Desaparecidos por el régimen

Un silencioso ejército recorría las ciudades, las recorría por todo su ámbito, tocando con sus nudillos las puertas de las casas de las zonas populares o presionando los botones de los intercomunicadores de quintas y apartamentos de las “áreas residenciales”. Eran tantos y tanta la frecuencia con la que llamaban a las puertas que se convirtieron en parte de nuestras vidas.

La mayoría de las veces su aparición nos contrariaba, cuando abríamos las puertas pensando que se trataba de un amigo, el cartero o el “deliveri” de las pizzas, en su lugar nos encontrábamos con alguien desconocido que nos pedía “algo”: ropa o comida; el dinero se excluía de esas dádivas, para dejar en claro que la necesidad era verdadera.

Cuántas veces mientras visitábamos a alguien, no era interrumpida la conversación porque llamaban a la puerta y nuestro anfitrión se disculpaba, diciéndonos que seguro se trataba de una señora que iba los sábados por la tarde, porque en esa casa siempre le tenían “algo”.

Ese fenómeno arreció después de El Caracazo, cuando ya habían lanzado al país por el tobogán del neoliberalismo y sentíamos los estómagos pegados a la garganta, unos por el hambre y otros por el vértigo de ver a la nación despeñarse hacia las oscuridades. Y cuando hablamos de tinieblas nos referimos a las palabras de Caldera, pronunciadas en octubre de 1994: “Se ve en la boca del túnel la luz que alumbra una nueva esperanza”... Después del saqueo financiero del cual fue cómplice.

Caldera había igualado a su eterno rival, Carlos Andrés, anotándose una segunda presidencia, alcanzada a lomo de chiripa, después de su intervención en el finado Congreso Nacioanal, cuando logró montarse en la cresta de la ola de los insurrectos del 4 de febrero. “¡Muerte a los golpistas!” Se coló esa vez desde lo más tufoso de la ranciedad neoaristócrata, exudada por el ala fascista adeca.

Ahora nadie extraña la familiar presencia de aquellas personas que deambulaban cerca de de casa en busca de comida, ya no guardamos aquellos paquetes con ropas, arroz, y sardinas junto a nuestras puertas… Sus rostros se han ido desdibujando en la memoria y se los ha llevado la neblina de los cambios. Nunca la ausencia de personas de nuestra consideración había sido más agradable que esta.

Hay una nueva realidad que pregna los sentidos y desplaza injusticias; el pueblo se reconstruye desde si mismo y con sus propias fuerzas y cada aprendizaje es para él una experiencia enriquecedora e inolvidable; aprendemos atónitos de las perversidades de los mecanismos de la dominación y desde el mismo pueblo regresa hasta nosotros la memoria de aquellos fenómenos que ningún sociólogo registró, y no por efímero sino porque la Academia se ha ido a la cama con el diablo y se llevó con ella la verdad y la vergüenza.

elmacaurelio@yahoo.es


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Marco Aurelio Rodríguez G.

Periodista, Politólogo, poeta, escritor, humorista y ensayista. Columnista en varios medios, digitales e impresos.

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