El mercenario que actúa por la justicia y la libertad

El imperialismo, cualquiera sea su manifestación, tiene también ideología para “justificar” sus políticas y, muy especialmente, de expansionismo y reparto del mundo. Toda su historia, en cualquier tiempo, así lo verifica. Trotsky nos dice que: “La historia ha conocido el imperialismo romano basado en el esclavismo, el imperialismo de los señores feudales, el del comercio y la industria capitalistas, el imperialismo de la monarquía zarista. La fuerza motora de la oligarquía de Moscú es indudablemente el ansia de aumentar su poder, su prestigio, sus ganancias. Este es un elemento del imperialismo, en el amplio sentido de la palabra, que caracterizó a las monarquías, oligarquías, castas dominantes, estamentos medievales y clases en el pasado. Sin embargo, en la literatura contemporánea, al menos en la marxista, el imperialismo se define como una política expansionista para financiar el capital, con un contenido económico determinado”. Todos esos géneros de imperialismo han hecho uso en la práctica de la categoría “mercenario” para conquistar sus objetivos. El mercenario debe garantizar, por los medios más sucios y criminales, el despeje de adversarios para que el territorio deseado quede a completa disposición, ya “pacificado”, de los grandes y poderosos monopolios de la economía que se apropian de la riqueza ajena.

 El mercenario es, por excelencia, un criminal, un asesino, un inhumano, un insensible, un bárbaro y salvaje capaz de acometer la peor atrocidad contra el ser humano sin que sienta la menor compasión por lo abominable y repugnante de su acto y, menos, por el dolor ajeno. Psicológicamente se le prepara para ello. Se le hace olvidar que antes fue niño y para ello, es imprescindible, que el amor por su familia se le salga no tanto de la mente, sino del corazón, es decir, lo hacen creerse que no nació para sentirse como un verdadero ser social, sino como un ser superdotado que merece ir a otro reino con la potestad de ser superior a los demás. Lo hacen ver a los otros, a sus “enemigos” más concretamente, como inferiores, seres perturbadores de la felicidad del imperio que los contrata, por lo cual deben ser exterminados sin compasión alguna. El mercenario es convertido en una especie de robot sin derecho a pensar y, mucho menos, a reflexionar, porque mientras más asesine y asegure la “paz” que necesita el monopolio imperialista para hacer real su política de rapiña, más se gana la dádiva especial del contratista. El mercenario lleva en su entraña la vocación del sicario.

 Se cree, por lo general, que el mercenario no posee ideología como el sicario vulgar y corriente. Toda política lleva en su espalda una ideología como, mientras perdure la lucha de clases, toda política obedece a una economía. El mercenario, cuando asesina personas o depreda a la naturaleza de manera irracional, lo hace creyendo que esa es la razón suprema de su salario para garantizar una buena vida a él y su familia, aunque le esté sirviendo incondicionalmente a su propio enemigo de clase.  Sin embargo, aunque no la haya leído, se convierte en un expositor práctico de la ideología imperialista, y ésta se encuentra en textos que han sido publicitados por millones y millones de ejemplares expuestos a la opinión pública a través del mercado capitalista, por un lado, y, por el otro, explicados en aulas de clase, en instituciones policiales o armadas. Y en una tercera opción, quizá la más importante para el imperio alienar conciencia pero la más espeluznante y horrible –como método de enseñanza-, se realiza a través del cine y de la televisión.

 ¿Cuál es la ideología de un mercenario? Sencillo de ubicar. Hay tantos ideólogos del mercenarismo político, que se necesitaría emborronar muchas cuartillas para mencionarlos, pero tomemos un poquito de los más esenciales expositores de esas ideas que enaltecen, glorifican y estimulan el mercenarismo.

 Nietzsche (alemán) decía: “La humanidad extenuada e indolente necesita no sólo las guerras en general, sino las guerras más grandes y espantosas; por consiguiente necesita volver a los tiempos de la barbarie”. Entonces recomendaba: “Sed violadores, ávidos, violentos, intrigantes, serviles, soberbios, y, según las circunstancias, incluso conjugad en vosotros estas cualidades”.

 Banze (fascista) recomendaba la guerra bacteriológica y química, la contaminación del agua con bacilos de tifus y propagación de epidemias en los pueblos enemigos.

 Lapouge propuso en un congreso eugenésico mundial celebrado en Estados Unidos, que se exterminara gradualmente los pueblos coloniales y dependientes por medios de intervenciones biológicas. Para este genio de la muerte el desarrollo social se encuentra determinado por el choque de los braquicéfalos (cráneo redondo) con los dolicocéfalos (cráneo alargado).

 Campbell (autor de “Las teorías estadounidenses del problema racial”), señaló que el racismo es el único principio posible de las relaciones humanas, donde el blanco es superior al negro por ser una ley natural y, por lo tanto, no debe lucharse contra esa naturalidad.

 Spearkman sostuvo que la posición geográfica de los Estados Unidos lo obliga a llevar su dominación sobre otras naciones y pueblos de América Latina y del mundo, siendo el mejor método para ello la guerra de rapiña.

 Weller exige “espacio vital” para el capital norteamericano, argumentando como válido el principio de que el hombre es un lobo para el hombre”.

 Malthus (sacerdote inglés que creía en Dios pero también en el crimen de lesa humanidad) era amante de la belicosidad del capitalismo. Expuso que la miseria y el paro forzoso era consecuencia del proceso biológico de procreación de los hombres. Justifica la explotación del hombre por el hombre y recomendó a los trabajadores el celibato. Proponía guerras para exterminar una buena parte de la población porque su crecimiento no se correspondía con la producción de bienes materiales.

 Nance (norteamericano) propuso la guerra bacteriológica, empleo de gases mortales, uso de bombas atómica y de hidrógeno, lanzamiento de cohetes interplanetarios y no tener compasión con hospitales, escuelas, templos ni otros grupos de población civil; es decir, el exterminio al estilo de la ley de la selva para garantizar el dominio del capitalismo.

 Podemos deducir, sin temor a equivocación alguna, que el mercenario se guía por tres poderosísimas razones para el acometimiento de sus crímenes: 1.- el poder del dinero lo hace convencer que el tiempo –algo extraordinariamente de importancia en la vida social y esencia de la economía- es, para él, irrelevante. El dinero le decide todo su comportamiento y todo lo reducido de su pensamiento.2.- Debe creer que su accionar de criminalidad está “justificado” por una función de liberar a un pueblo de sus opresores, cuando lo que hace es actuar al servicio del opresor. 3.- Cuando esté en la acción asesinando gente a diestra y siniestra, debe olvidarse por completo que tiene cerebro para pensar, no dándose cuenta que quien lo contrata lo desprecia como ser humano y lo trata como una herramienta que simplemente habla.

 El mercenario, ese que el imperialismo trata de hacernos creer que actúa o asesina para liberar a un pueblo de sus opresores, una vez arrasada de hombres y mujeres la tierra escogida e izada la bandera del imperialismo vencedor, se masturba de emoción por su deber cumplido de asesino a sueldo, aunque tenga que sufrir eternamente de pesadillas.

 El espíritu de venganza, muy diminuto por cierto, del mercenario es peor que el de las Erinnias, porque lo materializa en nombre de su propio enemigo de destino, del que cuando ya no le sirva utiliza a otro mercenario para que lo aniquile y se lleve su secreto de criminalidad perversa al sepulcro.



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Freddy Yépez


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