¿Crisis?

La farsa del alza de combustibles y alimentos a nivel mundial

Vamos a exponer, sin exagerar números ni datos, la relación entre la crisis de combustibles y la de los alimentos, ambas caracterizadas por el alza violenta de los precios. Pero, atención, al contrario de aquello de que intentan convencernos los agentes de la media corporativa y el capitalismo aplicado a escala mundial, no estamos viviendo una crisis profunda ni nada parecido. En este momento la humanidad sufre loa ataques especulativos que implican el temor inflacionario en todo el mundo. Vamos a deconstruir cualquier fantasma delirante que alegue semejanzas entre el momento actual y las crisis de 1929 o del petroleo en 1973.

El problema nace en los Estados Unidos, dónde existe una perdida de credibilidad en las instituciones y empresas más importantes del Imperio. La falta de fe en los pilares del capitalismo estadounidense alcanza también a los medios de comunicación –de allí la disminución de tirajes de los diarios impresos- pasa por el bipartidismo viciado de demócratas y republicanos y afecta directamente a los operadores del mercado financiero, bancos y mega corredores de bolsa. Tampoco escapan las corporaciones transnacionales, las mismas que falsificaron sus balances frente a la receta del Banco Central de los EE.UU (FED). Esos pilares del capital del Imperio son los que dieron soporte al gobierno neoconservador de Bush hijo. Aprovechando la “ventana de oportunidades” surgida con los atentados del 11 de setiembre, cuando un presidente electo a partir de un fraude electoral pasa a liderar una cruzada mundial contra el terrorismo, las acciones de Bush Jr. traspasan todos los límites de lo tolerable, hasta para el “vale todo” capitalista.

Las mayores empresas del Imperio en los últimos ocho años vienen falseando balances, mintiéndole al mercado de capitales y vendiendo moneda corrupta en base a promesas. Una casa, financiada a través de una hipoteca bancaria, era “revendida” otras 36 veces, siendo dada como garantía para otros préstamos. Las deudas de la clase media estadounidense llevaron a la ejecución de hipotecas a más de un millón de familias, equivaliendo a cerca de cinco millones de personas sin techo de un momento a otro. No había cómo sustentar el sistema financiero desde el punto de vista de la legitimidady –así como hizo en Brasil el presidente Fernando Henrique Cardoso (1995-2002) con el programa de reestructuración financiera, el PROER de 1995, también conocido como “salva-bancos”- el FED intervino aplicando un ajuste financiero, infiltrando agentes de inteligencia en las casas bancarias y los fondos de inversión, e intentando regular un poco el juego especulativo. En los escándalos producidos por el fraude en los balances en perjuicio de los inversores, tuvieron que ver empresas gigantes entre las que se encontraron Merrill Lynch, Goldman Sach, Enron, Bear Sterns y Arthur Andersen. Lo mismo sucedió con la quiebra de Malasia en 1997 y 1998, cuando el ataque especulativo y las locuras de los operadores del banco inglés Baring Brothers pusieron tras las rejas a un operador financiero, que pagara por toda la institución, el precio de la insensatez. Ahora ocurre lo mismo, cuando el FBI arresta a algunos ejecutivos. El “ajuste” es apenas eso, perder algún dedo para salvar la mano.

La faena pasa por la propia casa del Imperio, y ahora el blanco del furor especulativo son los bienes estratégicos que los operadores del capitalismo global llaman “commodities”. Esto sucede porque el “Complejo Militar-Industrial” abre un hueco sin fondo en la deuda pública (interna) de los EE.UU. y obliga al mundo entero a comprar en dólares y a sustentar las intervenciones imperialistas para controlar el petróleo en el mundo. El alza del “oro negro” justifica todo. Encubre una guerra sin fin en Irak, dónde el gobierno de Estados Unidos gasta U$ 2.000 por segundo mientras genera los mayores lucros de la historia para las transnacionales ejecutoras de contratos con sus fuerzas armadas. Esta alza justifica las defensas de las reservas mundiales, avanza contra el santuario ecológico de Alaska, busca quebrar a las petroleras estatales –como sucedió en Brasil, con el robo de los secretos de los notebooks de PETROBRÁS transportados por la Halliburton, fortalece el lobby sionista en Washington (fuerza ésta que sólo con lobbystas y hombres de marketing emplea a más de 7.000 funcionarios), e implica el chantaje global contra países productores de petróleo como Irán y Venezuela.

