“No olviden que he sido sencillo y limpio de corazón”

¿Cuando el poeta murió, a quién le importó? ¿Podremos rescatarlo del olvido y del secuestro?

El ejemplo clásico del intelectual orgánico en Venezuela es sin duda Pío Tamayo el gran poeta nacido y enterrado en El Tocuyo [1], luego de su muerte, después de haber pasado 7 años secuestrado en el castillo de Puerto Cabello durante la dictadura gomecista. [2] 

Escritor, poeta, luchador social. Como Gramsci, fue encarcelado por una dictadura, en este caso la  gomecista, ambos fueron liberados para morir después de un largo suplicio en la cárcel. Ambos escribieron muchas cartas: las de Gramsci se salvaron, y han sido publicadas, comentadas y son famosas en el mundo entero, donde han sido traducidas a casi todos los idiomas conocidos; mientras que las de nuestro Pío Tamayo se han salvado sólo unas pocas, desconocidas de todos y me atrevería a decir, deliberadamente ignoradas. 

Pío Tamayo, a pesar de su amplia formación intelectual, su vocación poética y su magisterio en América, murió como político, entre los creadores del naciente Partido Comunista, como Antonio Gramsci. Fue un revolucionario, precursor de la divulgación de las ideas marxistas, por las que murió. Por eso, nos irrita tanto que cuando se hace la mención de Pío Tamayo se le somete a una asepsia total, se le desvincula de su matriz intelectual decididamente política y se le presenta, así, limpiecito como un pulcro poeta del llamado movimiento vanguardista y se le sustrae de su verdadera esencia revolucionaria, en la que creyó y por la que murió. 

Desde niño, Pío era un rebelde, y durante su corta vida fue un ejemplo vivo de la unión entre la teoría y la práctica revolucionaria en países de América Central y en Venezuela. Ni la cárcel lo pudo domeñar, y estando allí, el camarada Rodolfo Quintero lo recuerda así:

    “Hubo un grupo que capitaneaba Don Rafael Arévalo González, el cual era una figura antigomecista respetable, periodista, y hubo otro al mando de Pío Tamayo. En el patio del Castillo de Puerto Cabello -que era un patio muy grande- los del grupo de Pío recibíamos las instrucciones bajo una cobija roja por lo que se llamaba la tienda roja. Sólo teníamos una cobija y era roja y la pusimos como tienda. Inmediatamente el otro grupo puso lo único que tenían, una sábana blanca, y se les llamó la tienda blanca. Allí se planteó la división del estudiantado.” [4] 

A la muerte de nuestro Pío, fue olvidado. Los goces de la incipiente libertad que sobrevino al gomecismo, embriagó a muchos de sus camaradas quienes se embarcaron en diferentes aventuras en las que él ya no contaba, haciendo su martirio inútil y desgraciado. Al largo olvido sobrevino el no menos largo secuestro, pues quienes se han encargado de velar por su “memoria” están decididos a enterrarlo nuevamente olvidando su pasado marxista y revolucionario. Hay una cátedra en la Universidad Central de Venezuela, que para vergüenza lleva su nombre, donde se compara al actual gobierno con el gomecismo, al presidente con el mismo Gómez y donde se hace mofa de los cambios revolucionarios por los que luchó nuestro Pío Tamayo. 

No voy a escribir una historia ni una biografía de Pío Tamayo, empezaré a escribir para rescatar su verdadera esencia, y nada mejor que la proposición que hago de fundar el “Instituto de Estudios Pío Tamayo”, que tome en cuenta no sólo la creación literaria, sino la difusión política de su obra, abordada desde una perspectiva piotamayista, la de educar y difundir la cultura, del modo como él mismo lo quería cuando expresaba: “No olviden que he sido sencillo y limpio de corazón. Procuren enterrarme en El Tocuyo, pueblo al que he amado y cuyas gentes me quieren. No deseo ninguna ceremonia religiosa ni aquí ni en el acto del sepelio. Condúceme a una casa amiga en aquel pueblo donde puedan reunirse los que quieran acompañarme al cementerio…” [5] 

Poco antes de morir, según lo han relatado sus hermanas, que estaban en su lecho de muerte, dijo a su madre que comprase suficiente café, pidió que encendieran el radio para distraerse un poco de las angustias de la muerte, vino el silencio, esperó que amaneciera y murió entre los suyos, como eran sus deseos. 

