Los medios de comunicación comerciales están cometiendo uno de los atentados más inclementes contra la cultura nacional: ocultar sistemáticamente la Megaexposición de Artes Visuales de Venezuela en el siglo XX convocada por el Consejo Nacional de la Cultura (Conac). Está bien: no les gusta Hugo Chávez. La Constitución contra la cual votaron les ampara hasta el derecho a la barbarie. De todos modos me pregunto por qué la pagan con Jesús Soto y con Carlos Cruz Diez. ¿Puso Alfredo López Méndez a Chávez en Miraflores? ¿Tiene la culpa el cinetismo de que el bolivarianismo haya ganado siete elecciones seguidas?
Claro, si escondieron un país entero el 13 de abril de 2002, nada tiene de raro que ahora oculten uno de sus flancos más luminosos. Precisamente por luminoso. Porque esa exposición deslumbra: está en todo el país, en 73 museos. No importa hacia dónde mires, encontrarás una escultura cardinal y un cuadro decisivo. Nunca un país hizo esfuerzo cultural tan grande solo para que fuese encubierto totalmente por unos medios que no sé por qué los llaman de comunicación si, como puedes ver, es patente que son de incomunicación.
Uno entiende, ahí más o menos, que unos medios enfrascados en un ofuscado proyecto político ignoren deliberadamente este acontecimiento estratégico para la comprensión de cómo Venezuela ha mirado el universo. Pero que lo hagan algunos intelectuales es alarmante.
Ciertos artistas de ultraderecha, es decir, poquísimos, pidieron explícitamente ser excluidos de la Mega. Lo mismo ha pasado con alguno que otro en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (Celarg), cuando se lo ha invitado a dirigir talleres literarios. También en el Centro Nacional del Libro cuando declinaron la invitación a participar en la Feria Internacional del Libro. Todo en nombre, si entendí el tartamudeo explicativo, de que el actual gobierno es excluyente. O sea, se excluyen porque el gobierno que los incluye los excluye. No sé si me explico.
Por supuesto que no me explico porque lo más inquietante de todo esto es el bajísimo nivel de pensamiento en que estos intelectuales de ultraderecha se han derruido, hasta el punto de que me pregunto si siguen siéndolo. Son capaces de decir disparates peores aún, sin pestañear. Lo que más me extraña es que no son los politiqueros chuscos que dirigen las operaciones de la oposición sino personas estimables cuyo alto nivel intelectual me consta. A muchos agradezco que hasta me enseñaron a pensar como pienso. Como que, por ejemplo, es trascendental que un país (Cuba) regale a otro (Venezuela) 29.000.000 de libros. ¿Tiene antecedentes este gesto? ¿Y que encima varios de los autores sean venezolanos y solo uno cubano (José Martí)?
Pero se han precipitado hacia argumentos desoladores como este: Bolívar está atrasado porque nació hace más de doscientos años. Me lo dijo uno de esos amigos que uno casi no frecuenta, más por reverencia que por dejadez afectiva. Me lo dijo así, planamente, sin la menor prevención. Le pregunté taimado dónde había estacionado su vehículo. Me dijo que a dos cuadras. Me perdonarás pero lo puse morado: ¿Y tú todavía usas automóvil? Te informo que la rueda es mucho más vieja que Simón Bolívar. ¡Estás atrasadísimo! Debieras usar naves de transportación molecular, no un vulgar carricoche milenario y hasta bíblico. Coránico. Supongo que ya no leerás esa decrepitud llamada Platón. La Sifrina de Caurimare no lee esas reliquias desde hace tiempo. Mira, en serio, de pana: estoy dispuesto a aceptar que Bolívar está atrasado, pero con argumentos más presentables. ¿Ves? Podemos si quieres caernos a disparates, pero te advierto que soy bueno diciendo disparates. Es lo que más se me da. ¿Por qué no hablamos más bien de esas cosas de que tanto sabes a ver si sigo aprendiendo como tanto he aprendido de ti durante años y años?
Como es inteligente comprendió que estaba en plena ignorancia aprendida. Menos más que lo hizo ante un amigo que no lo va a delatar, pero me da grima cada vez que lo veo tararear por televisión exactamente las que por pereza mental llamaré ideas de televisión comercial. ¿Qué puede esperarse de una oposición dirigida por Enrique Mendoza?
Ahora comprendo cómo queriendo dañar al gobierno se dañaron a sí mismos, sin contar al país, como cuando perdieron a Pdvsa, al momento precisamente de rescatarla. Curioso rescate realizado mediante de la destrucción de sus instalaciones. A eso llaman razonamiento. Es una élite rarísima. Disociación sicótica, que le dicen.
