En su último trabajo titulado “El juego político de Chávez”, Andrés Oppenheimer continúa su irreverente campaña de desinformación en contra de la República Bolivariana de Venezuela. A Dios gracias, el Sol no se tapa con un dedo.
Oppenheimer menciona en su artículo lo que él llama “el perfil autoritario” de Hugo Chávez. En otras oportunidades también ha mencionado que Chávez controla todos los poderes públicos. Paradójicamente, Andrés reconoce que Chávez perdió el referéndum del 2 de diciembre del año pasado.
A menos de que el “analista” tenga una explicación inteligente de cómo un “dictador” que controla todo puede perder un referendo que de paso “le hubiera permitido permanecer indefinidamente en el poder”, ¿no es esto reconocer, que contrario a lo que él mismo afirma, el presidente venezolano NO controla al encargado de contar los votos, el Consejo Nacional Electoral?
Hablando sobre las inhabilitaciones políticas, el aclamado analista internacional se hunde en su propia mentira. Dice que la decisión del gobierno es inconstitucional porque, “según lo establece la propia constitución chavista de 1999, sólo los candidatos con una condena en firme de un tribunal pueden ser proscriptos de una candidatura a un cargo público.”
¡Nada más lejos de la verdad!
El artículo de la constitución que Andrés refiere es el 65. Este dice textualmente: “No podrán optar a cargo alguno de elección popular quienes hayan sido condenados o condenadas por delitos cometidos durante el ejercicio de sus funciones.”
En ninguna parte dice que la condena debe ser “firme de un tribunal”.
La comparación que hace Andrés de la “inhabilitación” de Hugo Chávez por el intento de golpe de estado de 1992 con la inhabilitación de Leopoldo López por irregularidades administrativas, es comparar naranjas con cocos.
En el caso de Chávez, no era jurisdicción del contralor general de la república “inhabilitarlo”: la “irregularidad” cometida no era “administrativa”. Además, jamás hubo una sentencia firme del ente público que le correspondía juzgarlo.
Al contrario, la sentencia firme de inhabilitación a López sí vino del ente público correspondiente: la Contraloría General de la República.
Una sentencia de Oppenheimer que decepciona por lo silvestre es su veredicto respecto a los 26 decretos lanzados por Chávez el día que se vencían sus poderes especiales. Nuestro amigo considera que los mencionados artículos “ya fueron rechazados por el pueblo en el referéndum del 2 de diciembre pasado”.
Esa conjetura es sencillamente errada.
La propuesta de reforma a la constitución consistió de cambios a 69 artículos. La propuesta fue presentada al pueblo en dos bloques, uno de 46 artículos y el otro de 23. Para cada bloque se votó para aprobar todo, aun cuando se estuviese en desacuerdo con alguna parte, o para rechazarlos en su totalidad, aun en caso de que se estuviera de acuerdo con una u otra de sus porciones.
El caso es que es posible que a uno NO le guste un auto a pesar de estar gratamente impresionado por su transmisión y el cambio de luces.
En su artículo Andrés menciona de nuevo a los archivos de computadora de las FARC. “Que demuestran el activo apoyo de Chávez a la guerrilla colombiana”, insiste.
En una oportunidad, en su foro de El Nuevo Herald, Andrés calificó a estos archivos de “auténticos, tal como lo señaló INTERPOL”. Mas tarde, su mejor argumento en defensa de esa autenticidad se redujo a que los archivos “no fueron alterados”. Presionado un poco más sobre el tema, lo último que indicó al respecto fue que los archivos eran “creíbles”.
¿No es ilusorio defender lo que demuestran archivos que uno mismo considera apenas creíbles?
Oppenheimer abre “El juego político de Chávez” diciendo que este “siempre” da un paso atrás después de sufrir un revés político. ¿Siempre? Que se sepa, el presidente ha sufrido solo uno de esos reveses.
El jueguito de algunos analistas es recortar, a conveniencia, la distancia entre lo verídico y lo falaz. Generalmente lo hacen a fuerza de análisis torcidos. Cuando se les hace necesario, entonces recurren a flagrantes mentiras que solo engañan al que se deja.