vida el comandante Milton Hernández vivió intensa y preocupado por el –para mí- injustificable conflicto entre las FARC y el ELN que ha llegado incluso al uso de las armas de la guerra, produciendo muerte de revolucionarios, para dirimirlo. La última carta escrita por Milton y hecha pública trata sobre el tema. Tal vez quiso decir, parodiando al Libertador, “Si mi muerte contribuye a que cese el conflicto entre organizaciones revolucionarias y hermanas, yo bajaré tranquilo al sepulcro”.
Hace aproximadamente un año y medio Milton visitó por última vez un campamento eleno en las montañas de Colombia. Tal vez –es lo más seguro- sufría mucho físicamente, pero ningún combatiente o mando se percataba de ello, porque su espíritu alegre y su vocación de revolucionario no dejaban que se mostrara el rigor destructivo de esa maldita enfermedad que se lo iba llevando en contra de nuestra voluntad. Incluso, llegó a jugar fútbol sin medir cuánto le afectaba su condición física. Quizá él sabía que se estaba despidiendo para siempre de sus queridos camaradas. La experiencia vino a confirmarlo. Nadie quería que se muriera, pero la naturaleza humana decide destinos que los hombres o mujeres de este mundo no podemos combatir con el éxito del deseo o de la voluntad.
Cuando llegue el día en que las montañas de Colombia hablen por todos los revolucionarios que anduvieron o anden por sus miles de miles de trochas, laberintos y cauces, entonces el nombre de Milton -entre otros o miles de miles de otros ya sembrados- florecerá, resucitará, para que la memoria histórica escrita por sí misma premie definitivamente a los que quisieron emanciparla de toda explotación y opresión del hombre por el hombre.
Cuando las montañas de Colombia hablen, los dioses naturales –que son los árboles- se encargarán de difundir y expandir la obra y el pensamiento de sus hijos y de sus hijas que dieron su sangre y su vida por liberarla de toda expresión de esclavitud social. Milton es, sencillamente, sólo uno de ellos, como también lo fueron Jacobo Arenas, Camilo Torres Restrepo, Manuel Vásquez Castaño, Manuel Pérez Martínez, Joselo, y tantos colombianos y tantas colombianas que enarbolaron bien alto el estandarte de la libertad y sus nombres permanecen en el anonimato por mil razones contrarias a las necesidades de
Milton no ha muerto, simplemente se trasladó a cumplir con su deber en otro lugar de combate por la emancipación de la humanidad, donde la oscuridad siempre respetará el brillo de luz que porta el que ha luchado por la vida contra la muerte y por la alegría contra la tristeza en la tierra.
Comandante Milton Hernández: ¡hasta siempre! hermano, camarada, amigo.