Hace unas semanas se reunió en Japón el G 8, con algunos invitados emergentes, ahora termina de reunirse en Teherán, Irán, el Mnoal, (Movimiento de Países no Alineados), que suma 118 países. Casi al mismo tiempo lo hizo la quinta Ronda de Doha en Ginebra, Suiza, que fue un completo fracaso nuevamente. Con estas tres cumbres o reuniones podemos pintar las circunstancias globales que nos toca vivir.
Ocho países son los que ostentan el poder mundial, controlando las tecnologías de producción, los caminos del gran capital y los costos del dinero, los medios formadores de opinión, los precios del libre mercado de oferta y demanda, la producción de armamento bélico incluyendo bombas atómicas y escudos misilísticos.
Decir que ocho países controlan el mundo son aún reminiscencias de una época medieval, porque si algo caracteriza a este momento revolucionado económica y culturalmente, es la velocidad de producción, transporte y comunicación, lo cual nos exige pensar en tiempo real. Las viejas concepciones de poderes fijos, estáticos, como los Estados y sus medios de control siempre asociados a una localización geográfica, han sido totalmente desbordadas por la velocidad de movimiento efectivo que posibilitan las nuevas tecnologías. Por eso hoy comenzamos a hablar de paraestados corporativos, de paramilitares, etc.
Son unas pocas corporaciones transnacionales, es decir no localizadas, no responsables social ni ecológicamente, ni controlables geográficamente por tanto, las que continúan concentrando crecientemente capital. Y por ende pueden comprar, pagar y controlar, constelar a su servicio reyes, políticos, supuestas ONGs, medios masivos de comunicación, ejércitos, etc.
Y en consecuencia países, estados, sindicatos y sociedades. Que ya son un recuerdo, una concepción obsoleta como los pueblos mineros abandonados, una vez que se agota la veta de mineral. El pensamiento y los paisajes globales, manejados estrcutralmente por legislaciones supranacionales, son entonces la condición, los poderes que nos rigen y controlan.
La aplicación práctica e intensiva de ese poder monetario y tecnológico irresponsable, descontrolado, es también la que genera consecuencias climáticas y ambientales globales, planetarias, cuyos tiempos y consecuencias son impredecibles. Y son impredecibles porque son inéditas, nunca las experimentamos hasta hoy.
Como ya sabemos nuestro pensamiento, nuestras ciencias, leyes e instituciones sociales, se basan en la experiencia repetida, hasta que masificándose y afectándonos mayoritariamente entra obligatoriamente en nuestro horizonte perceptual y consideraciones. No caemos en cuenta de nuevas variables o alternativas porque nos sucedan una que otra vez.
A eso le llamamos casualidad, accidente, confiamos en que es un error y no volverá a repetirse, que todo volverá a la normalidad. En consecuencia las creencias y los hábitos de nuestros modelos culturales se resisten a aceptar los cambios, considerándolos alteraciones intrascendentes. Nuestras concepciones están desfasadas con los hechos y siempre corremos bastante detrás de ellos.
Esta semana también nos informaron que se produjo en Tegucigalpa, Honduras, una reunión de los ministros de agricultura de los países integrantes de Petrocaribe, para planificar la aplicación de la deuda petrolera en siembra conjunta de alimentos. Que llegó a Bolivia el primero de cinco taladros petroleros que le envía la PDVSA venezolana. Ecuador comunicó oficialmente a EEUU la no renovación de la base militar de Manta que vence en el 2009.
Una ejemplo de lo que es un pensamiento desfasado con el poder emergente de los hechos de una revolución económica, lo tenemos en que las intenciones de Mnoal nunca pudieron ir más allá de presentar sus quejas y expectativas a los que ostentaban crecientemente el poder global, a los que afectaban crecientemente las posibilidades de sus pueblos y países. Mientras que Petrocaribe es hoy el ejemplo de una respuesta veloz, eficiente y solidaria para neutralizar esas amenazas.
Porque toda intención concretada en acción en una dirección, genera inevitablemente una reacción contraria y de la misma fuerza. No podemos pensar que la agresión al ecosistema, al ser humano, a las sociedades, no recibirá ninguna respuesta. Si eso fuese posible ni el ecosistema ni nosotros como partes de él existiríamos ya. Solo que esa contrafuerza requiere una concepción o dirección viable para neutralizar la acción.
