¿Qué tienen en común el maletín de Antonini, y sus 800 mil dólares, con la relación bucogenital más publicitada de toda la historia?
Bien podría un hedonista responder esta pregunta con su palabra favorita: “placer”.
En efecto, tanto aquel montón de billetes verdes como el jujú del ex presidente gringo Bill Clinton con una joven pasante de la Casa Blanca representan, junto al poder, dos de las fuerzas que hoy mueven al mundo: sexo y dinero.
En lugar de espantarse, legiones enteras de seres humanos, bombardeados de mensajes incesantes que exacerban una necesidad natural (satisfacción sexual) y otra creada (ganar dinero, medio para el consumo de bienes y servicios, necesarios o no, o para su simple acumulación), en realidad sienten secreta o manifiesta envidia al conocer que alguien llevaba encima un maletín repleto de dólares, así sea malhabido, o que un Jefe de Estado, ser humano al fin, se tomó un break para un poco de sexo apresurado, así sea (o mejor todavía) con una chica soltera que no es su esposa.
Eso que en la universidad llaman o llamaban “industria cultural” hace que millones salgan a la calle, día a día, en la búsqueda de una y otra cosa.
De Camp David a Unasur
Pero no es esa relación, ni son los kilitos demás que exhiben Guido Antonini y Mónica Lewinsky, el punto sobre la cual estas líneas pretenden llamar la atención.
Algo más resonante tienen en común ambos casos: el despliegue y seguimiento privilegiado que, Lewinsky en su momento, y Antonini ahora, merecen de parte de los principales medios de difusión masiva del mundo, en aquel entonces, y de América Latina en éste, por ahora.
La “noticia”, en ambos casos, no son los billetes en sí, ni la mamadita en sí, sino las consecuencias que los unos y la otra comportan para el poder político de turno, es decir, para los presidentes Hugo Chávez y Cristina de Kirchner hoy, como para Bill Clinton a finales de la década pasada.
Noticia capaz de relegar a un segundo plano, en las primeras páginas de la prensa venezolana, y en número de cuartillas en páginas internas, a otras de mayor trascendencia e importancia, como una inédita cumbre de presidentes de la Unión de Naciones del Sur que, al menos momentáneamente, alejó las posibilidades de una guerra civil en un país del área, con capacidad potencial de extenderse al resto del continente.
Cualquier detalle adicional del caso Antonini tiene mayor relevancia que la denuncia de una conspiración militar contra el gobierno, la primera de muchas que se soporta en grabaciones de reuniones conspirativas, noticia que de antemano, sin investigación de por medio, es descalificada por los propios medios y algunos periodistas como una “cortina de humo” para tapar el escándalo del maletín.
El fenómeno recuerda un episodio sobre el cual escribió Ignacio Ramonet en su libro Tiranía de la comunicación.
Se trata de la rueda de prensa de Bill Clinton anunciándole al mundo la suscripción de un acuerdo de paz para el larguísimo conflicto palestino-israelí, ofrecida por el mandatario en Camp David, donde fue anfitrión de un encuentro entre el líder palestino Yasir Arafat y el primer ministro israelí Yhiztak Rabin.
Momento histórico, irrepetible y para muchos inimaginable, que abría esperanzas para la paz en una guerra cruenta de décadas, y que, sin embargo, los periodistas presentes estimaron menos importante que el escándalo Lewinsky, pues la primera pregunta versó sobre este coyuntural asunto y no sobre el histórico tema.
Para Ramonet, la estampa de Arafat escuchando desconcertado la pregunta del reportero quedará esculpida en los anales de la historia como muestra de la deriva en que cayeron los medios de comunicación de nuestra época.
Síndrome Watergate
Puede que todo tenga su origen en el “síndrome Watergate”.
No en vano, en todas las escuelas de comunicación social se hace reiterado énfasis en la hazaña de Carl Berstein y Bob Woodward, cuyos reportajes sobre el espionaje del gobierno de Richard Nixon al Partido Demócrata en el Edificio Watergate, de Washington, condujeron a la renuncia de dicho gobernante.
Recientemente se supo que “Garganta Profunda”, el informante de ambos periodistas, era el segundo a bordo del FBI, detallito éste que, por cierto, no ha movido a revisión alguna acerca de las manos que pudieron mover los hilos.
El fenómeno condujo a que, en el mundo periodístico, se acuñara la expresión “noticia tumba-gobierno” para designar aquellas primicias de resonancia garantizada.
No son pocos los ejemplos de casos similares en América Latina, como el de Carlos Andrés Pérez en su segundo mandato, y el de Fernando Collor de Melo en Brasil, en los cuales las denuncias sistemáticas de la prensa obligaron a un cambio de gobierno en sus respectivos países.
El video, el video
Cuenta Ramonet en su obra ya citada cómo el caso Lewinsky saltó con dificultad desde la Internet hasta los medios impresos y cómo de allí no logró pasar a la TV hasta que, tras varios meses de búsquedas en archivos audiovisuales, apareció un video de Clinton estampando un fugaz beso en la mejilla de la joven Lewinsky, durante un acto público.
La inexistencia de esa “prueba” audiovisual, que estableciera un vínculo, así fuese fortuito, entre el Presidente y la muchacha, había impedido que “el caso” echara raíces en un mundo altamente dominado por la imagen y la televisión. Sin ese video, en modo alguno incriminatorio, pero sí de un peso simbólico en el imaginario colectivo, probablemente Clinton no hubiera estado al borde de un juicio político ni tenido necesidad de reconocer aquella “relación impropia”.
Puede que lo mismo esté ocurriendo con el caso Antonini.
Hasta ahora sólo han aparecido fotos del “hombre del maletín” con algunos funcionarios vinculados al gobierno de Chávez.
Tal vez por eso Globovisión ha tenido que recurrir a “dramatizaciones” en las que actores aparecen hablando por teléfono, subiendo a un avión, cargando un maletín, etcétera, con sus rostros alterados por efectos digitales.
Seguramente la búsqueda en sus archivos, y en las de otros canales y agencias de América Latina, es tan incesante por estos días como la que hace una década se hizo en busca del besito entre Clinton y Lewinsky.
Si apareciera algún video que mostrara a Antonini con cualquiera de los dos presidentes, Cristina o Chávez, pero sobre todo con éste último, entonces habrá que estar preparado. Ni laimagen de un marciano bajándose de una nave espacial en la Plaza Altamira podrá competir con ese tremendo tubazo.