Entonces me pregunto qué clase de intelectual es el que se opone a la alfabetización de un millón de personas con argumento tan sifrino, melindroso y faltoso como que el video que se usa en ella es deslucido. ¿Qué clase de intelectual es el que se dedica a denostar de las Misiones Robinson, Ribas y Sucre? Está bien, se deben criticar, como toda hechura humana, pero ¿por qué no hicieron bien bajo sus gobiernos esas cosas que este gobierno hacen tan mal según ellos? ¿Por qué no formulan una propuesta mejor? Son como los médicos que critican el Plan Barrio Adentro sin irse cerro arriba a curar como ellos dicen que los cubanos no saben. Allá los están esperando.
Por ese camino muchos han implicado que ya no les interesa la cultura porque es, si he entendido bien, algo así como chavista. Les parece, por ejemplo, disonante que un Presidente, que no es intelectual como ellos, recomiende en una sola alocución más libros que los que algunos de los que más critican han leído en los últimos dos años.
Claro, uno entiende también: muchos de ellos vivieron 40 años de silencio, de indolencia estética, disfrazando de angustiado entumecimiento lo que no era más que abulia insulsa, alcoholismo o mera incompetencia. Todo les parecía vulgar, con aquella sonrisita nefrítica. Alardeaban de Jorge Luis Borges sin jamás producir una línea que siquiera de lejos lo emulara. Eran prolíficos, eso sí, en maniobras universitarias de requisitos bastante desaliñados y en llenar planillas para que el Conac les concediera una bolsa de trabajo o una sinecura. Vivían del gobierno y del silencio. Todavía lo hacen. Nadie les ha quitado nada ni debe quitárselo si lo merecen. Porque muchos lo merecen, pero no es de esos de quienes hablo en este párrafo.
No todos fueron así, por supuesto. No voy a incurrir en el error hoy tan frecuente de generalizar. Algunos se oponen a esto con todo derecho pero no solo porque los abriga la Constitución contra la que votaron, que ya sería suficiente, sino porque se lo ganaron produciendo bien y mucho durante años, para acumular una obra que les diese vigor suficiente para merecer Premios Nacionales, como en efecto varios opositores se los han ganado.
Pero lo que voy a exponer ahora no solo es inquietante, sino algo peor: triste. La autoinmolación de algunos que saltaron la talanquera del aprecio popular en pos del aplauso pudiente. Durante décadas vivieron de su compañía con los pobres en todas sus batallas, a ello deben muchos su celebridad, cantando canciones al Che, por ejemplo, para ahora reptar buscando la condescendiente aprobación de una burguesía que siempre los despreció y los desprecia ahora más que nunca. Pero lo peor no es eso, que pudiera uno pasarles, total uno no espera necesariamente probidad ética ninguna de la estética. Ética y estética son variables bastante independientes. A lo mejor los pintores de las cuevas de Altamira tarifaban los bisontes, pero nadie los recuerda por esto sino por aquello. Casi nadie se acuerda de los peculados de Wagner. ¿Qué importancia tiene eso ante Parsifal?
Lo triste no es esa aridez moral sino esto: que muchos de ellos rápidamente comprenden que la mercancía que su nueva clientela les exige es derruir su calidad y, si es posible, dejar totalmente de pensar, al menos en público. Por eso mi amigo ya no se viste bien para declarar atrasado a Bolívar. Está demasiado desmoralizado para mantener un mínimo tono muscular.
Por eso firman documentos con faltas gramaticales exuberantes. No sería grave que pasara una que otra vez, que nunca viene mal, para uno sentirse humano, pero lo escalofriante es que la cosa es sistemática. Estos tíos solo firman documentos de verbo anómalo. Quién sabe si escribir con tanto desaseo gramatical y estilístico forma parte de una novísima escuela literaria que se me ha pasado por alto, como cuando los pintores arrasaron con la perspectiva, los poetas con la rima y a los hippies les dio por no bañarse para cambiar el mundo. Uno no puede estar pendiente de todo.
A eso llegaron. A perder la moral y hasta la autoestima. «¿Pa qué se va a limpiá las patas el que va a dormí en el suelo?», dice el romance de Florentino y el Diablo. La antropología ha descrito un fenómeno, llamado potlacth, de despilfarro ritual en muchas comunidades humanas, en que generalizando sin demasiada audacia cabe la destrucción de artesanías en las Fallas de Valencia, España, el día de san José. Aquí estamos ante un potlatch de intelectuales y de cultura. Sí, se llama barbarie.
Lo advertí con tiempo: es triste.