Porque de otro modo no tiene como canalizarse y el sistema de tensiones puede convertirse en malestar que explota internamente. ¿Qué otra cosa es la inconformidad social que se manifiesta como delincuencia o actitudes antisociales? ¿Qué son las enfermedades, el hambre, la ignorancia, en fin la desprotección y miseria social? ¿A qué responden las adicciones alcohólicas y a las drogas, sino a la falta de fe en el futuro, sobre todo por promesas repetidamente incumplidas?
Eso es así porque los centros de gravedad en los hechos, no son las instituciones abstractas como creen los ideólogos enajenados de las sensaciones de sus cuerpos, sino los seres vivos que son quienes sufren y reaccionan a las carencias. Hoy comenzamos a comprender que no podemos neutralizar los efectos fácticos de las nuevas y sofisticadas tecnologías, con viejas concepciones e instituciones.
Por eso resurge la idea-fuerza bicentenaria de la Patria Grande. O nos unimos o el siglo veinte nos encontrará bajo nuevas sumisiones, colonialismos y esclavitudes. Por eso los tiempos señalan la necesidad de que América Latina y los países no alineados todos, pasen de la actitud pasiva, de las ideologías, las quejas y culpas, a los hechos solidarios concretos.
La unificación de fuerzas con dirección esclarecida, con conocimiento preciso de causa, es la única que nos puede sacar de este mundo despedazado en diferencias. Y en esa dirección van hechos comos los taladros petroleros que Venezuela le envía a Bolivia que ha renacionalizado sus materias primas, o la de Ecuador que ya no acepta bases ni ejércitos trasnacionales de dudosas intenciones, asentados dentro de un territorio soberano.
Es necesario comprender que la existencia toda tiene por centro de gravedad el equilibrio. Si se fuerzan situaciones vivas, naturales o sociales en una dirección, inevitablemente se producirá una reacción. Que acumulándose, al llegar a umbrales tenderá a restablecer el equilibrio inicial. Pero esta vez en un nivel superior, ya que se habrá desarrollado e integrado conciencia y conocimiento en tal proceso.
Por eso es inevitable que un G 8 genere un Noal, Petrocaribe, etc. Es inevitable que ese sistema de tensiones crezca y produzca alteraciones del entorno vital, hasta que encuentre formas constructivas y superadoras de lo anterior, volviendo entonces al equilibrio. Por eso es ingenuo pensar que puedes empujar y empujar eternamente en una dirección no deseada.
En un principio los sistemas de tensión internos que se generaban en una sociedad, se canalizaban con enfrentamientos físicos. Había mucho espacio para que a cierto nivel elevado de tensiones acumuladas, un grupo se diferenciara de otro y comenzara un camino distinto.
Pero poco a poco los conocimientos y tecnologías incipientes hicieron posible la agrupación de conjuntos humanos mayores, además de posibilitar cada vez más sofisticadas herramientas de defensa y agresión para dirimir los conflictos de intereses. Por lo cual había cada vez más fijeza y resistencias a abandonar los asentamientos organizados ya jerárquicamente.
Las tensiones internas a cada organización social, comenzaron a canalizarse entonces cual enfrentamientos bélicos cíclicos con otras sociedades, una función catártica similar a la que cumplen hoy los enfrentamientos sexuales y deportivos de todo tipo. Hasta que llegamos a las dos ya conocidas guerras mundiales. Sobreviniendo entonces la revolución económica y cultural, que pone la condición tecnológica y material para la interacción social global o planetaria. Para la gran patria o nación humana, o el retorno masivo a la barbarie.
Esto en otras palabras quiere decir que los hechos, las acciones y reacciones se aceleran al punto de que ya no hay espacio adónde irse ni tiempo entre nuestras acciones y sus consecuencias. Porque la condición imperante es la misma donde sea que vayas y hagas lo que hagas. También puede decirse que una condición global no es localizada.
