Vivía de Delicias a Puente Paraíso 64-2. parroquia SAN JUAN, Caracas y mi teléfono era 424387, contaba con 17 años cumplidos y estaba en el 5to. Año de Bachillerato. Hasta aquí mi biografía, necesaria para sentar que viví el momento.
Ya para esos días por las influencias de la esquina caliente cercana de “Tribuna Popular”, andaba en los primeros pasos revolucionarios. Todo 1957 se realizó en expectativas políticas y Marcos Evangelista Pérez Jiménez, se deslizaba entre la eficiencia de las inauguraciones y el miedo a la Seguridad Nacional comandada por Pedro Estrada, el negro Sanz y el bachiller Castro. Por cierto que la oficina principal hasta ese año, quedaba al final del Puente paraíso en un edificio que luego fue de otro Seguro, El Seguro Social.
El General venía en picada perdiendo gobernabilidad y para colmo empezó a desprenderse de aquellos que lo ayudaron a mantener el poder: Vallenilla Lanz, Pedro Estrada y otros.
Aquel fin de año fue particularmente quieto, es decir no se percibió el burbujeante hervor de los fines de año anteriores.
El 1º. De enero de 1958, a pesar del obligado “ratón”, nos despertaron unas explosiones extrañas que venían de los lados de la urbanización “El Silencio”.
Un compañero vecino, joven como yo llegó corriendo a mi casa a eso de las 7 de la mañana y tumbándome la ventana me decía: Coño, Francisco están bombardeando Caracas unos aviones militares!. Era el alzamiento de la Aviación Militar en contra de la dictadura.
Nos fuimos corriendo para El Silencio, distante a unas 7 cuadras y contemplamos el paso de un Camberra, el cual lanzó una bomba contra Miraflores. Yo no sé porque aquí pasan estas cosas, pero la mayoría de las bombas lanzadas no llegaron a explotar. Al siguiente día TODA la prensa nacional, en forma muy sospechosamente uniforme condenaba “el atentado contra la ciudad de Caracas” perpetrado por unos “forajidos del aire”.
Desde ese día Pérez Jiménez, no pudo sostenerse y se presentó una gran movilización comandada por la Junta Patriótica y como se supo después, liderada por FABRICIO OJEDA.
Ya para el 22 andábamos en plan de retar a las fuerzas dictatoriales y siempre muy cerca de mi casa, nos metimos en un berenjenal que se presentó en la esquina de “Garita”, colindante con la Av. San Martín.
A eso de las 10 de la mañana, iniciamos una marcha de unas 50 personas hacia El Silencio, a la cual se le fueron añadiendo más y más personas. Al llegar a la esquina de Garita, viniendo de la Plaza Capuchinos, comiéndose la flecha venía un camión con gente armada y frenando violentamente de cara a la multitud, iniciaron una balacera despiadada. Algunos que estaban a mi lado cayeron fulminados y sangrantes. Todos corrimos a refugiarnos en los portones de las casas aledañas, cuyos moradores trataban de cerrar las puertas para evitar problemas. En el sitio quedaron más de 20 cuerpos tirados en la calle y fueron arrestados otro tanto de manifestantes para llevarlos a la Seguridad nacional, ahora establecida en la Av., Méjico, en lo que hoy es el “Teresa Carreño”.
Mi vecino y amigo Saúl, fue apresado en este lance y yo me salvé porque pude meterme en una casa, en donde los asustados vecinos me escondieron por varias horas.
En toda la ciudad se veían los estragos de la gran confrontación y los muchachos supervivientes, nos agrupamos de nuevo para planificar ir en cualquier momento ir a rescatar a nuestros amigos en la Seguridad Nacional.
Esa noche nadie durmió en mi barrio y a eso de las 3 de la mañana del día 23 de enero de 1958, escuchamos la voz trémula de un locutor que nos decía que “el tirano había abandonado el país en un avión particular llamado “la vaca sagrada””.
Como estaba planeado, en la mañana del 23, nos fuimos caminando desde San Juan a la Av. Méjico a buscar a Saúl. Cuando llegamos a la altura de la Candelaria, se escuchaban detonaciones por doquier y en una esquina un camión militar, repartía fusiles y caserinas a la gente para que combatieran a los agentes de la Seguridad Nacional que disparaban desde la azotea del edificio sede.
Los muchachos agarramos nuestros fusiles y tras un curso relámpago de meter los proyectiles y manejar el cerrojo, más algo sobre la mirilla de alzada, que nos dispensaba un sargento del ejercito, nos apertrechamos detrás de un carro volcado e iniciamos una plomazón de película contra todo lo que se movía en la azotea de la S.N. Los esbirros se rindieron al medio día y empezaron a salir los presos, confundidos con algunos agentes, los cuales fueron descubiertos y denunciados por sus víctimas, entre ellos uno apodado “EL Gavilán” a quien mataron a golpes y luego pusieron su cadáver con un tabaco en la boca, bajo la estatua de Morelos.
Al rato vimos que salía Saúl, sano y salvo, pero con ganas de caerle a golpes a todo torturador que agarraban.
Han pasado 50 años de estos difíciles momentos y desde allí no hemos abandonado nuestra pasión por la política. La Patria ha sido desgarrada por gobiernos peores que el de Pérez Jiménez, quien por lo menos realizo grandes obras. Así llegamos a 1998, cuarenta años de ignominia habían terminado y surgía la esperanza de la Revolución Bolivariana, el fusil que me dio el sargento en la Av. Méjico aquélla mañana, lo escondimos por años en el sótano de mi casa y estuve a punto de usarlo en muchas oportunidades. Alguien en la casa, unos años después se deshizo del arma en uno de esos días de golpe y tensión, pero la verdad es que le recuerdo como si lo tuviera en las manos.
Todavía a mis 67 años, espero usarlo algún día.
Patria, socialismo o muerte. Siempre venceremos!
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