El que mucho se burla de la historia, confunde una herida totalmente sanada con una gangrena. “No hay profetas divinos. La voz de los profetas -¡recordadla!- es la que tiene más sabor de barro, de barro; del barro que ha hecho al árbol, al naranjo y al pino, del barro que ha formado nuestro cuerpo también. La voz de los profetas es el grito dolorido de la tierra ultrajada…”, como lo decía el poeta León Felipe, ese poeta entrañable amigo de Lorca. Todos los que han ultrajado la tierra igual ultrajan al hombre, y de tanto ultrajar al hombre la tierra se los traga cuando les derrumba y los lanza al abismo donde no existe ninguna probabilidad de salvación. La historia es como la dialéctica, de vez en cuando se rebela contra la burla y la vuelve añicos haciendo que los burlones terminen en el banquillo de los acusados pagando por sus crímenes y sus perversiones contra la tierra y el hombre. De allí, que profeta sólo sea aquel pueblo que un día a cualquier hora no sólo grita su dolor, sino que se lanza –uniendo locura y fuerza- a conquistar lo único que lo cura: la libertad.
Fujimori, el civil bonapartista, está “preso” acusado de crímenes y de violación a los derechos humanos. Ya está en la celda blindada de cincuenta metros cuadrados con derecho a leer periódicos y revistas, tener visita familiar semanalmente y hablar por una ventanilla que guardará los secretos de sus conversaciones. Fujimori, el de la sonrisa cínica, el que paseó sus botas sobre los cadáveres de los tupamarus en la embajada de Japón en Lima. Fujimori el déspota; el que trató de justificar sus crímenes de lesa humanidad y sus violaciones a los derechos humanos argumentando que estaba luchando contra el terrorismo. Así hablaba y así actuaba el genocida y terrorista de Estado, Alberto Fujimori. Ese mismo Fujimori que alzó vuelo y buscó refugio político en Japón huyéndole a la justicia convencido que sus crímenes quedarían enclavados sólo en el olvido de la historia peruana. Se equivocó Fujimori.
Tal vez, el mundo casi entero desconozca que el ingeniero Alberto Fujimori en su condición de Presidente de la República del Perú, junto a los tenebrosos y terroríficos Montesinos y general Hermoza, diseñaron lo que un día vino a conocerse como “tumbas para seres vivos”, donde metieron y permanecen los presos políticos revolucionarios encarcelados ocho metros bajo tierra rodeados de explosivos, sin sol, sin luna, sin lluvia, sin cielo, sin aire puro, sin estrellas, sin lectura, completamente aislados del mundo, sin visitas, sin derechos humanos de ninguna naturaleza; es decir, dedicados a esperar que pronto llegue ese día en que la muerte los abrace y allí mismo, en esas “tumbas” los dejen enterrados para siempre o hasta que otro día el pueblo peruano, alzado con el poder político, los desentierre para sembrarlos de nuevo bajo la luz de un sol dorado de liberación definitiva.
Así era y así debe seguir siendo el ingeniero Fujimori. Nada hace suponer que ha cambiado de mentalidad. Su cínica sonrisa continúa siendo el trazado de su rostro macabroso de bonapartista. Hoy se encuentra a la espera de rendir cuenta de sus crímenes y de sus perversiones, de su odio irracional contra el sentimiento humano, de su burla cínica a los justos sueños del pueblo peruano. Frente a su enrojecida mirada de criminal está la historia peruana esperando los testimonios que comprobarán los delitos que contra la tierra y el hombre cometió el sanguinario Alberto Fujimori y sus más allegados secuaces y verdugos.
Quizá, ya la justicia peruana, esa que expresa la voz de los amos del capital y no los sentires del pueblo peruano, tenga escrita una sentencia de absolución que exculpe al culpable de hechos abominables, de crímenes de lesa humanidad. Más, por ahora, eso no importa. Los presos políticos siguen estando allí en las “tumbas para seres vivos”, los muertos ya están mezclados de raíces de tierra inca preparándose para volver en millones de Túpac. Lo lamentable, es que aun cuando Fujimori persiguió con ira desenfrenada al actual Presidente de Perú, el doctor Alan García, éste habiéndolo denunciado en varias instancias internacionales como violador de los derechos humanos, ahora que disfruta de la primera magistratura del país –me refiero a Alan García- se hace oídos sordos y ojos ciegos para no escuchar el clamor y ni ver el rostro de dolor que en miles de miles de peruanos no comparten que continúe ese maltrato inhumano y atroz contra los presos políticos que todavía permanecen siendo víctimas de las “tumbas para seres vivos”.
Ojalá, con la prisión de Fujimori, se inicie un oleaje de despertar que se solidarice con los camaradas presos políticos revolucionarios que en Perú permanecen en las “tumbas para seres vivos”, y se plantee una campaña internacional solicitando, por lo menos, que sean tratados en igualdad de condiciones con que se está tratando a uno de los peores criminales que han ejercido el poder político en la hermana República del Perú, el ingeniero Alberto Fujimori.