Como dijeron “Los Roberto”, el domingo pasado, para hablar de lo gatopardiano uno debe advertir al lector desprevenido, de dónde viene la expresión. Recordar la novela única de Giuseppe Tomasi, Conde de Lampedusa, escrita en la vejez, ambientada en la época de la lucha por la unificación italiana, territorios divididos entre Francia y Austria. Rememorar también a Giuseppe Garibaldi, cuyas fuerzas se batieron por retomar los territorios italianos e invadieron a Sicilia, isla italiana, en la cual residía con su familia, el personaje que le da el nombre a la obra literaria. Y por último, rememorar a Don Fabricio, príncipe de Salinas, “El Gato Pardo”, y a su sobrino Tancredi. De estos dos últimos el primero, entendiendo la decadencia de la nobleza agraria, de la cual él formaba parte, y el ascenso de nuevas clases y la creciente influencia del capital, habló de admitir cambios formales para que nada cambiase. Para que sus intereses y privilegios de clase quedasen intactos. Y a tanto llegó, en el desarrollo de su pensamiento, que estimuló a su sobrino preferido Tancredi, cuyo padre arruinado nada material le dejó, se incorporase a las fuerzas revolucionarias de Garibaldi. Y estimuló los amores de aquel con una joven plebeya, hija de un comerciante enriquecido. Por eso, algunos conservadores u oportunistas, hablan y actúan, según el pensamiento gatopardiano, en los tiempos de cambios, como a favor de éstos para que nada cambie.
Y no otra cosa hizo Ismael García en su intervención en la Asamblea Nacional durante la primera discusión de las proposiciones de Chávez, para reformar la constitución vigente. No expresó opinión sobre el fondo del asunto; no mostró desacuerdos pero tampoco acuerdos con el documento en discusión. Pese a que, el día anterior, el diputado Ricardo Gutiérrez, expresó a nombre de PODEMOS, del cual García es Secretario General, su distanciamiento del Gobernador del Estado Sucre, Ramón Martínez, presidente de aquella organización, quien ha venido asumiendo posiciones de abierta oposición al gobierno nacional.
Ismael García, se atrincheró en el aparte 3º, del artículo 343 de Constitución del 99, que señala que “La Asamblea Nacional aprobará el proyecto de reforma constitucional en un plazo no mayor de dos años….”. Habló hasta agotar el tiempo sobre este contenido y reclamó al organismo legislativo que se atuviese a él. Es decir, como no podía expresarse contra el contenido de lo propuesto por Chávez, porque en forma general su partido lo comparte, optó por la argucia de hacer una crítica formal y tratar de enredar el asunto.
El mismo Ricardo Gutiérrez, en la oportunidad ya referida, al distanciarse de Martínez, sólo dijo en lo relacionado con la materia en discusión, que esperan de la Asamblea Nacional, “se corrijan algunos asuntos ligados a la organización geopolítica”.
Lo de Ismael García, quien parece personalmente no distanciado de Martínez, es propiciar una discusión interminable o por lo menos alargarla demasiado. Y en un proceso que aspira cambiar la sociedad e introducir nuevas formas de propiedad y relaciones de producción, es decir hacer una revolución, detenerse por dos años a discutir un instante del proceso, no es más que hablar de cambios para que nada cambie. Es como esperar ansiosamente que los vientos cambien de rumbo.
El presidente Chávez y la mayoría del pueblo venezolano, están conscientes que este asunto hay que discutirlo a fondo y, uno observa como, el pueblo está haciéndolo intensamente en todos los rincones. Es más, a quienes conviene que este asunto se discuta a fondo y ampliamente es a los del lado del cambio. La oposición rehuye la discusión de la reforma constitucional y opta por centrarse en otros asuntos, porque no quiere que su espacio popular e inteligente, conozca de los cambios propuestos. Pero como se dice en Venezuela, “bueno es culantro pero no tanto”.
Plegarse a los extremos señalados en el artículo 343 que habla de un plazo no mayor, pero sugiere que debe ser antes – lo de ahora es antes-, no es más que una forma de desear que nos embriaguemos en una discusión como eterna, esperando que en entreacto algo nueva suceda.
En PODEMOS, los revolucionarios, deben prender las pilas y estar pendientes que las palabras sean claras y haya la suficiente coherencia entre éstas y los hechos. El Conde de Salinas, Don Fabricio, fue un experto en tirar palos a la derecha y a la izquierda y en la vida, mucha gente aunque nunca leyó a Lampedusa, por sentido común o empeño existencial, aprendió muy bien la lección.