El Discurso del Oeste
En el avance cinco veces centenario de esto que llamamos Proceso (viaje del hombre de estas tierras hacia la democracia directa) el pueblo ha experimentado avances y repliegues. Hemos vivido saltos adelante y momentos en los que ha sido inevitable y necesario el retroceso; inmolaciones dolorosas (27-F), descenso a los abismos profundos del suicidio político a causa de nuestra afición a los espejismos y esperanzas de papel (triunfos electorales de CAP y Caldera en plena debacle del puntofijismo), períodos de avance formidable en el tiempo social (1998-2007) y puntos de quiebre que desnudan una verdad esencial de nuestra historia: cuando nos entretenemos más de la cuenta en un episodio se nos olvida que la novela llamada Historia no es ninguno de los anteriores sino un largo encadenamiento de ellos. Que el haber ganado el referendo de 2004 y las elecciones presidenciales de 2006 (y antes de esos eventos unos cuantos más) no es ninguna garantía de eternidad para Chávez ni para el Gobierno llamado Bolivariano. Diciembre 2007 fue un tropezón, un cable a tierra, una luz de alerta en el tablero que dice: “Aquí nadie ni nada está blindado”.
¿Hace falta decir que el 23-N 2008 puede encenderse otra luz en ese tablero, y que no deberíamos esperar a que se encienda para proceder a abrir trincheras más adecuadas para la lucha?
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A nosotros, como pueblo, hay muchas cosas que la convención nos ha hecho creer, pese a ser mentiras monstruosas o deformaciones habilísimas de la realidad. Rebajando el ejemplo a categoría de chiste viejo y malo, pudiera afirmarse que a cualquier distraído (y nosotros somos muy, pero muy distraídos) le dicen que las avionetas son hijas de los aviones y le suena lógico, sensato y visualmente muy convincente. De allí a considerarlo verdad hay apenas un paso. Ese es el software mental que hace creer a muchos que los chupones esos de vidrio que promocionan en Últimas Noticias de verdad hacen crecer el machete. El mismo mecanismo que nos ha convencido de que las mujeres venezolanas son las más lindas, que los orientales (y los zulianos, y los andinos, y los llaneros, y los guayaneses, y los barloventeños) son los hombres más machos de Venezuela porque beben más caña que los demás, que las niñas del softbol venezolano eran indestructibles, que pinga e burro es trompeta, etcétera.
Así mismo, mediante el mecanismo que trabaja con las apariencias, con las mentiras repetidas mil veces y con el natural güevón que todos tenemos instalado adentro, a nosotros nos han hecho creer que la democracia consiste en participar en elecciones, que todos los negros son cimarrones, pobres y de izquierda (Obama, a medio camino entre Malcolm X y Condoleezza), que el opuesto del socialismo es la democracia (sí señor: el antichavismo cree que a más capitalismo más democracia), y que como Chávez tiene la popularidad por encima de 50 por ciento (otros dicen que en 70) entonces todos los candidatos a gobernadores y alcaldes del chavismo van a ganar galopando. Que no hay de qué preocuparse. Que el pueblo es preclaro y sabe por quién votar (sí, así como lo supo desde los 60 hasta los 90 del siglo XX).
Al respecto, sólo un comentario masticado y repasado entre panas en estos últimos días: a muchos de los nuestros, sobre todo a los jóvenes, les vendría bien una temporadita viviendo bajo el gobierno de un hijoeputa adeco represor, a ver si nos vamos quitando ese embuste pendejísimo según el cual la Revolución es una vaina sabrosa consistente en hablar bien del Gobierno, y que si uno es revolucionario entonces le regalan una franela y le pagan. Muchos de los nuestros tienen que entender que hacer la Revolución es algo por lo cual, a lo largo de la historia, a la gente la han perseguido, amenazado, coñaceado, criminalizado. Que ser revolucionario no es una moda como ser tuki, rapero o guaperó, sino un ejercicio de vida, una actitud y una convicción. Y nada mejor para eso que un baño con el agua fría más acojonante y balurda de nuestras pesadillas: que llegue el momento en que a los nuestros (la gente pobre, la gente oprimida, el pueblo llano) se les despierte el adeco y decida ayudar al enemigo a revolcarnos en las elecciones, como antes nos ayudó a revolcarlos a ellos, los malos, los que por esta vez tienen a su favor el peso de las circunstancias.
Unas circunstancias que tienen su base en una maldita mentira que suena muy, pero que muy convincente: “La revolución del chavismo no me ayudó a salir de la pobreza, entonces la solución no es el chavismo ni la revolución”.
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¿Cómo enfrentarse con éxito a una sentencia como la anterior? ¿Cómo convencer a la gente de que las gestiones de Papipapi Rangel y Freddy Bernal no son LA Revolución? ¿Cómo convencer a nuestra gente de que es preferible un mal gobierno revolucionario que un buen gobierno de derecha? ¿Cómo explicarle a nuestra gente que en estos tiempos revolucionarios o prerrevolucionarios la tarea de un alcalde no es tener limpia y sin huecos las calles, dedicarse a la jardinería y consentir a los policías para que metan presos a los malandros, sino caminar junto con el pueblo rumbo a una revolución de verdad? ¿Cómo convencer a la gente de Carabobo de que la fidelidad perruna a Chávez (Acosta Cárlez lamiéndole los zapatos al Comandante después que éste le pateó el culo públicamente como treinta veces) no es necesariamente comprobación de integridad revolucionaria? ¿Cómo decirle a la gente que Revolución es sacrificio y trabajo duro en colectivo, si más de un jerarca del PSUV se pasea en unas camionetas de espanto, más caras que las tres cuartas partes de los ranchos en que vive nuestra gente pisoteada y chavista?
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Así finalicé el primer párrafo de este artículo: ¿hace falta decir que el 23-N 2008 puede encenderse otra luz (de alerta) en ese tablero, y que no deberíamos esperar a que se encienda para proceder a abrir trincheras más adecuadas para la lucha?
Me refiero a que, ganemos donde ganemos o perdamos donde perdamos, deberíamos ya estarnos preparando para un peleón que será preciso dar en otro terreno: aquel en el cual debemos demostrarles a los nuestros (a esos, cansados de espejismos ¿esperanzas? pero ansiosos de que vengan otros) que, a pesar de las llagas, tropezones, fealdades, injusticias, contradicciones y contrasentidos, el camino correcto para el país es ESTE, y que no hay necesidad de arriesgar su continuación tan sólo para cumplir con el requisito de las elecciones.
O sea, chico: Chávez Presidente hasta que se muera o hasta que no haya riesgo de que el enemigo se alce con el control del estado en este país.