Definitivamente, en el bando de la revolución bolivariana no pueden permitirse por más tiempo las ambiciones de poder, el sectarismo ni el autoritarismo de aquellos grupos y dirigentes que aparentan ser revolucionarios, pero cuyas prácticas reformistas poco o nada difieren de los sectores conservadores tradicionales. Éste es un asunto de primer orden que las mismas bases populares del proceso revolucionario saben que debe abordarse y así lograr una depuración profunda de la dirigencia actual, gran parte de la cual le debe sus méritos al liderazgo del Presidente Chávez, sin lo cual jamás habrían llegado a ocupar el sitial que actualmente ocupan. Esta realidad se acentúa aún más cuando se contrasta el discurso socialista con el estilo de vida que tales dirigentes exhiben, resultando en una paradoja que explotan a gusto los sectores opositores sin que se pueda contradecir de modo contundente y sin dar lugar a sospechas.
Para revertir esta realidad se impone concentrarse en la formación y en la organización de los sectores populares, de manera que se evite que la tendencia conservadora o reformista termine por apoderarse por completo de los espacios de dirección del proceso revolucionario bolivariano bajo el liderazgo de Chávez, desvirtuando en consecuencia los conceptos de revolución y socialismo que tantos sacrificios, persecuciones, torturas y muertes simbolizaron en el pasado, alimentando las esperanzas de redención de un pueblo siempre traicionado. Esto significa que, a la larga, se tenga que ir a una confrontación ideológica profunda que delimite quienes están sinceramente con la revolución socialista y quienes sólo la utilizan como excusa para usufructuar el poder. Mientras ello ocurra, es necesario que los mismos sectores populares generen sus propios espacios de gestión, con absoluta independencia del Estado, de modo que el socialismo sea una realidad construida desde abajo y no una simple consigna que ni se aplica ni se entiende.
Al contrario de lo que creen muchos de estos “revolucionarios”, el proceso bolivariano requiere de voluntades y de movimientos colectivos que lleguen a conformar una verdadera dirección política revolucionaria en lugar de continuar anulando la participación y el protagonismo populares mediante la práctica perniciosa del clientelismo político, el vanguardismo y la demagogia más rancia. Es así que la pretensión de unos pocos de concentrar y centralizar el poder, acallando las voces de quienes nos rebelamos en su contra, lejos de contribuir efectivamente con una ampliación del proceso revolucionario en Venezuela, lo que hace es contradecirlo y fracturarlo, abriéndole sitio a un reformismo demasiado semejante al del binomio partidista de AD y COPEI durante su hegemonía de cuarenta años. Frente a ello, los revolucionarios debemos abocarnos a la construcción de una verdadera unidad revolucionaria, sustentada en un marco teórico común y no en los cuadres que normalmente se hacen en época electoral, olvidando la gran tarea pendiente de hacer la revolución. Sólo así se contaría con una auténtica vanguardia revolucionaria que revise, rectifique y reimpulse los lineamientos estratégicos del proyecto bolivariano liderado por Chávez porque, de lo contrario, podría precipitarse su aplazamiento y decadencia, frustrándose los anhelos populares.
Ésta es una importante coyuntura. El proceso bolivariano urge de una amplia reflexión y de un diálogo no condicionado entre todos los grupos e individualidades revolucionarios que apunte a algo más que la conquista de los cargos de elección popular. En tal sentido, los años de gestión presidencial de Chávez son vitales para apuntalar y diferenciar el accionar del proceso revolucionario, aun cuando los ataques y amenazas de los opositores se refuercen y se mantengan vigentes. Ello exige líneas claras y un compromiso revolucionario decidido en oposición a la mentalidad, la conducta y los intereses de la dirigencia reformista actual. En este marco de cosas, no deja de ser pieza fundamental el protagonismo y la participación del pueblo, sin lo cual el socialismo del siglo 21 carecería de sentido; así como también la voluntad política de quienes asuman la conducción del Estado para propiciar el cambio estructural, de un modo definitivo y socialista.-
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