Las llaves del Che

Llego a la casa natal del Che en Rosario y me encuentro con un hombre que pide llaves para fundirle una estatua. Frente al chalet descuidado y tristón busco en los bolsillos, dudo si regalarle una llave y al fin se las regalo todas. Sin llave no hay prisión, nadie queda encerrado fuera del bien deseado ni adentro. El hombre saca de un zurrón y me muestra su tintineante cosecha de llaves de cárceles, de esposas, de mansiones, de cinturones de castidad, de cajas fuertes, de hoteles, de limosinas, del cielo. Cada infamia tiene su llave y si la estatua del Che las funde todas podría ser ella la llave misma que abriera la cerrada puerta del mundo. Me voy sin llaves sabiendo que he quedado fuera de todo. Cuando todos hagan lo mismo no habrá adentro ni afuera.

Se fueron Los ricos gobiernos de los países ricos sancionaron la directiva y una mañana todos los inmigrantes se fueron.

Se fueron los que siembran y cosechan el maíz en el Corn Belt y las naranjas en California y los olivos en Sevilla y las uvas en Italia.

Se fueron las que trabajan por nada en las maquilas y las que duermen tiradas en el piso en los talleres de costura de las prendas de marca y las que cambian pañales con mierda de bebés ajenos y las que cuidan niños con problemas de conducta y las que tienden camas en los moteles por horas.

Se fueron los que van a pie a ensamblar Fords en Detroit y Mercedes en Stuttgart y Maseratis en Italia y BMWs en Bavaria.

Se fueron las que madrugan para fregar bulevares a las cuatro de la madrugada y las que trasnochan para limpiar excusados de bares a la medianoche y vaciar bacinillas de hospitales ahora y en la hora de la muerte amén.

Se fueron los que llegaron con título y postgrados bajo el brazo y que con las sabidurías pagadas por sus pueblos de origen mantenían funcionando quirófanos, laboratorios, tanques para ahogar el pensamiento, academias de destrucción masiva.

Se fueron las importadas para las agencias de acompañantes y las traficadas para el turismo sexual y las subastadas para los traficantes de órganos.

Se fueron los que desde sus tierras saqueadas acarrearon hasta los museos saqueadores el monolito prodigioso, el arabesco infinito, el Dios todopoderoso, las máscaras que inspiraron la contemporaneidad, y después sólo quedaron para conserjes en la gran fiesta de lo imaginario.

Se fueron de los estadios tristes en los cuales ya casi nunca más se vio el récord vencido, la carrera de saeta, el gol prodigioso, la ovación mulata.

Se fueron los que consumen lo que nadie consume, las que aceptan lo inaceptable, los que soportan lo insoportable.

Se fue la carne de cañón de las guerras imperiales y casi desiertos quedaron los frentes de combate de las agresiones y las casamatas donde los niños blancos hacen remilgos ante la sangre derramada para defender su modo de vida.

Se fueron los que por defender países que los discriminan marcharon a guerras ajenas y dejaron en ella brazos propios u ojos que nunca vieron un destino, y en el camino a los muelles rechinan las muletas, las prótesis, las sillas de ruedas.

Se fue el sabor y se quedaron sin guaguancó las calles y sin latido los corazones y sin ritmo los pasos de las muchedumbres abrumadas.

Se fueron los que producían para mantener los enjambres de las burocracias y las legiones inútiles de la tercera edad privilegiada, las castas de los subsidiados, las masas de los pensionados, las hordas de las estériles que no quisieron parir, las multitudes de viejas solitarias que compran bebés como quien adopta perritos falderos Se fueron los nadies, los ningunos, los nadas que a lo mejor son todo.

Se fueron de los países que desde entonces ya no fueron.


CIUDAD CRUEL

El caminante que arriba a Ciudad Cruel busca reposo en los bancos de las calles y las plazas, pero los encuentra dispuestos en formas tales que en ellos no es posible sentarse ni acostarse y ni siquiera recostarse.

De los bancos de Ciudad Cruel infaliblemente se resbala o se queda lastimado o torcido o deprimido.

Con su agresiva disformidad los bancos de Ciudad Cruel más que el cuerpo maltratan el alma.

Entonces se sabe que en Ciudad Cruel se está condenado a estar siempre de pie y que las camas sentencian a insomnio perpetuo.

De inmediato advierte el visitante que en Ciudad Cruel faltan los rótulos de la mayoría de las direcciones, o que cuando aparecen están por lo regular equivocados o repiten el nombre de una misma calle en los sitios más contradictorios o llaman de mil maneras distintas una misma avenida.

En las señales de tránsito de Ciudad Cruel prepondera la prohibición, el obstáculo, la advertencia sobre la vía cerrada o la ciega.

En sus semáforos está ominosamente graduado el ciclo para que prepondere la luz roja o esté fija proscribiendo todas las direcciones.

Mejor es no entrar a una casa de Ciudad Cruel.

Aparte de que el espacio suele estar dispuesto en las más extrañas formas, es preferible no mirar las sillas o las camas, y todavía mejor no acercarse ni usarlas.

En Ciudad Cruel, el correo extravía las cartas de amor pero últimamente las extravía todas por sospechar que es amor el simple hecho de enviarse una carta.

Todo lo que existe tiene vocación de basura pero en Ciudad Cruel no hay nada que ya no lo sea.

Una ciudad es la extensión del habitante, pero en Ciudad Cruel no encontramos habitantes. Se fueron todos, después de haber materializado su infierno, o lo soportan creyéndose extranjeros, tratando de convencerse de que les son extraños el prójimo, los parques baldíos o los dañinos agujeros en una que otra calle.

Todos los caminos llevan a Ciudad Cruel, y de ella ninguno regresa.

http://luisbrittogarcia.blogspot.com
luisbritto@cantv.net


Esta nota ha sido leída aproximadamente 2958 veces.



Luis Britto García

Escritor, historiador, ensayista y dramaturgo. http://luisbrittogarcia.blogspot.com

 brittoluis@gmail.com

Visite el perfil de Luis Britto García para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes:

Comparte en las redes sociales


Síguenos en Facebook y Twitter



Luis Britto García

Luis Britto García

Más artículos de este autor