A pesar del poderío mediático y la inmensa campaña de difamación y provocación que ha emprendido el Pentágono en contra del gobierno venezolano, internacionalmente no queda duda que actualmente en Colombia se vive una verdadera crisis humanitaria y de poder. Los escándalos que vinculan al gobierno de Uribe con el paramilitarismo y el narcotráfico son cada vez más frecuentes y consistentes.
El repudio mundial y descrédito permanente a la que han sido sometidos los gobiernos de Israel y Estados Unidos ante su conocida política genocida en contra de los pueblos del Medio Oriente, es hoy en día la suerte que acompaña y describe fielmente la política paramilitar de Uribe, con la única excepción que éste selectivamente lo hace con su propio pueblo colombiano.
Las desapariciones forzadas en vertiginoso aumento, el sicariato permanente y ya sistematizado, los desplazamientos inhumanos en constante promoción y crecimiento, además de una considerable parte de la población levantada militarmente en armas por más de cincuenta años; son precisamente las razones y el apátrida precio que ha tenido que ofrendar Uribe para ser hoy el principal protegido y aliado de la criminal política de Israel y Estados Unidos en Latinoamérica.
Para desgracia de los planes guerreristas del Pentágono y los escuetos pataleos mediáticos de Uribe en el mundo, la mediación valiente y transparente de Piedad Córdoba y el presidente Chávez mantienen hoy vivo y fortalecido el Acuerdo Humanitario, no sólo en la esperanza de paz en Colombia sino como un reclamo mundial.
A falta de criterio político para abordar racionalmente el problema de gobernabilidad que le ha originado el conflicto bélico-clasicista de Colombia, Uribe irremediablemente ha tenido que buscar en la fama y prestigio de los carnavales y el Rey Momo una nueva careta que le reposicione la imagen de candido seminarista en el extranjero y Colombia.
La carnavalesca Marcha, promoviendo el aumento de la violencia y el odio fratricida entre colombianos, realizada incluso internacionalmente, es la señal irrefutable del poco espacio de maniobra que hoy en día mantiene la credibilidad de Uribe y su gobierno tanto en Colombia como a nivel internacional.
El enfrentamiento político-armado de Colombia es último conflicto que ha podido mantener el Pentágono en la región. Es el definitivo territorio que precisa ser liberado por los pueblos y gobiernos libres de Latinoamérica. Hoy en día es claro y palpable que los Estados Unidos precisan de un conflicto armado entre Venezuela y Colombia para encender a toda la región, motivo suficiente para venir ha poner orden en su pretendido “patio trasero”.
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