Uribe: un rezo por la paz y diez disparos por la guerra

Buena parte del mundo está en velo por el destino de Ingrid Betancourt. Lo sabe el presidente Uribe y lo sabe el comandante Manuel Marulanda. La salida no es de fuerza, sino de inteligencia y un poco de audacia. Luego de la violación al territorio ecuatoriano que costó la vida al comandante Raúl Reyes, a unas dos decenas de guerrilleros y la aparición de un mago computador que –según los investigadores colombianos- no tenía ningún sistema de seguridad en sus archivos, el presidente Uribe –presionado por múltiples factores más de carácter internacional que nacional-, lanza una ofensiva política verbal de reto para el canje humanitario inmediato para conducir a la FARC a tomarle la palabra sólo con un “” o un “no”. Cuarenta y cuatro años de experiencia histórica en un conflicto político armado es suficiente para que se entienda que la respuesta de las FARC será políticamente correcta.

Si un general, hacedor de guerra, se viste de monje para dialogar en política con su adversario es de suponer dos cosas: o bien lleva bajo su sotana una pistola cargada y montada con su miembro entre el gatillo o está plenamente convencido de su derrota. Pero este no es el caso del presidente Uribe. Los últimos golpes dados a la insurgencia le han hecho afianzar la idea de que la salida militar es la más idónea para buscarle un final al prolongado conflicto político armado. De allí, supongo –sólo supongo-, debe estar totalmente convencido –suficientemente analizado con el Departamento de Estado y con su alto mando militar- que una vez realizado el canje humanitario sus soldados atacarán masivamente –primero bombardeando casi indiscriminadamente- algunas regiones montañosas de Colombia creyendo que dará al traste con una buena parte de la comandancia guerrillera. Cree que descabezando a la dirigencia de la insurgencia se producirá una desbandada de combatientes motivados por los onerosos ofrecimientos económicos que está haciendo el gobierno colombiano para que deserten. Sin embargo, pensar esa idea no es nunca una razón suficiente para decirle “no” al canje humanitario. Las FARC sabrán lo que deben hacer y nadie que no esté involucrado, desde hace tiempo, en ese conflicto podrá dictar lecciones políticas a la insurgencia colombiana.

Una mirada o un gesto pueden decir más cosas con mayor claridad que todos los documentos que se puedan inventar de un computador blindado que salió ileso de un bombardeo y un intenso tiroteo, donde hubo sólo muertos del bando insurgente y ni siquiera un soldado del gobierno colombiano salió rasguñado con una espina en una zona boscosa o de selva intrincada. Si un presidente le miente en política de diplomacia internacional, con alevosía y premeditación, a otro presidente que considera su amigo y que es de un país vecino muy cercano, ¿cuál razón puede existir para que no le mienta a su adversario más odiado y combatido?

Es verdad que en veinticuatro horas, si cambian las circunstancias concretas, debe modificarse la táctica. Para eso, dijo Lenin, debe estarse siempre preparado. La arrogancia y la prepotencia en política suele desembocar en choques abiertos y antagónicos con la realidad, porque a ésta se subestima para darle supremacía a la euforia combinada con la ira. Si todos los días un presidente habla de hacer más guerra mostrando siempre su intransigencia, todos tienen derecho a la duda y hasta la sorpresa cuando hace expresiones de paz, porque ésta ha sido eternamente para el gobierna un ordenamiento social en provecho del capitalismo, un status quo donde la obediencia de los explotados y oprimidos a los métodos del explotador y opresor se manifiesten de la manera más sumisa y resignada posibles.

El presidente Uribe, de forma repentina pero nadie crea que le sale del corazón sino de la mente que trabaja en obediencia a designios foráneos y perversos, lanza la siguiente perlita: “Yo llamo hoy a los que tienen secuestrada a la doctora Ingrid Betancourt y a los otros secuestrados a que los liberen, a que le hagan esa gran contribución al país, a que atiendan ese clamor del corazón de los colombianos”. Entendamos o aceptemos como cierto eso del “… clamor del corazón de los colombianos”, pero esos mismos corazones ¿serán tan infalibles y egoístas que no hagan la misma solicitud por las miles y miles de personas que se encuentran encarceladas (perdón: secuestradas) por el Estado por el simple delito de luchar por la libertad verdadera para ese mismo pueblo colombiano?

Hace ya varios años está en boca y a flote en la opinión pública colombiana y mundial la proposición del canje humanitario, pero es “hoy” cuando el presidente Uribe llama, más o menos de forma concreta, a que se materialice. Quienes no creen en la palabra del presidente Uribe tienen derecho de hacerse la siguiente preguntita: ¿no habrá una carta oscura –al estilo Fujimori- debajo de la manga para ponerla sobre la mesa tan pronto se produzca el canje? Y esa pregunta es plausible, porque al mismo tiempo que habla del canje humanitario de inmediato el presidente Uribe, sostiene lo siguiente: “Se mantiene en firme la oferta de un fondo de 100 millones de dólares (nótese que habla en dólares y no en pesos colombianos) para aquellos integrantes de la guerrilla que abandonen la guerrilla y liberen a los secuestrados”. Creo que se le olvidó decir: “Pero que traigan las manos cortadas de los comandantes de la guerrilla”. Eso es como hacer un rezo por la paz y, al mismo momento, hacer diez disparos por la guerra.

Apostarle a la paz –es decir: a un tiempo sin paz verdadera ni guerra verdadera- no es poner sobre el tapete, para llegar a acuerdos, la salida militar. Una salida política concertada a un conflicto político armado pasa por un estudio de causas más que de efectos. Estos, lo sabe cualquier soldado, es consecuencias de aquellas. Entendemos que el presidente Uribe no puede tomar una determinación al respecto sin antes consultarlo y tener el aval de los oligarcas colombianos y de los amos del capitalismo imperialista. La miseria exagerada es una rica fuente de cultivo para la violencia social. Ningún ofrecimiento de derechos humanos que siga fundamentándose en la ley del embudo (lo ancho para los ricos y lo angosto para los pobres) puede crear condiciones para que se miren y no se ataquen los explotados y los explotadores, los oprimidos y los opresores, en el templo. Sencillamente, lo demostró Jesús. En las fábricas no hay más que leer un poco a Marx para obtener grandes verdades históricas de la lucha de clases.

Si el presidente Uribe va a la Iglesia y hace un rezo por la paz pero, al mismo tiempo, hace un juramento ante el Señor que acabará a plomo limpio con la insurgencia, téngase por hecho que la violencia en Colombia dentro de pocos años celebrará boda de platino sobre millones de cadáveres repartidos por toda la geografía colombiana y sus alrededores.



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Freddy Yépez


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