Rambo rodó en Macondo

«Colombia es un país hiperbólico. Ya lo decía un crítico de arte, quien lo demostraba desde los voluminosos personajes de Botero hasta la desbordada imaginación de García Márquez. Sin embargo, una novela de intrigas e infiltraciones, como la que quiso construir Santos, no cabe en Macondo. »


Un ministro rodó en Colombia antes de terminar de rodar su película sobre un rescate en la selva que ni Rambo. El titular de la Defensa, Juan Manuel Santos, ya tenía un rotundo triunfo político con haberle arrebatado a las Farc a sus más emblemáticos prisioneros, pero quiso ponerle aliño a su novelesca versión de los hechos. Lo de "novelesca" es propiedad intelectual de las agencias de noticias.

El presidente Uribe, un tipo sibilino y taimado, dejó que el ministro se inventara su propia epopeya, con caballo de Troya (los helicópteros del engaño) y todo. A Santos, considerado el duro del Gobierno, lo tienen como el sucesor presidencial y preferido del imperio. No se extrañen que desde el mismo palacio de Nariño hayan dejado colar informaciones que arrojan dudas sobre la historia autoheroica de Santos.

Colombia es un país hiperbólico. Ya lo decía un crítico de arte, quien lo demostraba desde los voluminosos personajes de Botero hasta la desbordada imaginación de García Márquez. Sin embargo, una novela de intrigas e infiltraciones, como la que quiso construir Santos, no cabe en Macondo.

Cuando la trama del imaginativo ministro comenzó a descuadernarse, la señora Ingrid Betancourt, obligada protagonista de todo este asunto, puso distancia de por medio, para desmarcar su imagen de un cuento que, tarde o temprano, develaría sus dudosas costuras.

Cada día, la versión ministerial del rescate se alejaba más de lo que fue y ocurrió en la realidad. La radio suiza que habló de un soborno de 20 millones de dólares fue descalificada. El diario israelí que aseguró la participación de Tel Aviv en la operación, desmentido. Las agencias internacionales que informaron sobre el apoyo del Pentágono, el embajador gringo en Bogotá y el Comando sur, desestimadas.

El alto mando de la guerrilla guardaba silencio, mientras Santos, eufórico, ofrecía entrevistas a medios locales e internacionales. Una vez que recabó toda la información sobre los acontecimientos, el secretariado de las Farc lanzó un escueto comunicado, en el que culpaba de la "fuga de los prisioneros de guerra" a la "conducta despreciable de César y Enrique". Una traición pues y una vulgar compraventa de rehenes. Aun así, se trataba de un triunfo político del Gobierno colombiano y de un duro golpe para las Farc. Cuando estos hechos son "aliñados" por el ministro Santos "para su mayor gloria", en el pueblo colombiano queda la sensación de haber sido engañado y de tener un Gobierno mentiroso. Uribe, consciente de todo esto (y artífice en buena medida) se viene a Venezuela, se abraza con Hugo Chávez, hace las paces y deja a Santos entendiéndose y enredado en su propia novela.

En su fuga hacia delante, el ministro colombiano se ve en el incómodo papel de tener que defender la fidelidad de los guerrilleros y carceleros de Ingrid Betancourt y los mercenarios gringos. Mientras las Farc acusan a sus ex camaradas de traidores, Santos asegura que no lo son, sino luchadores engañados por su ejército. Es lógico que el alto funcionario mantenga su versión, pues de esa fábula macondiana pende y depende su futuro político. Sin embargo, no sería la primera vez que el desenlace de una novela escapa de su autor.


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Earle Herrera

Profesor de Comunicación Social en la UCV y diputado a la Asamblea Nacional por el PSUV. Destacado como cuentista y poeta. Galardonado en cuatro ocasiones con el Premio Nacional de Periodismo, así como el Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal (mención Poesía) y el Premio Conac de Narrativa. Conductor del programa de TV "El Kisoco Veráz".

 earlejh@hotmail.com

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