El 24 de octubre de 1788 nació en Maracaibo quien llegaría a ser el último presidente de Colombia la grande, el camarada más cercano a Bolívar junto con el Mariscal de Ayacucho y uno de los siete generales en jefe de la Independencia, lo cual testimonia su capacidad como soldado, que demostraría también en cuanto prócer civil. No tuvo la suerte, debido a diversas circunstancias atinentes a servicios encomendados o quebrantos de salud, de participar, salvo en Araure, en las batallas fulgurantes y decididoras (La Victoria, Mucuritas, Bocachica, San Félix, Boyacá, Carabobo, Bomboná, Pichincha, Junín, Ayacucho), y a eso tal vez se debe la relativamente agrisada consideración en que se le ha tenido en cuanto a fama o admiración popular, exceptuando a sus conterráneos –quienes, sin embargo, no lo hicieron epónimo de su estado natal-- y a reputados historiadores, escritores y poetas que sí le han reconocido su estatura. Entre los dioses de aquel Olimpo militar, digamos Sucre, Páez, Ribas, Mariño, Piar, él pareciera un tanto minusvalorado, a pesar de haber librado veinte combates campales y numerosas escaramuzas con sólo siete derrotas, de haber sido varias veces sitiador y sitiado y de recorrer en acción cada rincón de Venezuela. En Valencia, bajo la orden de defenderla hasta morir, resistió con exigüidad de recursos y superabundancia de heroicidad la prolongada presión de las tropas realistas, no requiriendo el sacrificio de la vida porque al fin el extenuado enemigo tuvo que retirarse. Su personalidad debe de haber contribuido a la subestimación, pues como él mismo dejó dicho, en amistosa carta a Santander (a quien tiempo después le tocaría juzgar y condenar a muerte tras el frustrado magnicidio septembrino, pena conmutada), “le bastaba proceder bien sin hacer ruido”.
Fue un joven cultivado, con estudios en Maracaibo, Caracas y Bogotá, a donde llegó de dieciséis años aprovechando la influyente presencia allí de un tío paterno, hombre del rey. La efervescencia patriótica que los ecos de la Revolución Francesa producían a la sazón, se disimulaba en unas llamadas “tertulias literarias” y en ellas se forjó su conciencia. A partir del grito de independencia neogranadina, 20 de julio de 1810, entró como teniente en el Batallón de Patriotas de Cundinamarca, y desde entonces no conoció ni un solo día de tregua. Cuando el futuro Libertador, caída la primera república, arribó en busca de ayuda y produjo su primigenio gran documento --el Manifiesto de Cartagena--, se le sumó lleno de entusiasmo y no volvió a abandonarlo jamás. Con él estaría en la Campaña Admirable y bien pronto se revelarían sus notables cualidades de organizador, en razón de las cuales debió cambiar en varias oportunidades el campo de batalla por la tarea logística de reclutar efectivos y acopiar vituallas y recursos militares, o bien de mantener focos de guerra mientras se abrían operaciones estratégicas. La primera misión de ese tipo se la asignó Bolívar en Trujillo. La segunda, Páez antes de Mucuritas. La tercera, Bolívar al proyectar el paso de los Andes. La cuarta, de nuevo el héroe máximo cuando preparaba el gran Carabobo. La quinta, el Libertador otra vez al iniciar la Campaña del Sur, ocasión en que, sin embargo, añoró su presencia como necesaria “para apresurar la victoria”.
Algunas de sus más importantes actuaciones civiles: Disuadió a Mariño de su rivalidad con el Libertador; fue diputado en Angostura, magistrado en varias funciones, parlamentario y jefe de Estado de Colombia; dos veces ministro en Venezuela luego de exilio posterior a la caída del Padre en sueño centenario; presidente fundador de la Sociedad Bolivariana. Se le designó para encabezar los honores militares durante la recepción de los restos del impar caraqueño, diciembre de 1842, vistiendo entonces por última vez el uniforme. Enviado plenipotenciario a España, enfermó y murió en París el 23 de agosto de 1845. Dejó sus “Apuntaciones” (Memorias), una viuda y once hijos “en la mayor pobreza”. ¡Egregio discípulo del descamisado de Santa Marta!
La Revolución Bolivariana debe corregir el semiolvido de este grande entre grandes y hacerlo conocer masivamente. Presidente, instituya una Misión Urdaneta, ¡es de justicia!
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