Es siempre la misma técnica: se anuncia una crisis productiva, que en verdad no pasa de especulación y mentiras mediáticas, para apoyar la acción imperial.

Con la “escasez” de alimentos esta farsa histórica se repite. Con los gobiernos de países subdesarrollados como Brasil, India y Argentina dolarizando sus productos primarios, incentivando sus exportaciones, con el aumento del área plantada en Europa y EE.UU para biocombustibles; el precio final de los alimentos es impuesto por los países rícos y financiado por los países pobres. Los precios suben porque así es más caro para los países centrales financiar la producción de sus agricultores. Pero es necesario comprender este dato absoluto, el mundo tiene abundancia de alimentos y escasez de distribución. Sólo la Argentina produce comida para alimentar a 300 millones de habitantes. Este país hermano tiene menos de 40 millones de habitantes y podría dar de comer a más de la mitad de los 517 millones de latinoamericanos.

Lo que encarece los alimentos en países como Brasil, es que no existe subsidio agrícola, y la reducción de presupuesto va siempre hacia la agricultura familiar. Para la zafra 2008/2009 el gobierno de Lula va a invertir seis veces más en los monocultivos de exportación que en la agricultura familiar y campesina. De esta forma, el llamado “agronegocio” que se desarrolla a partir del financiamiento público y que produce con venenos y semillas transgénicas, vuelve más caro para los consumidores el alimento producido sin ayuda del estado para consumo interno.

Lo mismo sucede con los biocombustibles, y el caso brasilero es el más llamativo. Sólo Brasil tiene petróleo y planta menos del 2% de su área cultivable en caña de azúcar. Lo mismo ocurre con el alcohol y demás biocombustibles. El monocultivo es dañino, el Estado no interviene con regulaciones, y los productores industriales se hacen la fiesta del lucro fácil, apostando al mercado futuro (en “alza” por escasez).

Todo esto sin “necesidad real””, porque la trampa está en el modelo productivo. Es perfectamente viable la construcción de pequeñas usinas de alcohol a muy bajo costo, capaces de generar combustible baratísimo para consumo local. Pero como el país está bajo el control de ejecutivos con visión imperial, siempre ven la gran escala y el uso de la tierra para generar “commodities” de exportación. El problema es casi siempre del control administrativo y político de PETROBRAS, que bajo el mando de neoliberales, piensa y actúa como una transnacional, regulando los precios internos en Brasil a partir de los de exportación. El país tiene autonomía de extracción, reservas enormes todavía vírgenes y necesitaría invertir en refinación y producción. Con eso bajaría los precios internos, generando una política de subsidio de la producción brasilera.

Esto sólo es posible en el Brasil a través de una revolución.

Este es el tipo de debate que no es conveniente para los neoliberales que comandan los puestos claves del Ministerio de Minas y Energía y a las empresas asociadas a este sector. La generación de un modelo opuesto es simple, y el mejor ejemplo es en este caso el de Venezuela. Luego que los trabajadores tomaron PDVSA, a partir de un conflicto directo, la gasolina y los combustibles salen a precio de costo dentro del país. Esto es lo que nadie dice. Tenemos reservas en Brasil para los próximos 50 años, lo que no tenemos es una política de precios justos dentro de Brasil.

blimarocha@via-rs.net


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Bruno Lima Rocha

Politólogo, periodista y profesor de relaciones internacionales

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