El presidente Lula dijo recientemente, luego de la renuncia de Fidel Castro a la Jefatura de Estado de su país, que los latinoamericanos debíamos luchar juntos para evitar que Cuba "vuelva a ser un casino", como lo era en los tiempos de Fulgencio Batista.
La alusión del mandatario brasileño obviamente se refería a la necesidad que tiene la isla caribeña de no dar marcha atrás en su proceso revolucionario.
La frase, sin embargo, invita a reflexionar acerca de lo que está sucediendo en Venezuela, con la proliferación de casinos, bingos, loterías, centros hípicos y un sinfín de establecimientos de juegos de azar. El fenómeno se ha reproducido peligrosamente en los últimos años, ante la mirada indiferente de las autoridades. Con la solitaria excepción del columnista Luis Britto García, y anteriormente del fallecido Arturo Uslar Pietri, son pocas las personas que se han ocupado con seriedad del asunto.
Las agencias de loterías han multiplicado su presencia en todos los rincones del país y los centros hípicos han brotado incontroladamente detrás de areperas, restaurantes, tascas, licorerías, bombas de gasolina, para dar vida a un submundo en donde gobierna la mafia y en donde miles de venezolanos se apuestan su sustento y hasta la vida todos los días. Los bingos permanecen abiertos a toda hora y el desfile de jóvenes, amas de casa, personas de la tercera edad y la presencia de un ansioso público, que confía en que un número le va a cambiar su futuro, crece constantemente.
Al alcoholismo y la drogadicción los psiquiatras tienen que añadir ahora otra patología a la lista de dolencias colectivas: la ludopatía. La adicción al juego no tenía hasta hace unos años manifestaciones notorias en nuestro país, pero, aunque en este caso –como en el de las violaciones– no existen estadísticas confiables, estoy segura que estamos en presencia de un fenómeno que puede llegar a convertirse en epidemia. El azar está vaciando los bolsillos de los venezolanos, los mafiosos se están enriqueciendo y una incuantificable masa de personas le está apostando su propia vida a las patas de un caballo o a los números que giran en un bombo.
¿Quién le va a poner coto a esa sangría?
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