Aquí se tiene que acabar el exceso de libertad.
Pudiera interpretarse que una frase así manifiesta simpatía por las tendencias dictatoriales; sin embargo, el sentido común dice que muchas cosas, cuando se practican en demasía, terminan siendo dañinas. Eso nos está pasando a nosotros con el gusto que le hemos tomado a hacer lo que nos dé la gana, sin que existan instancias que nos lo impidan.
Los últimos días han sido pródigos en demostraciones de lo que sucede cuando nos convertimos en exageradamente permisivos. Veinte personas trancaron la vía hacia La Guaira reclamando un dinero que les fue prometido y que no les había sido entregado; consecuencia: el colapso vial se sintió en toda Caracas, cientos de personas perdieron sus vuelos y otras miles llegaron retardadas a sus trabajos o a sus lugares de destino. Al día siguiente, unos cuantos transportistas cerraron la autopista del Este en protesta contra la inseguridad y varios más hicieron lo propio en la avenida Urdaneta, con el mismo resultado en pérdida de horas productivas.
No pretendo restarles razones a unos y a otros en el contenido de sus demandas. A unos porque son víctimas de la ineficiencia de algunos organismos públicos que prometen más de lo que pueden cumplir, y a los otros porque, ciertamente, el tema de la inseguridad sigue siendo uno de los más grande retos que tiene este gobierno por delante. Sin embargo, si para exigir un derecho, como el de la vivienda o el de la protección, atropellamos los del otro, perdemos el sentido de la demanda.
El ministro del Interior no debería preocuparse tanto por el uso que los medios de comunicación le dan a las cifras criminalísticas. No importa lo que se haga en este sentido, los partidos políticos mediáticos siempre lo van a desconocer. Él tiene que inquietarse es por la naturaleza de los crímenes, la saña con que se cometen, el hampa motorizada que amedrenta fiscales, los sicarios que están instalados en todas partes asesinando a quien sea. Y no tiene razón en una cosa: la represión no es una característica de gobiernos burgueses. Es una necesidad cuando lo anormal se convierte en cotidiano.
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