Hace unos días, muy silenciosamente, solitario, el MAS cumplió 33 años de nacimiento. Contrastra con la euforia del 19 de enero de 1971. Entonces, rodeado de una briosa juventud ansiosa de cambios revolucionarios y apadrinado por veteranos luchadores que fueron dirigentes emblemáticos del Partido Comunista, el naciente partido prometió enfrentar “el capitalismo oligárquico, no dar tregua a los instrumentos del reformismo burgués y construir una alternativa socialista”. En medio de la admiración de la intelectualidad de izquierda, desde el caricaturista Zapata hasta el premio Nóbel Gabriel García Márquez, el MAS dijo que nacía para “liberar a Venezuela y construir una poderosa fuerza social capaz de derrocar la dominación norteamericana y de la oligarquía venezolana”.
Era natural que grandes sectores de la población, especialmente los jóvenes, brindaran al partido emergente una entusiasta bienvenida. Más aún cuando los fundadores, Pompeyo Márquez, Teodoro Petkoff. Freddy Muñoz, entre otros firmantes de la declaración, afirmaban: “somos una fuerza internacionalista solidaria de todos los combatientes que en cualquier lugar del mundo hacen de la lucha por la liberación nacional y el socialismo el objetivo de su vida”.
¿Qué ha pasado? ¿Por qué esa soledad de ahora? ¿Dónde están quienes decían el 19 de enero de 1971 : “En América Latina se ha producido el fracaso histórico de las diferentes formas del reformismo burgués y de su expresión institucional: la democracia representativa.” ¿A dónde han ido?
Con el MAS ha ocurrido el mayor salto político hacia atrás que conozcamos. Desde sus orígenes, hace 33 años, hasta hoy no ha transcurrido mucho trecho en el tiempo; pero, en el campo político e ideológico, ¡que distancia más grande! Del naciente partido que elevaba la voz para declararse como una fuerza revolucionaria, antiimperialista, socialista e internacionalista a esa formación híbrida, en decadencia, a la cola de la ultraderecha golpista, empantanada en un debate de si apoya a Enrique Mendoza, o a Juan Fernández, o a Carlos Ortega o a los jóvenes fascistas de Primero Justicia. ¡Qué destino!