Es común durante una entrevista de trabajo en una empresa privada que le hagan a uno las siguientes preguntas: ¿cuántos años tienes de graduado? ¿cómo se cotiza tu perfil dentro del mercado? y ¿cuánto aspiras? Inmediatamente uno con mucha confianza responde: Bueno, tengo tantos años de experiencia, en el mercado, mi perfil lo están pagando más o menos por tal cantidad, pero yo aspiro tanto porque tengo un postgrado y creo que lo valgo. Acto seguido, después de sacar unos numeritos, el entrevistador saca un tabulador debajo de la manga y te dice: nosotros respetamos tus aspiraciones, no dudo que tu trabajo valga eso o más, pero nosotros te podemos ofrecer tanto. Y de un plumazo, la ley de la oferta y la demanda, y tus aspiraciones conforme a lo que uno cree que vale, se ven frustradas por un “tabulador de sueldos”. ¡que vaina!
Entonces, ¿si el potencial profesional, la capacidad productiva, y la ley de oferta y la demanda no son determinantes para definir el sueldo, de dónde sale ese numerito que le ofrecen a uno?
Buena pregunta. Pero me temo que este no es más que otro de los engaños de los empresarios, o mejor dicho, del capitalismo.
Últimamente he notado que se ha generalizado entre los profesionales la creencia de que la capacidad profesional junto con la oferta y la demanda les permite negociar con el empresario el sueldo deseado. Esto lo escucho a cada rato en las reuniones con antiguos compañeros. Pero veamos qué tan cierto puede ser esto.
Reflexionemos. La lógica del mercado nos dice que si hay pocas ofertas de empleo y hay muchos profesionales viendo televisión en sus casas, o sentados en una plaza leyendo el periódico, entonces los empresarios pueden pagar sueldos bajos. Por el contrario, si hay muchas ofertas de empleo y hay pocos profesionales en la calle, entonces los empresarios tendrían que pagar sueldos altos.
Dentro del capitalismo, lo anterior no suena tan mal. Pero resulta compañeras y compañeros, que los empresarios no son tan gafos y desde hace muchos años atrás, cartelizados como siempre, se les ocurrió la genial idea de fundar suficientes universidades al servicio del capital, para que nunca haya escasez de profesionales, y asegurarse de este modo de que los sueldos nunca se eleven por encima de sus intereses. Lo mismo ocurre con los trabajadores, con la diferencia de que no tienen que fundar universidades ni esperar a que estudien. Aquí ya no son las universidades, sino la superpoblación la que garantiza la renovación sostenida de mano de obra barata. Luego, para evitar que entre los empresarios se roben a sus empleados de confianza por un dinerito más, los distintos carteles —léase cámaras de empresarios— en un pacto de caballeros, calculan el famoso “tabulador de sueldos” y terminan de dar al traste con la ley de la oferta y la demanda y con la sana competencia de talentos que pregona el capitalismo.
Cuando el filósofo alemán Karl Marx descubrió el lado oculto del capital por allá en 1865, escribió un informe y se dirigió a los trabajadores en estos términos:
«Si al capitalista le place alimentaros con patatas en vez de daros carne, y con avena en vez de trigo, debéis aceptar su voluntad como una ley de la Economía Política y someteros a ella» [1]
Con esto Marx nos quiere decir que el capitalista tiene todo el poder sobre los trabajadores y también sobre los profesionales proletariados. Y esa situación, compañeras y compañeros, nunca va a cambiar hasta que no cambien las relaciones de poder. Sobre esto último dijo:
«Indudablemente, la voluntad del capitalista consiste en embolsarse lo más que pueda. Y lo que hay que hacer no es discurrir acerca de lo que quiere, sino investigar lo que puede, los límites de este poder y el carácter de estos límites» [2]
De modo que nadie puede negociar con un monstruo —como algunos creen—, ni tampoco vale pataleo con el entrevistador, ni chapeo con tabulador de gremios de profesionales. Sólo quedan dos caminos: hacer efectiva una huelga general de profesionales en caso de que sólo aspiren a reivindicaciones laborales, o bien, unirse a los trabajadores para recuperar los medios de producción que son propiedad de los que trabajan y no de los que mandan. En lo particular, les recomiendo esta última vía, la vía revolucionaria. Es probable que no logren mayores bienes materiales, pero tendrán lo necesario. Y lo que es más importante, se liberarán de la dominación y del trabajo alienante. Serán libres de espíritu. Por fin van a ser felices.
Bueno, dejemos de soñar por un momento y veamos cómo es que los empresarios calculan nuestro sueldo.
Panas míos: para los empresarios nosotros sólo somos máquinas canjeables como mercancías. No somos seres humanos. Ni siquiera ellos se sienten seres humanos. Entonces, para que nosotros hayamos podido llegar a un nivel de capacidad productiva, tuvimos que alimentarnos, abrigarnos, y estudiar hasta los 25 años para poder serles útiles y producirles bastante. Pero como toda máquina, nosotros nos desgastamos, y tenemos que ser reemplazados por nuestras hijas e hijos para que la gran maquinaria capitalista no se pare. Entonces, los empresarios se ven obligados a darnos el dinero necesario para que también alimentemos, abriguemos, y le paguemos los estudios a nuestras hijas e hijos.