Anímate Farruco, tú puedes hacer algo por Pío Tamayo, para rescatarlo del olvido, que es la peor de las muertes; y del secuestro, que es el peor de los agravios. 

Notas: 

[1] Pío Tamayo nació en El Tocuyo el 4 de marzo de 1898 y murió en Barquisimeto el 5 de octubre de 1935. 

[2] Para datos biográficos de Pío Tamayo:

a. Giugin Soy:

http://giugin.blogspot.com/2006/06/biografa-de-po-tamayo.html 

b. Monografías.com:

http://www.monografias.com/trabajos15/biografias-lara/biografias-lara.shtml#JOSE 

c. Fundación Cenamec:

http://www.cenamec.org.ve/html/cientifica/tecnologos/biogra22.html

d.  

[3] Entrevista a Rodolfo Quintero, líder obrero y revolucionario, otro olvidado.

http://ladb.unm.edu/econ/content/ecosoc/1996/april/entrevista.htm 

[4] Algunos datos sobre la obra de Pío Tamayo en la Biblioteca Cervantes Virtual:

http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/bameric/01383820844793726088802/not0013.htm  

 [5] Carta a su hermano Antonio Tamayo:

“Querido Toño:

No tengo acto de qué arrepentirme; seguí los mandatos de mi conciencia y si alguna vez me equivoqué hay que culpar la imperfección humana, pero nunca la intención. Muero sereno y conforme con mi conciencia. Decía Juliano, en su tienda de campaña, en los últimos momentos de su vida de Emperador, mientras Amaino Marcelino, historiador cristiano al lado del Apóstata grababa para eternizarlas las bellas frases de aquella oración postrera: ‘¡Oh, helios! ¡Oh, Sol! ¡Cuán bello eres! –exclamaba el moribundo en un rapto de final entusiasmo-; un día seré como tú, porque en el destino pleno de todas las criaturas está el día en que han de confundirse con la Divinidad, y todos seremos dioses’. Dijo, y murió mandando hacia el Sol su última mirada. […] Yo, en esta hora que parece acercarme al término fatal, hago mía aquella frase de ese hombre inquieto, de alma bellamente atormentada: ‘Muero sereno y conforme con mi conciencia.’ […] ¿Por qué te escribo hoy? Porque quiero decirte, aprovechando minutos de receso en los ataques tremendos, que me voy amándote como al hermano bueno, amándoles con la fuerza toda de mi corazón afectivo. Si hay un poco de dolor al anticiparles mi adiós, es precisamente el dolor que me llevo: el de dejarlos, cuando hubiera deseado hacer tanto por ustedes, vivir largo al amparo del cariño mutuo. Por lo demás, no temo la muerte, ni la llamo ni la rechazo, la acepto tranquilamente, como un hecho ineludible. […] ¿Qué te he de recomendar? Cultiva siempre en el predio rico de tu espíritu las cualidades nobles que te distinguen; húyele a las satisfacciones mezquinas de los egoístas, y vivirás vida colmada de contento interior que es el más puro de los deleites. 
Esta carta debe llegar a ti en los minutos inmediatos a mi muerte. No olvides que he sido sencillo y limpio de corazón. Procura enterrarme en El Tocuyo, pueblo al que he amado y cuyas gentes me quieren. No deseo ninguna ceremonia religiosa, ni aquí, ni en el acto del sepelio. Condúceme a una casa amiga en aquel pueblo, donde puedan reunirse los que quieran acompañarme al cementerio. Anuncia muy llanamente: “Ha muerto Pío Tamayo (37 años). Su madre, hermanos y demás deudos, invitan para el acto del entierro”... y en seguida la dirección. […] No pude revisar, corregir ni compilar nada de mi obra. En esas condiciones no deseo que se publique ninguna cosa. Guárdalas simplemente.[…] Te dejo a mamá. ¡Qué gran tesoro, hermano! Quiérela ahora por mí y por ti. Te amo y digo adiós, Pío”.
 

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Omar Montilla


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