El tema soslayado

Una cosa es intentar blindar un proyecto o un proceso contra las acechanzas del enemigo, evitando en lo posible que la vela alumbre para el lado contrario, y otra muy distinta es tratar de ocultar lo obvio, los fracasos que dejan el amargo sabor de la tarea incumplida. Eso equivale a esconder la basura bajo la alfombra.

Con el tema de la inseguridad ocurre algo así. Todos la sufrimos, muchos la cuestionan públicamente, pero mientras más arriba se sube en la pirámide del poder, el silencio es más estrepitoso. Pareciera como si no mencionando el asunto, el problema desaparece. Craso error. Tanto como lo es afirmar que la represión es política meramente burguesa y que la inseguridad se combatirá sólo mejorando las condiciones de vida de los habitantes de este país. De aquí a que esa soñada meta sea una realidad, habrá mucho muerto que enterrar.

Este diario -el único que leemos muchos- tiene consigo mismo una competencia bestial: encontrar cada día palabras distintas con las cuales nombrar las mismas cosas que se suceden a diario.

Los crímenes por nimiedades, los supuestos enfrentamientos entre bandas, las muertes de menores en fuegos cruzados, la enorme lista de gente inocente que va a parar a la morgue por pleitos ajenos, los secuestros, el sicariato, el paramilitarismo, el narcotráfico, conforman una inmensa madeja enredada a la cual pareciera que no le vamos a ver el fin pronto. O por lo menos el comienzo del descenso estadístico.

Desde que dejó el cargo de vicepresidente ejecutivo, José Vicente Rangel le viene advirtiendo al presidente que tiene que incorporar el tema de la inseguridad a su agenda política.

Presumimos que cuando ejercía tan alta posición debe habérselo dicho en persona, porque no imaginamos que un funcionario de esa estatura espere el retiro para decir lo que piensa, sobre un asunto tan delicado y de tan graves consecuencias para el país. Sin embargo, todos los lunes seguimos leyendo la reiterada queja en su columna, expresión del clamor de muchos. ¿Qué pasa en Miraflores que no se escuchan las voces que vienen de afuera? Pero el problema no es sólo cuantitativo, referido a números de crímenes y delitos de toda índole que tienen lugar en todos los rincones del país, sino también la naturaleza cuenta, con ensañamiento, con alevosía, como suceden muchos de ellos. Espanta leer las cosas que están sucediendo y horroriza también saber que no hay lugar que escape al desparrame general de la delincuencia.

Asumimos que detrás del sadismo de los criminales actúan mentes enfermas por la droga y por una violencia que se ha hecho casi generalizada. Asusta también imaginar que tras muchos de esos homicidios se escondan manos políticas que están cobrando factura por intermedio de mercenarios. Una cosa y otra, todas juntas, permiten que los narcotraficantes, los sicarios-paramilitares y el hampa común mantengan a toda la población aterrorizada y enrejada.

No me asiste ninguna autoridad, que no sea la moral, para sugerir cuáles temas deben entrar o no en el discurso del primer mandatario. Pero sí vivo y sufro como venezolana por una indolencia y una lentitud que, si no se corrigen, van a costar muy pero muy caro.

mlinar2004@yahoo.es


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Mariadela Linares


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