Celebro la voluntad expresada por el Presidente de la República acerca de la necesidad de que su equipo de gobierno revise, rectifique y reimpulse aquellas áreas del quehacer nacional que están fallando, en muchas de las cuales deben estar las causas de la derrota que sufriera la propuesta de reforma constitucional por él planteada.
Sin embargo, me pregunto cuántas de sus propias actuaciones habrá revisado el Mandatario, en cuántas de ellas está dispuesto a rectificar y cómo va a hacer para reimpulsar las que se hayan quedado en el camino y que fueron en algún momento exitosas.
Lo primero que me viene a la mente sobre la necesidad que tiene el chavismo de revisarse, en aras de recuperar espacios perdidos, es el peso que las palabras y los discursos del propio Presidente tienen sobre buena parte de las cosas positivas que nos suceden, pero que también son culpables de muchas de las dificultades que ha vivido la nación. Chávez ha mostrado en varias ocasiones un exceso de emocionalidad, de intemperancia, de irreflexión y hasta de imprudencia en el uso del verbo, que nos ha deparado innecesarios inconvenientes. Son muchos los ejemplos, pero bastaría recordar que así como se creció como estadista la noche del 2D, reconociendo ante el mundo con dignidad y serenidad su derrota, él mismo se restó los puntos que había ganado en esa jornada, cuando pocos días después calificó escatológicamente la victoria de la oposición. Lo que había logrado con su labia, lo perdió también por la misma vía.
Más recientemente, el enorme impacto internacional causado por la liberación de las rehenes colombianas Clara Rojas y Consuelo González fue inmediatamente empañado por la demanda de conceder beligerancia a las Farc. En Colombia se vive una guerra y las Fuerzas Armadas Revolucionarias son, en efecto, un ejército popular, pero el reconocimiento internacional de ese hecho pasa primero por la negociación, por el contacto diplomático, por el afianzamiento de logros como el de la liberación unilateral. Chávez no dejó que transcurrieran ni dos días para volver a tener al mundo en contra. ¿Consultó con sus pares de Cuba, Bolivia, Ecuador, Brasil o Argentina, por citar algunos ejemplos amigos, antes de pronunciarse y garantizar así un mínimo de respaldo a su posición? No, y se quedó solo en su postura. ¿No hubiese sido más prudente consolidar primero ese éxito y sumarle otros que pudiesen darle peso a la propuesta? Evidentemente, no fue así.
Álvaro Uribe no es sólo un cachorro del imperio; es una ficha oscura y siniestra que representa una enorme amenaza para nuestra seguridad. Pero no es insultándolo públicamente como ganaremos esta guerra no declarada. Las groserías y los calificativos lo único que logran son titulares favorables a Uribe.
Al Presidente nuestro le falta un toque de la desagradable hipocresía diplomática, que le permita seguir ganando espacios. Pero también le hace falta escucharse a sí mismo, medir el alcance de sus propias palabras y sopesar cuánto nos cuestan sus desahogos y cuánta autoridad se pierde ante tanta amenaza incumplida. Todavía hay tiempo para la rectificación.
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