En suma, los empresarios calculan nuestro sueldo en función de los costos de los artículos de primera necesidad que requerimos para producir, desarrollarnos, mantenernos y perpetuarnos a través de nuestros hijos y nietos frente a un computador de 8 a 12 horas diarias. Si tenemos un postgrado y algo de experiencia, entonces nos dan un poquito más porque hemos agregado más valor a la mercancía que somos. Pero si eres mujer, o afrodescendiente, te quitan un poquito por aquello de que son “seres inferiores”.
Pero esto no es suficiente para que la clase alta se mantenga en el poder. Ellos también se ven obligados a darnos un bono especial para que nos distingamos de los trabajadores. Esto es, los empresarios nos dan el dinero necesario para que compremos trajes con corbata y un vehículo último modelo. De esta manera, nosotros creemos que pertenecemos más al grupo de los empresarios que al sector de los trabajadores. O sea, creemos que los intereses de los empresarios son los nuestros, cuando en realidad, ellos son los que mandan y los trabajadores y nosotros somos los que obedecemos. Nosotros no tomamos decisiones. Ellos nos niegan el derecho de elegir a nuestros jefes democráticamente por votación. Ni siquiera nos preguntan cuántas horas diarias queremos trabajar. Eso sólo tiene un nombre: dictadura.
El traje con corbata, clasista, e imponente frente a los trabajadores, junto con el vehículo que nos proyecta como una máquina amenazante frente al desprotegido peatón, sirven para dividir a la masa proletaria en dos partes. Masa obrera, y masa profesional. El que va rodando frente al que va caminando. ¿Pero para qué? Para seguir la vieja conseja de “divide y vencerás” Los empresarios saben que si los profesionales se unen a los trabajadores, entonces pierden todo el poder sobre los medios de producción en un abrir y cerrar de ojos.
La táctica de “divide y vencerás” la aplican también dentro de las empresas. A profesionales de un mismo perfil y capacidad, les asignan sueldos con pequeñas diferencias con el fin de despertar envidias y poder así dividirlos. Con ello, los compañeros y compañeras se matan por un bono en diciembre, o por un cargo de supervisor. Al final, todos divididos, no pueden luchar unidos por un trabajo digno. Queda cambiar de trabajo cada seis meses, y pedirle al nuevo empresario, miembro del mismo cartel, que le de un poquito más de sueldo que el que tenía en el trabajo anterior para no desmoralizarse.
Pero hay algo más. Ustedes pueden ver por las películas y las noticias, que hay países donde los profesionales no pueden cambiar de vehículo con la frecuencia como se hace aquí en Venezuela. Sin embargo, muchos de ustedes han murmurado que merecen más sueldo. Bueno, ¿qué sucede? Pasa y acontece que el injusto derecho internacional dice que los habitantes de cada país sólo pueden explotar los recursos naturales que están dentro de su territorio, y eso sólo cuando el imperio está descuidado y les permite hacerlo. O sea, un país que no tenga muchos recursos naturales per capita, no tiene el derecho por necesidad, de acceder a los recursos naturales de los países donde se encuentran con más abundancia para darles comida a sus niños y niñas. Eso sólo lo puede hacer el imperio que entra y sale cuando le da la gana a robar riquezas. ¿Y quién tomó esa decisión? Cualquier persona menos las mayorías. De eso pueden estar seguros.
Lo expuesto quiere decir que nosotros podemos disponer del petróleo sin necesidad de compartirlo con los demás pueblos donde hay menos recursos per capita. O sea, nosotros estamos tomando ventaja de una decisión dictatorial de las élites del mundo —no por votación democrática— la cual permite enriquecer mas aún a los empresarios venezolanos. Y para no atragantarse, y también por un mínimo de vergüenza que les queda, permiten a los profesionales venezolanos ganar un sueldo superior a la mayoría de los profesionales que hay en el mundo. Por eso es que en las calles y avenidas de Caracas lucen carros más nuevos que en los países periféricos sin petróleo.
Pero eso no tiene por qué ser así para siempre. Esa ventaja material que tenemos nosotros es sólo por decisión de las élites mundiales. Si algún día los trabajadores y los profesionales de todo el mundo toman el poder, seguro que votarán por la democratización a nivel mundial del aprovechamiento de los recursos naturales, y quizá los vehículos en Venezuela no se vean tan nuevos como ahora. Pero no hablo de la “democratización” al acceso de los recursos naturales que pregona el imperio, la cual es un eufemismo para que las transnacionales saqueen a los países periféricos. No, por supuesto que no. Hablo aquí como debe ser. Hablo de “dar a cada quien según sus necesidades”.
Entonces, para simplificar, amigas y amigos oprimidos: el sueldo que reciben los profesionales muy poco o nada tiene que ver con los méritos. De hecho, los que extraen el petróleo y los que producen los bienes y servicios son los trabajadores y los profesionales. Y los que no producen, que son los empresarios, se cogen la ganancia que por justicia le corresponde a las mayorías. Por lo tanto, es ridículo que sean precisamente los empresarios los que elijan quienes tienen meritos, y quienes no, si ellos mismos no los tienen.
De todos modos, no se hagan coco con los méritos. No creo que haya alguien que quiera que le reconozcan méritos por haber ayudado a enriquecer más a los empresarios.
[1] Salario, Precio y Ganancia, de Carlos Marx. Editado por Ricardo Aguilera, Editor. Madrid, 1968. Pág. 10.
[2] Ibídem, pág. 11.
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