Los sucesos posteriores a la incursión colombiana en territorio ecuatoriano han tenido un desenlace realmente admirable, incluso se puede decir que revolucionario. Los organismos internacionales, de los cuales hasta Teresa de La Parra, una escritora romántica, en una de sus inolvidables novelas, hace una descripción crítica e irónica, en estos días se han elevado a niveles insospechados de dinamismo, debate y trascendencia para el futuro de las relaciones suramericanas.
Lo primero que llama la atención es que el conflicto se haya dirimido en una instancia donde los Estados Unidos no tienen presencia directa. Esto significa un paso importantísimo hacia la liberación de la tutela que esta potencia imperialista ha ejercido, desde su nacimiento, en la política de nuestros países. ¿Podía alguien predecir, unos años atrás, que un acontecimiento de la magnitud del que ha ocurrido, se resolviera o se tramitara en una instancia al margen del “gigante del Norte”?
Además, también es digno de atención, el hecho de que la controversia fue descarnada, particularmente, en los días previos a la Cumbre, a través de los medios de comunicación. Los presidentes de los países envueltos más directamente en el problema usaron un vocabulario contundente, radical, y tomaron decisiones igualmente fuertes, como la ruptura de relaciones diplomáticas. Ello no impidió que se reunieran en una misma sala y debatieran enérgicamente y, lo más importante, que suscribieran un acuerdo resolutivo.
Ahí está lo revolucionario. Como miembros de una misma familia, discutimos sin medias tintas, reciamente, dejando a un lado la hipocresía habitual de los medios diplomáticos, demostrando al final una capacidad inteligente y audaz de negociación y acuerdo. Algo que está estrechamente vinculado a la ausencia del factor perturbador y cizañero que es Estados Unidos. El Grupo de Río le ofreció una plataforma singular al presidente de Colombia, para elevarse al nivel de un estadista suramericano y ubicarse como uno entre sus pares, sin que se le aplastara, aunque se le obligó a reconocer un error y tuvo un estrado inmejorable para defenderse.
Ha muerto un extraordinario luchador, Raúl Reyes, y con él otras víctimas valiosas han caído, pero, ni la OEA ni la ONU le habrían dado tanto valor a su sacrificio, como lo hizo esta instancia suramericana. Sus muertes han sido reivindicadas por este resultado extraordinario, que nos ha permitido darle lecciones al mundo de soberanía, independencia y autonomía. Estamos ante un suceso histórico, cuya importancia trascenderá para las décadas por venir.
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