Jesucristo, azote de la criminalidad, aún no descansa en paz

Según reportes bíblicos, hace 2 mil ocho años, aprox., nació el inspirador
de la vigente Religión Cristiana, repleta de amor y paz por todos sus
costados. Su mensaje político sigue pendiente de aplicación más allá de las
simples plegarias, ruegos y ritos que parecieran llenar supletiva y
espiritualmente la verdadera lucha social contra los instigadores de la
inquietud ciudadana, contra los dueños de las armas bélicas, de sus
productores, mercaderes y usuarios. Y conste que ese cuadro de belicosidad
efectiva y potencial ha cambiado muy poco luego de esos apelotonados 20
siglos

Antes de este nacimiento, los conflictos sociales entre patriarcados,
tribus, reinos, cacicazgos y demás entes políticos solían resolverse
mediante la expedita lucha armada. Mutilados a granel, mortandades
ilimitadas y demás cruentas barbaridades cubren la "mediática literaria"
de esas sociedades, una más primitivas que otras, y lo siguen haciendo. El
violento exterminio de millones de personas ocurrido y factible casi a la
velocidad de la luz es el "orgullo" de los países imperialistas del pasado
inmediato y presente siglos.

Científicos galardonados con el anzuelo del Premio Nobel, instaurado y
dispuesto por un fabricante sueco de los explosivos que en capacidad mortal
precedieron a la bomba atómica, dan cuenta de un connotado físico alemán
quien asilado en EE UU en este país le vendió denodados servicios a
los magnates del mundo moderno sitos allá y con jurisdicción económica y
financiera de mando en el resto de los países capitalistas. Estos magnates
son los amos del verdadero y más eficaz arsenal contemporáneo, vale decir
las mercancías elaboradas con mano de obra asalariada.

La Historia Universal nos ofrece una copiosa gama de personajes, unos
bautizados como héroes y heroínas, otros como grandes libertadores,
independentistas y conductores de masas, y otro puñado como azotes de la
humanidad. Por ejemplo, el "bárbaro" Atila fue un experto jinete criminal
a quien la leyenda le atribuye la desecación de los territorios hollados
por sus caballos durante su aplastante derrota infligida a los "civilizados"
imperialistas romanos.

Los jefes tribuales, reyes y reyezuelos, sátrapas, faraones, cónsules y
pares coetáneos, además de otras variadas formas gubernamentales, poco
democráticas, sobrevivían por la única forma social que conocían. La
guerra era su meta y a sus los habitantes se les preparaba para ella. Hubo
hasta ciudades cuarteles como la de los espartanos, a cuyos soldados se les
privaba de hacer familia para evitarles posibles distracciones en sus
funciones de vigilancia y manteamiento de la "paz" peloponense.

Uno de los ejemplos más conocidos de mortandad causada por guerras entre
seres humanos nos lo ofrecen los reyes de Macedonia, conquistadora y
devastadora del "estado griego" y de un amplísimo territorio periférico. El
rey Filipo y su hijo Alejandro "Magno", muy bien entrenados, asesorados y
culturalmente formados por su preceptor favorito, un renombrado ciudadano
de marras, el llamado "sabio" Aristóteles de Stagira, batieron record en esa
cruenta función aniquiladora de pueblos enteros para someterlos a su
insaciable imperio balcánico. Al segundo y magno criminal le bastó 33
años para devastar medio mundo. Fue fundador de ciudades con su nombre en
las lejanas tierras egiptanas. Como a todos esos criminales, las
ensangrentadas reseñas de literatos y periodistas les reconocen
virtudes como estrategas militares y otras no menos "altruistas" que
subrepticiamente han pretendido esconder lo que el hebreo Jesucristo quiso
fallidamente abolir desde hace dos milenios.

Efectivamente, Jesús introduce sin precedentes la idea del amor, la
amistad, la antibelicosidad, la hermandad entre todos los hombres a quienes
de partida considera hijos de un mismo patriarca. Principalmente, cuestiona
el fratricidio e hizo hincapié en la necesidad de amarnos y respetarnos los
unos a los otros. Una idea pendiente todavía de cristalización y que no
fraguará mientras haya personas que sigan lucrándose con el sudor ajeno y
mal pagado.

Una de las principales partidas presupuestarias de los países actuales es la
dedicada a la constitución, producción y mercadeo, ampliación y potenciación
de su capacidad bélica. Curiosa y constitucionalmente, las llamadas Fuerzas
Armadas tienen como fin supremo la conservación de una paz que poco se
observa en sociedades acosadas diaria y nocturnamente por el hampa común y
la nacional e internacionalmente organizada.

En casi todas las constituciones modernas el Gasto Militar sobrepuja el de
otros ministerios públicos. La paz social es reducida a la quietud de sus
trabajadores camino a los centros de explotación, pero fuera de sus fábricas
y talleres, en calles, plazas y hogares, reina la angustia en casi todas
las familias, unas asaltadas a las puertas bancarias, otras secuestradas,
otras masacradas. Y lo dramático es que los organismos policiales ad hoc
casi limitan sus informes de progreso en materia de seguridad pública a
fríos y maquillados datos estadísticos porcentuales presentados en
coloridos y bien hechecitos gráficos de variopintos formatos.

En el caso venezolano la "despacificación" de sus hogares es hoy por hoy
uno de los flagelos que evidencian violaciones constitucionales al lado de
innegables, ingentes y crecientes gastos castrenses y policiales de toda
índole.

Pareciera que las sugerencias de pacificación cristiana siguen siendo
reducidas a la paz laboral y no a la de los hombres dentro y fuera de de sus
centros de trabajo. De tal manera que Jesús descansará en paz sólo cuando
esta reine entre las sociedades liberadas de la criminalidad que aún las
mantiene en constante y colectivos fratricidios.

marmac@cantv.net


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Manuel C. Martínez M.


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