Primero fueron los ayuntamientos, luego sus agrupaciones estadales. Los tradicionales Concejos Municipales desde un principio tuvieron autonomía fiscal o capacidad constitucional para crear y recaudar impuestos locales. Digamos que representaron la infancia de las modernas entidades que hoy los integra política y territorialmente.
Los estados han crecido económica y demográficamente y con ello sus parroquias y las jurisdicciones municipales. Por tales razones las Alcaldías de hoy se hallan saturadas de exigencias citadinas y populares que a ojos vistas desbordan la competencia administrativa, legislativa y ejecutiva de las Alcaldías. Por eso las crisis de Aseo Urbano y Domiciliario, las crisis policiales, sus crisis asistenciales sanitarios y educativos.
Como entes públicos están resultando incompetentes para prestar oportunamente buenos servicios. Pero el monopolismo burocrático municipal impide el necesario fraccionamiento de las alcaldías.
Damos por hecho que los Alcaldes no tienen mucho interés en que a su jurisdicción se le fraccione. Optan por recabar un máximo de tributos a una desproporcionada e insatisfactible municipalidad con lo cual sus obligaciones populares pasan a un segundo plano.
Ha ocurrido que la competencia municipal ya no guarda la necesaria correspondencia entre sus obligaciones y el desbordado crecimiento económico de sus territorios económicos. Eso ha traído como consecuencia un descuido permanente de sus obligaciones para con la comunidad subestadal.
Esta nefasta indefensión y desatención de los munícipes al lado del poder interesadamente monopólico de los Alcaldes nos lleva sugerir que urgentemente debemos fraccionar y multiplicar el número de Alcaldías.
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