Nuestro soberbio río Orinoco

Cuando en 1.498 Colón navega por las aguas tranquilas del Golfo Triste, escribe en su diario “Y si de allí, del paraíso no sale, parece mayor maravilla, porque no creo que se sepa en el mundo de río tan grande y tan hondo” El río Orinoco después de eso es recorrido por algunos expedicionarios, pero en verdad es a partir de 1.800 cuando los datos se tornan precisos, pues en ese año aparecen en Venezuela los sabios Humbolt y Bomplant remontando el gran río. Humbolt anota sus conclusiones y ellas aparecen escritas en su celebre “Viaje a las regiones Equinocciales del Nuevo Continente” Años después Agustín Codazzi remonta el río hasta el raudal Waika y como aquí se presenta mucha dificultad para seguir adelante se diría que allí nace el río; sin embargo, constituye un misterio como no se propusiera sobrepasar el obstáculo que presentaba aquel raudal. Expediciones posteriores pudieron observar marcas en los árboles en forma de las letras L V, se cree fueron dejadas por Luis Vegas; la primera de consigue al pie del raudal Los Tiestos y la última cerca al raudal de El Queso.

A finales del año 1.950 llega a Venezuela un equipo de jóvenes exploradores franceses para estudiar el río y con un grupo de venezolanos parte la Expedición Franco-Venezolana al Orinoco, siendo así como después de 4 siglos y medio de haberse descubierto el Orinoco se averigua donde es su nacimiento. El Orinoco tiene una longitud de unos 3.000 kilómetros de recorrido y vierte al Océano Atlántico unos 20.000 metros cúbicos de agua por segundo, nace en un pocito de pequeño diámetro, circundado en casi su totalidad por un alud de granzón. En febrero de 1.969 se lleva a la Universidad Central de Venezuela una muestra de agua de ese pocito y después de cuatro semanas se conservaba potable, no contenía bacterias y casi ningún mineral. Aunque el Orinoco nace cristalino pasa luego por un suelo barroso y de inmediato adquiere ese color marrón que le es característico. Sus riberas presentan una monótona tranquilidad que se interrumpe cuando cruza por las rocas graníticas del Escudo Guayanés y es por esa zona que forman las famosas angosturas.

El Alto Orinoco termina en donde se arremolinan los casi infranqueables raudales de Maipures y Atures cerca de Puerto Ayacucho ciudad capita del Estado Amazonas. Cerca de la antigua capital del Territorio Federal de Amazonas, San Fernando de Atabapo, las aguas del Atabapo y del Guaviare al desembocar en el Orinoco mantienen sus aguas de color negro por un largo trecho hasta que son dominadas por el marrón del río Orinoco. Desde el Duida hasta la cabecera no hay ningún macizo. El lecho del río se eleva lentamente, hay solo 170 metros sobre el nivel del mar en Guahribos, primer raudal fuerte del Alto Orinoco, después los raudales y saltos se suceden en centenares de kilómetros. La cabecera del Orinoco se encuentra geográficamente en las coordenadas 63º 21’ 42” de longitud y 2º 19’ 05” de latitud. El Río Orinoco no nace en altas montañas ni se precipita estruendosamente en majestuosos saltos, pero aun así es el Primero en caudal y longitud de Venezuela, el Tercero del Continente Americano, el Décimo Primer del Nuevo Mundo y el Vigésimo Séptimo del Orbe.

La verdadera grandeza del Orinoco es el de encausar la mayor parte de las aguas que recorren el territorio venezolano. Desde la cabecera hasta su desembocadura el Orinoco al contornear el Macizo Guayanés, toma tres rumbos distintos: El Alto Orinoco, el Orinoco Medio que llega hasta San Félix y el Bajo Orinoco conforma el abanico Deltano hasta caer al mar. El Orinoco es un río rico en raudales y pobre en saltos o cascadas, aunque estas últimas son de una belleza espectacular, allí están: El Libertador, Diez de la Fuente, Michelena y Rojas, Bobadilla, El Tobogán y el famoso salto Codazzi. En el Gran Río Orinoco, sus afluentes y alrededores existen extraordinarias riquezas renovables y no renovables que todavía no se han descubierto, como también quedan otras regiones del territorio venezolano inexploradas, es por ello que falta muchos portentos por descubrir y que siguen esperando pacientemente el momento para demostrar al mundo toda esa inmensa fortaleza hídrica, vegetal y mineral que a Venezuela quiso concederle la Madre Naturaleza.

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José M. Ameliach N.


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