Razones que se le escaparon a Bolívar en el Manifiesto de Cartagena. La esclavitud, la tierra y ganado orejano.
Las contradicciones que debe abordar el sector dirigente, particularmente las referidas a la lucha de clases, deben tratarse con precisión de cirujano, para no sustraerse potenciales aliados y menos generarse oposiciones innecesarias. Los deseos, por hermosos que sean, la voluntad, etc., no son suficientes garantías para hacer la sociedad cada vez mejor. El pasado y el presente siempre se mezclan para hacer el futuro; eso es inevitable. Lo que se procura es que la resultante sea lo mejor y más limpia posible; esa es la sìntesis.
Manuel Gual, José María España y José Leonardo Chirinos, precursores de la independencia venezolana.
La sociedad venezolana estaba integrada por diversos grupos separados entre sí por profundas contradicciones; unas inherentes al carácter de las relaciones de producción, a las formas de relacionarse los hombres con respecto a la propiedad y otras de índole superestructural legalizadas por el derecho colonial.
La simple consigna independentista o por la libertad de comercio, agitadas por los blancos criollos o mantuanos, a partir de 1810, no tuvieron el poder aglutinador que ellos deseaban, ni sentido alguno para el hombre esclavo, campesinos de la costa montaña o el trabajador del llano.
Antes de 1810, se produjeron en la Capitanía General de Venezuela varias sublevaciones de esclavos que no tuvieron ningún vínculo con la idea independentista. Para los negros, hijos de la Sierra Leona, poco significado podía tener la idea de crear una patria independiente, cuando se sentían víctimas en un territorio que todavía les parecía extraño, pese a que los primeros de ellos llegaron aproximadamente doscientos cincuenta años antes. Y los esclavos negros se fugaban, ocultaban en las montañas y los bosques y formaban cimarroneras y celebraban cultos, jolgorios y rochelas. Atacaban las haciendas con las tácticas guerrilleras y degollaron amos y "violaron inocentes criaturas blancas", como se solazó en decirlo la cursilería novelística de la época. Y actuaron así como una manifestación quizás ruda y primitiva y a veces hasta cruel, pero también como una comprensible necesidad de protestar por lo injusto que se era con ellos y por un humano deseo de ser libres.
Sólo el movimiento de José Leonardo Chirinos, del 10 de mayo de 1795, aquella cimarronera huérfana de la provincia de Coro, con su índole antiesclavista, unió la esperanza de ser individualmente libre a la consigna de crear un país independiente de la relación colonial. Aquella negrada que, a través de José Leonardo habló de igualdad, libertad y fraternidad, recogió la experiencia de Haití, donde desde el fondo de una sociedad colonial esclavista, se combatía por lo que llegaría a ser la primera república de negros que registra la historia.
Y justamente por eso, por lanzar consignas que apuntaban contra los intereses de los mantuanos o blancos criollos y, al mismo tiempo, contra el colonialismo monárquico, estos sectores se unieron para aplastar al atrevido negro José Leonardo y sus seguidores, pese a las tendencias al deterioro de la economía y las relaciones de intercambio con España.
Unos años antes, en 1749, en Panaquire, Juan Francisco De León, un hijo de las islas Canarias, se levantó con una consigna menos audaz, "más realista". Con muchos amigos y pocos adversarios, aunque poderosos, logró en parte los objetivos económicos que motorizaron la expresión de su descontento. Su protesta fue sólo contra la Compañía Guipuzcoana y sus formas de relacionarse comercialmente con los productores y comerciantes criollos y peninsulares, lo que le produjo el respaldo inmediato del Cabildo de Caracas, portavoz oficial del mantuanismo. Es conocido como la compañía Guipuzcoana, creada el 25 de septiembre de 1728, pero que comenzó a operar dos años después, constituida como una empresa con la facultad de monopolizar el comercio colonial hacia España, aplicó políticas excesivamente abusivas contra los intereses de la población colonial. La protesta de De León, a quien pudiéramos llamar el primer mártir de los mantuanos, aunque no perteneció realmente a esa clase, recogió el interés de ellos y de todos los afectados por las prácticas monopòlicas de la empresa, no agredió en lo fundamental la relación colonial. Por eso se atrajo ese respaldo. Pero las autoridades, con posterioridad le castigaron rigurosamente, hasta llegar a enviarle prisionero a Cádiz. Y su final no lo motivaron sus consignas contra la Guipuzcoana que, a la postre fueron reconocidas, sino por las protestas mismas y haber quebrantado la tranquilidad y mostrado a los criollos una vía para conducir sus inconformidades. Y éstos no se sintieron obligados a respaldar hasta el final al isleño y permitieron que se le sacrificase.
Contra Gual y España, los grupos dominantes, autoridades peninsulares y mantuanos, asumirán el mismo nivel de violencia que frente a José Leonardo Chirinos. Aquellos venezolanos pardos promovieron un movimiento que, al mismo tiempo que formuló propuestas de independencia y libre comercio, solicitó la libertad de los esclavos. Fue una manifestación surgida en un sector urbano de economía de puerto como La Güaira, con ramificaciones en Caracas y de poca o ninguna vinculación orgánica con las áreas agrícolas, donde se concentraba la población esclava más sujeta a explotación y trato inhumano.
La circunstancia de plantear vinculadamente esas consignas, unió a los dos sectores más poderosos de la vida colonial venezolana: la autoridad española y los propietarios de tierras y esclavos.
El haber solicitado el libre comercio y la libertad de los esclavos, a través de Gual y España, unió programàticamente al sector de los pardos al movimiento pro abolicionista; pero el escenario – Puerto de La Güaira – y la solicitud del gobierno español por reprimir aquella protesta, hicieron fracasar, lo que fue un bello intento, prontamente pese a su consigna de independencia. Esta solicitud y el abolicionismo les desvincularon de los blancos criollos, quienes para decirlo rememorando a alguien, todavía ni siquiera los más progresistas entre éstos, estaban maduros para digerir aquellas gruesas demandas.
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