El ecosistema por ejemplo está regulado por una condición global, atmosférica, climática. Una pequeña variación de temperatura global, acelera o enlentece todo el ciclo vital completo. Eso lo estamos viviendo crecientemente hoy en día, solo que no podemos imaginar siquiera las consecuencias que ello ha de tener sobre el reino inorgánico, físico, químico y electromagnético.
Ni sobre el orgánico, vegetal, animal y humano. Pero ya en principio podemos apreciar que cada fuerza fenoménica genera su contracara, y así estamos sometidos en una parte a inundaciones y bajas temperaturas y en otra a sequías y elevadas temperaturas simultáneamente. Sin embargo, la condición que los genera, una vez más es global, una sola.
Pensar en términos de estructuralidad, de una condición climática global que regula simultáneamente las funciones locales, tendiendo a restablecer el equilibrio; puede resultar sumamente difícil, casi imposible a nuestra hábitos de pensamiento abstracto y mecánico, que se basa en diferencias que manipula cual cosas estáticas.
Sin embargo, si comprendemos que vivir, que un ser viviente, sobre todo un ser humano genera continuas y crecientes tensiones, será fácil deducir que sus expresiones han de canalizar conductualmente esos sistemas crecientes de tensión. De no hacerlo, a cierto grado de acumulación de tensiones estallaría, se desintegraría.
Esa explosión es justamente lo que sucede cuando un sistema de hábitos y creencias, una organización social y sus instituciones, se vuelven represivos y limitantes para el nivel de tensiones, experimentado como sufrimiento mental, insatisfacción, temor, sinsentido, desorientación, en fin, contradicción, violencia íntima.
De ese modo colapsan órganos físicos como el corazón o el cerebro, o surgen enfermedades por desarticulación del sistema defensivo. Pero también estallan rebeliones sociales, delincuencia, guerras civiles, guerrillas urbanas o suburbanas, guerras mundiales, drogadicción, alcoholismo y obsesiones sexuales. Revoluciones económicas y culturales.
Cuando esta situación de elevada tensión por acumulación histórica de modelos sociales se generaliza o globaliza, (como ha sucedido con los centros civilizadores que llamamos imperios, en la medida que su poder tecnológico lo ha posibilitado), no nos deja más alternativa que la violencia y el caos generalizado o la capacidad de canalizar esas tensiones constructivamente.
Hoy comienza a hablarse de multipolaridad o policentrismo, de equilibrio de poder social, nacional y mundial. De instituciones democráticas participativas y protagónicas nacionales e internacionales, de entregar poder social y económico al pueblo. De organizaciones horizontales inclusivas en lugar de las jerárquicas, verticales, excluyentes, discriminadoras.
Ya no se habla de libertad, igualdad, justicia, solidaridad, fraternidad, en términos abstractos, ideológicos. Sino que se lo comprende como voluntad política para concretar una distribución justa del valor agregado de la productividad. Sin embargo, para que ese camino por el que avanzamos no admita ya retrocesos, hemos de revolucionarnos sicológicamente produciendo una ruptura definitiva con el pasado.
Hemos de recordar que los crecientes sistemas de tensión los hemos descargado o canalizado catárticamente por la vía violenta de la destrucción, alternada con ciclos de pacífica construcción. Hasta que acumulamos suficiente carga para buscar entonces nuevamente vías de descarga súbita y equilibradora. Una vez más, eso no sucede en las instituciones sino en todo organismo como lo ejemplifican las relaciones sexuales, función catártica por excelencia.
Lo que falta por reconocer en mayor profundidad, es que nuestras concepciones, nuestras imágenes del mundo, nuestros paradigmas culturales, son justamente traducciones a formas, a representaciones mentales, de esos sistemas de tensión intracorporales. Son justamente el intento de canalizar o descargar esas tensiones experimentadas como sufrimiento mental.
Pero no hablamos de sufrimiento mental, de sobretensión o estrés, de violencia interna, sino de crecer, de triunfar, de realizarnos, ser exitosos, felices, aceptados, queridos. Poniendo de todos modos por omisión en evidencia nuestras carencias. Porque, ¿quién desea ser feliz sino el que sufre, exitoso sino quien se siente fracasado, triunfar el derrotado, aceptado y querido quien se siente excluido y maltratado?
