Si de algún atributo está totalmente desprovista la oposición es de una dirección con sentido autocrítico. Derrotada el 13 de abril, no aprendio y volvió a otras torpes embestidas. De nada sirvió que perdiera la fuerza militar que la conspiración extranjera, el odio irracional a Chávez y los halagos de los grandes empresarios lograron brindarle en bandeja de plata. Lanzó por el despeñadero del fracaso a docenas de oficiales de la Fuerza Armada. Algunos aún figuran en el templete melancólico de la Plaza Altamira. Sin ningún sentido de auto revisión, se fue de nuevo a la aventura con la disparatada huelga general indefinida de diciembre. Se jugó a los dados la joya de la Corona, la fortaleza más poderosa que la oposición tenía en sus manos. 17.000 trabajadores despedidos, pequeñas y medianas empresas arruinadas. Un balance de frustración y exilio fue el resultado mientras que el Gobierno Bolivariano surgió más fortalecido militar y políticamente que nunca.
Las sucesivas derrotas deberían haber obligado a la dirección de la oposición, hasta por elemental sentido común, a asumir un camino distinto, de apego a los procedimientos constitucionales y de conducta cívica seria y ponderada. En su lugar, solo ha sido capaz de producir una línea política golpista, de algarabía mediática, de inútiles cacerolazos, de desordenados conflictos viales, de pugilatos por la candidatura presidencial, de ausencia de plataforma política programática.
El origen de tantas torpezas y errores no puede atribuirse exclusivamente a limitaciones en la visión política de los principales dirigentes de la oposición, a su divorcio con la realidad venezolana, a las agudas contradicciones que surgen en su seno debido a la competencia que enfrenta múltiples apetencias personalistas desorbitadas, sino más bien a que la política de la llamada “Coordinadora Democrática” llega enlatada desde afuera. No es producto de los intereses propios de las fuerzas políticas que concurren a la oposición sino obra de la tutela ejercida por directrices extranjeras.
Mientras la dirección de la oposición no sea venezolana, mientras no se nacionalice. Mientras siga bailando el son que le tocan desde afuera, jamás estará en condiciones de elaborar una estrategia acertada. El plan extranjero es dividirnos, atomizarnos. El plan extranjero es la guerra civil. El plan extranjero es producir un profundo desgarramiento de la Nación Venezolana. El plan extranjero es conducirnos a la irracionalidad, al odio, a una brecha insalvable. Sólo así podrá imponer un gobierno dócil que liquide la rebelión venezolana y su ejemplo para toda América Latina.