Lech Walesa, el célebre fajador polaco, volvió al ring de la política fuera de forma y tiempo. De aquel recio líder del sindicato Solidaridad sólo queda el recuerdo. Un cronista deportivo, amante de los lugares comunes, sentenciaría: “Ya no es ni su sombra”.
La extraviada oposición quiso traerlo para reforzar a sus candidatos y su campaña electoral. Pero más extraviado estaba el ex obrero de los astilleros que, en comandita con aquel Papa Wotijla, mandó de paseo al comunismo polaco, con la CIA en su esquina como second, ¿qué se creen?
Entonces todo era derecha de Lech, gancho de Lech, uppercut de Lech, recto de Lech. Y un maravilloso movimiento de piernas y cintura que le ganó la admiración del mundo y la simpatía de la Academia Sueca, la misma que seducida, le entregó el Premio Nóbel de la Paz. Galardón éste que ya le había entregado a un hacedor de guerras y muertes llamado Henry Kissinger
Lech le echó el carro a la oposición mediática y no vino al trópico. “Digan cualquier cosa allá que yo los apoyo desde aquí”, aconsejó a sus decepcionados contratistas. Para no quedar mal del todo, envió a tres sparrings de la vieja Europa del Este. Un checo, un esloveno y un búlgaro que, como Colón, creían haber llegado a la India.
Los tipos arribaron a Maiquetía hablando contra unas 26 leyes que no conocían y diciendo que no le tenían miedo a nadie. Precisamente, nadie les hacía caso. Dijeron que venían a liberar los 1.300 perseguidos políticos de Chávez, ni uno más ni uno menos. La cifra se la suministraron Otero Castillo y Leopoldo López, del Comité fundado la víspera por ellos mismos. Dimitrov, sotto voce, confesó no entender un ca...rrizo pero que le pagaran sus cobres.
En la oposición estaban descontentos con los contratados y algunos proponían no pagarles ni un euro. ¡Nada, ni medio para esos jorungos carreros! Esta descabellada idea fue sofocada por el ala sensata de la oposición, con el argumento de que el escándalo sería descomunal.
El tal Walesa ya no era el mismo. En verdad nadie, pasado el tiempo, es el mismo, sentenció con originalidad un filosofo del bajo Catatumbo. El ex sindicalista puntualizó que su parte del contrato era declarar contra Chávez desde allá y así lo hizo. Yo cumplí. Además, arremetió furioso contra la Unión Soviética y convocó a destruirla ya, cuando ésta había desaparecido hace más de 20 años. Cosas del camarada Alzheimer. No conforme, vociferó desde Polonia: ¡Ni Chávez ni Stalin!, para asombro de su desconcertada enfermera.
La oposición mediática sabía que Walesa no vendría, pero se inventó que el soviet de Catia le había prohibido la entrada y que la Duma de Caracas lo declaró”persona non grata”. Cuando se enteró de toda esta historia en su país, confesó admirar la imaginación de los venezolanos. “Me gusta, me gusta”, comentó, mientras con más gusto firmaba el contrato.
A todas éstas, el búlgaro, el esloveno y el checo andaban de hotel en hotel cinco estrellas, llevados por la manirrota oposición venezolana. Nunca imaginaron que por repetir que Chávez es un dictador la iban a pasar tan bien. “Es mil veces un dictador”, gritaba el búlgaro, para ver si le pagaban más.
Con el fantasma de Walesa cual Cid Campeador, el oposicionismo quiso ganar la batalla electoral. Pero aquel personaje decadente, de movimientos torpes, más bien provocaba pena. La amenaza de acabar con la Unión Soviética en la Venezuela del siglo XXI, evidenció su total extravío. Sin salir de Polonia, Walesa se perdió en Caracas, por los lados de Altamira arriba. Todavía lo andan buscando.