El punto crítico es entonces en primer lugar, darnos cuenta que vivir hipertensos se ha convertido en hábito, en nuestra normalidad. Que esa sobretensión se experimenta como alienación, incomunicación, exclusión, soledad, sufrimiento, violencia íntima, traduciéndose como expectativas exageradas, desproporcionadas de atención y afecto, que nada ni nadie puede satisfacer. Como irrealizables sueños compensatorios de éxito, triunfo, felicidad.
Es relativamente fácil darse cuenta que el crecimiento del cuerpo no puede suceder pegado toda la vida al seno de su madre ni engordando y ocupando espacio infinito, porque a cierto punto uno se extinguiría y el otro se intoxicaría, explotaría. Sin embargo no por ello la gente deja de intentar canalizar sus tensiones comiendo hasta deformar su cuerpo, trabajando hasta desmayarse o parasitando el trabajo de otros.
Pero no resulta tan fácil darse cuenta, que si soñamos que nuestra propia imagen mental o la de los paisajes con los que estamos identificados crezcan, eso conlleva degradar a los demás para sentirnos superiores, impulsa a la expansión de la imagen nacional convirtiéndose en imperialismo.
Esa imagen mental expandida, nos lleva a sentir que otras visones no caben en el mundo, porque ocupan el espacio que necesitamos para nuestro crecimiento. Por lo cual el conflicto íntimo termina dirimiéndose violenta, bélicamente. Ese es el tropismo, el hábito mecánico catártico que hemos desarrollado para descargar nuestras tensiones, que al llegar a ciertos umbrales se nos imponen como la imperiosidad de hacer algo.
Realizar entonces una transición de la organización vertical, jerárquica y excluyente a la horizontal, solidaria e inclusiva, requiere aprender a relajarnos concientemente, a canalizar nuestras tensiones de modos constructivos. Eso debe llegar a formar parte de nuestro conocimiento y experiencia y enseñarse desde la niñez, sobre todo con el ejemplo de los mayores, que ya no dirán haz lo que digo pero no lo que hago.
Pero también será necesario imaginarse modos de crecer, realizarse, superarse a si mismo, ser feliz, que no impliquen espacio ni tiempo, degradación, decrecimiento o sometimiento de los demás a nuestros sueños de grandeza. Para ello es imprescindible deshipnotizarnos de nuestras imágenes o representaciones mentales, reabrir los ojos y “ver” al ecosistema.
La vida se auto genera, auto regula y crece como un todo. Una única y misma condición climática, atmosférica, global, regula toda la estructura vital de funciones simultáneas, teniendo por centro de gravedad el equilibrio.
Si en una cara o polaridad planetaria es noche, invierno, nieva o llueve, y la vida se desenvuelve lenta, perezosamente, en la otra es día, verano, cielo despejado y seco, la vitalidad es intensa, exuberante, tropical. Si la actividad externa se reduce, la íntima se intensifica compensatoriamente para equilibrarla. Igual que el sueño equilibra la vigilia.
Cuando aprendamos a observar con calma estos fenómenos y dejemos de pensar como máquinas con piezas reparables, que ocupan espacio y requieren continua y agotadora supervisión y reemplazo en el tiempo. Cuando aprendamos a pensar orgánicamente, reconociendo que crecemos integrando la experiencia resultante de la relación con nuestro entorno.
Es posible que reconozcamos que intentamos canalizar las tensiones que se generan intracorporalmente en todo ser viviente, traduciéndolas a representaciones mentales, paradigmas culturales, modelos económicos. Y que son ellos justamente los que nos imponen una condición global tensa o relajada, que se manifiesta inevitablemente en conductas.
El problema entonces no es cómo unirnos, porque desde siempre compartimos modelos mentales que nos generan sistemas similares de tensión y conductas, según la amplitud operativa que las tecnologías de comunicación les posibiliten.
El problema es si seguiremos unidos en el sufrimiento, la violencia y la miseria, o si seremos capaces de relajar esos sistemas de tensión comunes, aprendiendo a traducirlos a emociones, pensamientos y conductas generosas, solidarias. Si seremos capaces de establecer un nuevo principio, una ruptura con nuestra problemática histórica, comenzando a revertir los efectos temporales o acumulativos de la mecanicidad y la violencia.
michelbalivo@yahoo.com.ar