Casas autónomas y ciudades perennes

1 La tierra es un sistema perenne. Sobre ella sólo subsiste lo regenerable. Todo lo que prolifera a costa de la devastación será devastado. En 1982 entrevisté a James Buckminster Fuller, el genial inventor del domo geodésico. Proponía la casa autónoma, aunque reconocía que nada es autónomo en el planeta. Para enfatizarlo, en su libro Manual de uso de la nave es pacial Tierra subrayó la delicada interdependencia de todos los seres en nuestro frágil vehículo. Tal vínculo requiere que ningún pasajero dañe o destruya a otros ni a los recursos necesarios para la subsistencia de todos.


2 Una casa es, ante todo, un utensilio para regular temperaturas. Nuestros hogares son voraces sumideros de energía que generan basura tóxica. Aprendamos de árabes y mediterráneos, que ventilan sus viviendas canalizando las corrientes de convección del aire mediante cúpulas y chimeneas de viento sin gastar energía. Asimilemos de los nórdicos el uso de invernaderos para atrapar la luz solar de onda corta convirtiéndola en radiación calórica de onda larga. Para calentar el agua basta hacerla circular por una tubería o un recipiente expuesto al sol. Improvisé una magnífica ducha caliente conectando dos mangueras llenas de agua en un patio soleado. No hay mal clima, sino mala arquitectura.


3 Una casa es una herramienta para regular el paso de la luz. El empleo inteligente del cristal permite aprovechar hasta el último resplandor solar. La claraboya, el ventanal, destierran el despilfarro de las luces eléctricas encendidas en pleno mediodía. El cristal de una vía facilita disfrutar al mismo tiempo de privacidad y paisaje. El espejo cóncavo de azogue o de papel plateado concentra el calor necesario para cocinar alimentos. El vidrio ha de ser el ojo traslúcido del hogar, pero una vivienda no puede ser solo un ojo: una abominación térmica como el Cubo Negro, que dilapida fortunas en cortinas y aire acondicionado.


4 Una casa, como un organismo, es un instrumento que absorbe, transforma y expele materias y energías. Como un organismo, será más exitosa mientras menos los derroche. El agua de lluvia que corre de techos y tejados debe ser almacenada. Situando las duchas algo elevadas, el agua jabonosa que escurre de ellas puede ser usada para hacer correr los sanitarios. Si no se las envenena con detergentes, las aguas residuales son útiles para el regadío de huertas o cultivos hidropónicos. El gas metano de los pozos sépticos basta para cocinar los alimentos y para la eventual calefacción en los climas fríos. En la mayoría de los veleros una hélice minúscula alimenta y recarga las baterías; en el hogar podría alimentar los sistemas eléctricos. Por no hablar de los paneles con baterías solares: el día en que todo techo y quizá toda pared sea asimismo un colector de energía luminosa habrá concluido la crisis energética. Todo debe ser utilizado hasta que se convierta en desecho, y cuando esto ocurra, debe ser reciclado.


5 Una ciudad es una aglomeración de casas forzada por la imperfección de los sistemas de comunicación. De ser éstos impecables, tendríamos casas solitarias en las cumbres de las cordilleras, en los desiertos, en las selvas. Una ciudad deja de ser viable cuando en lugar de facilitar la comunicación la entorpece. La civilización está a punto de colapsar por el despilfarro energético que requiere la diaria migración en transportes individuales de todos los habitantes de las grandes urbes de la periferia hacia el centro y del centro hacia la periferia. El metro cuadrado del centro urbano, el espacio más costoso del mundo, se utiliza sólo ocho horas al día, y en peregrinar hacia y desde él se desperdician cerca de cuatro horas de tiempo laborable. Miles de millones de personas se aglomeran cotidianamente en los centros urbanos para hablar por teléfono con el ocupante de la oficina de al lado. Las fábricas han sido desplazadas hacia las periferias; las multitudes confluyen hacia los centros para trabajar en el sector terciario, que elabora y procesa información. Y la información se elabora y organiza en el cerebro, que para pensar no necesita desplazarse por horas en vehículos contaminantes. Casi todo el procesamiento de información que se cumple en nuestras agobiadas urbes podría realizarse en casa y transmitirse a distancia. Esto ya era posible con la invención del teléfono, y con la de la radio, el celular e Internet deviene inevitable. Especialistas diseminados por la faz de la tierra podrían crear urbes virtuales que no dependan de la cotidiana aglomeración ni del contacto físico forzado. Ya no hay razón para que ninguna oficina tenga una sede física. Escuelas, universidades, ministerios, instituciones podrían estar en todas partes y en ninguna. Los viajes para avituallamiento serían mínimos, y los encuentros personales electivos. O esto, o el Apocalipsis por agotamiento de la energía.


6 Una ciudad perenne no puede estar fundada en supuestos a la larga inviables. No debe ser planeada para el automóvil individual, que el agotamiento del petróleo hará impracticable. No puede ser sacrificada al rascacielos, que la desconcentración de oficinas resultante del correo electrónico hará inútil. No puede ser depósito de todos los desposeídos a quienes expulsa del campo el latifundio privado, abominación que erradicará el socialismo. No debe ser privada de espacio ni de pulmones vegetales por la avaricia de la especulación con los terrenos. No debería tolerar, por ejemplo, la tala sistemática de árboles que se perpetra en el Parque los Caobos, la muerte anunciada de La Carlota por siembra de superbloques, la anarquía de los motorizados ni el estrangulamiento del tráfico por edictos ilegales de reyezuelos de parroquia. Sin nuevo hogar y nueva ciudad no hay hombre nuevo. Las ciudades, como las casas, van muriendo por partes. Así como muere un árbol, muere una ciudad.

luisbritto@cantv.net


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Luis Britto García

Escritor, historiador, ensayista y dramaturgo. http://luisbrittogarcia.blogspot.com

 brittoluis@gmail.com

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