Antonio Nicolás Briceño y Simón Bolívar

El 29 de Abril de 1.792 vino al mundo Antonio Nicolás Briceño Briceño, Trujillano de pura cepa. Cuando Nicolás era un muchacho participa en diferentes representaciones religiosas, en varias oportunidades personifica al diablo y su desenvoltura histriónicas es de tan elevada caracterización que al poco tiempo lo comenzaron a llamar el diablo Briceño. Briceño termina sus estudios de abogacía en Caracas y a los 25 años se casa con María Dolores de Jerez y Aristiguieta; familiar de Simón Bolívar. Briceño por aquella época era propietario de un lote de tierra y por asuntos de delimitación tuvo discusiones con Bolívar, en 1807 se produce un altercado y al Bolívar no hacerle caso a sus reclamos, Briceño lleno de furia saca un arma de fuego y lo apunta; gracias a un movimiento rápido Bolívar logra arrebatarle el arma y quizá con ello evitar la muerte.

Al presentarse el problema de España con Napoleón, en Venezuela se crea la Junta de Protección de los Derechos de Fernando VII, más adelante, 1.811, se declararía la Independencia y por estar Briceño inmerso en las conspiraciones y acciones políticas subversivas contra el Rey de España, se convierte en un gran organizador, propagandista del pensamiento revolucionario y extraordinario activista, todo esto lo lleva a ser miembro del Congreso Constituyente y firmante del Acta de la Independencia en representación de Mérida; para el momento que Miranda asume el mando ya Briceño era fiscal militar. Al perderse la Primera República, Antonio Nicolás Briceño se exilia en Curazao, de allí se marcha a Nueva Granada, hoy Colombia, apareciendo en 1.812 en Cartagena de Indias; lugar de donde lanza una proclama en busca de hombres para venir a independizar a Venezuela.

En aquel momento Briceño asume una línea que parece ser muy cruel al ofrecer recompensar con tierras, propiedades y ascensos militares a todo aquel que marchará con él en su propósito independentista y diera muerte a cada español que se opusiera a tal misión, aquello implicaba que todo combatiente suyo que le trajera cabezas de españoles recibiría su premio; y mientras mayor el número de cabezas mayor sería la recompensa. Bolívar, que en esos momentos estaba organizando la invasión a Venezuela junto al coronel Manuel del Castillo, estuvo en completo desacuerdo con la proclama lanzada por su pariente político, pero cuando éste se aparece en Cúcuta con un grupo de caballería lo ratifica con el grado de coronel y le ordena trasladarse a San Cristóbal, ciudad fronteriza de Venezuela, una vez Briceño encargado del mando en San Cristóbal decide hacer caso omiso de la recomendación que Bolívar le da y al dos españoles desobedecer sus ordenes los lleva al patíbulo y sus dos cabezas son enviadas como regalo; una para Bolívar y otra para Castillo. Bolívar de inmediato manda a sustituir en el mando a Briceño y ordena se ponga a su disposición en Cúcuta.

Briceño al enterarse de la orden de Bolívar sale de San Cristóbal para no esperar su reemplazo, la excusa fue de que se lanzaba a combatir a los españoles. Al conocer que el comandante español Yáñez se disponía atacar la población de Casanare hacía allá se dirige, pero al saber Yáñez de lo planeado por Briceño se devuelve y le prepara una emboscada, Briceño queda prácticamente solo en medio del enemigo al retirarse desordenadamente sus tropas; y junto a doce de sus oficiales cae preso. Como la decapitación de los dos españoles era reciente, se presenta la oportunidad de la venganza, el juicio seguido a Briceño termina con su condena a muerte por lo que es fusilado en la Plaza de Las Dolores en Barinas el 15 de Junio de 1.813, justamente el mismo día en que el General del Ejército Libertador, Simón Bolívar, suscribe en Trujillo el Decreto de Guerra a Muerte.

Estimado lector, observe como a Antonio Nicolás Briceño le decían el diablo Briceño desde adolescente, y no porque fuera un apodo ganado por su fiero modo de combatir, también advierta cómo Bolívar, al comprobar la crueldad que empleaban los españoles contra los venezolanos, termina por aplicar la misma idea que tuvo Briceño cuando en Cartagena hace pública su proclama.

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José M. Ameliach N.


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