Un equipo de la Universidad de Berkeley y del Lawrence Berkeley Laboratory de California hallaron cómo hacer que las cosas se vuelvan invisibles. Facilito: desarrollaron para el Pentágono un metamaterial con el que pintan los objetos. Esta antipintura, elaborada nanotecnología mediante, no absorbe la luz, como los objetos oscuros, ni la refleja, como los brillantes, sino que la desvía, por lo cual los cuerpos se vuelven invisibles. Pronto habrá tanques y hasta portaaviones invisibles, gracias a esta refracción negativa de la luz (no dicen qué pasa con los objetos que están detrás). A lo mejor ni nos enteramos de que estamos invadidos. Es más, creo que ya lo estamos.
Pero no vayamos tan lejos. Los venezolanos tenemos la mala costumbre de no valorar lo nuestro. En los Estados Unidos intentaron en vano tapar las Olimpíadas. Aquí somos más eficientes. La invisibilización se desarrolló en Venezuela desde hace añales. Pero, precisamente, no la vemos, pues sus autores se vuelven invisibles una vez ejecutada su hazaña.
Facilito: vemos o, justamente, no vemos cómo desaparecen hospitales, puentes, trenes, golpes de Estado, paros terroristas, guarimbas y hasta un país entero, como el 13 de abril 2002.
Es una técnica sutil que hace que, una vez imbecilizado por el periódico o el canal esos que tú sabes, no veas el Hospital Cardiológico Infantil o ningún módulo de Barrio Adentro aunque te les plantes delante y tengas vista sana. Hasta donde puede considerarse sana una que no percibe que se está rescatando a la gente en situación de calle. O que no ve los 109 atletas venezolanos en Beijing ni con un pantalla plana de 42". Hay gente más invidente que los invidentes, que no ve la Misión Milagro.
Supongo la sorpresa de esos que van por una autopista y de repente les aparece un puente invisible que se les hace visible. Y por cierto que también hay perversiones de gestión que muchos revolucionarios no ven, salvo Chávez y sus electores.
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