Si en algo ha aventajado la derecha a las fuerzas de la izquierda a lo largo del tiempo, ha sido en la forma irrestricta en que asume su condición de primus inter pares entre quienes la integran.
Los ricos, como a ellos les gusta que los llamen, se unen sin complejos ni recelos profundos que vayan más allá de la inocente e inofensiva ostentación del "último grito de la moda", incluso hasta para vivir.
Así, los poderosos no se dispersan por la geografía, sino que se reúnen en espacios de gran ampulosidad pero de una perfectamente calculada uniformidad de clase, como el Country Club o La Lagunita, o la marina del Macuto Sheraton o de Carenero, etc., donde se acomodan para siempre sin distingo de supremacía alguna. Y ni qué decir de su afán por la estricta zonificación de sus restaurantes de lujo, como es el caso de Las Mercedes o Miami, sin ir muy lejos.
En cambio, la gente de la izquierda pareciera alcanzar el éxtasis con la sola idea de la confrontación mutua, de la división permanente en facciones o tendencias de la más disparatada variedad ideológica.
Sólo las sociedades socialistas que han surgido de grandes conflagraciones, o que han debido enfrentar el horror del bloqueo económico, como el heroico pueblo cubano, han sobrevivido a la absurda manía izquierdista de la desunión por desacuerdos banales y sin sentido.
Las que han fracasado por lo general deben su revés a la torpeza de sus líderes a la hora de asumir el debate de las ideas en su propio seno. No se debe olvidar que no es sino hasta que se produce la división entre la Unidad Popular chilena, a principios de los años setenta, cuando el imperio encuentra una verdadera rendija por dónde meter su ponzoña mortal contra el gobierno socialista del presidente Allende. Igual pasó en la Nicaragua del primer gobierno revolucionario del sandinismo, cuyas luchas intestinas abrieron sin duda la posibilidad de ser derrotadas por la derecha.
Hoy la oposición venezolana (casi desaparecida de la escena política desde hace tres meses) pareciera haber encontrado por fin en el show de irresponsabilidad del cual hace gala el chavismo acusando de todo a diestra y siniestra a militantes, dirigentes y hasta al líder mismo del proceso, la fórmula que le abra el camino a la eventual posibilidad de superar al oficialismo en el respaldo popular.
Por eso está calladita.
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