El adeco que llevamos dentro

No hay nada más difícil que intentar derrumbar una estructura mental que lleva años instalada en el cerebro de la gente. Desde que la "Gran Venezuela" nos llegó con la consigna de que éramos ricos, y que la bonanza que manaba del subsuelo nos pertenecía a todos, asumimos con pasmosa facilidad la ilusión de que eso era cierto. Los cerros que bordean Caracas multiplicaron sus ranchos.

Creció la percepción de que vivíamos mejor, así fuera bajo un techo de zinc. Los adecos hicieron un trabajo propagandístico espectacular: la gente realmente se comió el cuento y nos convertimos súbitamente en los mayores consumidores del continente. Éramos y seguimos siendo del Tercer Mundo, pero nos sentíamos del primero.

Los adecos tienen la culpa de la pleitesía que le rendimos a las posesiones. De allí se agarra la propaganda opositora que incita a la población a defender su condición de "propietario", como si tan noble cualidad estuviese en juego. Los que militan en la causa de la derecha saben que no hay nada que aterre más a buena parte de los venezolanos que lo amenacen con quitarle algo, aunque ese algo realmente no exista. El afiche del mototaxista diciendo que nadie le va a quitar lo suyo es lo más expresivo de ese culto por la ilusión: probablemente esa persona no tenga muchas cosas materiales que defender, pero es suficiente con que él se lo crea para hacer que se le prenda el bombillito que subliminalmente le sembraron en la cabeza.

Debo hacer una diferenciación: no estoy hablando aquí de los militantes de Acción Democrática, especie en extinción.

Esos son acciondemocratistas. Ni siquiera perderé el tiempo en mencionarlos.

Adeco es otra cosa. Adeco es una cultura (más bien la ausencia de ella), un comportamiento, una actitud. Un burócrata ineficiente es un adeco aunque se diga chavista; como también lo es el funcionario que llena de familiares un ministerio; el que dilapida los reales que no son suyos; al que le entra por un oído y le sale por el otro el clamor presidencial por la austeridad; los que sienten verdadera pasión poder y por un cargo; los que se dicen revolucionarios pero cuando se montan en el carro se sientan atrás, para no ir al lado del conductor porque eso los degrada socialmente; el que muere por una camionetota, aunque viva en un superbloque.

Los adecos siguen estando por todas partes. En la oposición tienen un montón de candidatos que dicen ser de Un Nuevo Tiempo, Alianza Bravo Pueblo, Podemos, MAS, cuando en realidad son adecos. ¿Qué tienen en común Ismael García y Manuel Rosales por ejemplo, o Pablo Medina y Morel Rodríguez? Que aunque se vistan de seda, adecos se quedan.

En el lado "revolucionario" se les reconoce fácil si usted los lleva a Cuba: incapaces de apreciar en toda su dimensión los logros en materia de educación o de salud, por citar sólo algunos ejemplos, secretamente lo primero que extrañarán será la ausencia de una tarjeta de débito.

Quitarnos el adeco de encima debe convertirse en una misión. Si uno la llama Misión Conciencia, la gente se fastidia, le parece pavoso, mientras que si la denominamos la Gran Batalla Contra el Adecaje, no sé, tal vez la peguemos.

Mlinar2004@yahoo.es


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Mariadela Linares


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