Es intrigante la forma en que los vencedores de una lid electoral analizan los resultados comiciales, en relación con la utilidad y la conveniencia de las propuestas sometidas a consideración. Generalmente, los grupos actuantes tienden a creer que sus propuestas, ofrecimientos y compromisos, eran acertados y necesarios si la mayoría de los votantes así lo decide. Los resultados de la elección se toman como criterio de verdad no sólo sobre lo que piensa o siente la gente respecto a las diferentes proposiciones electorales, sino además como forma de discernir sobre la pertinencia y éxito de los distintos planteamientos. Esta última apreciación tergiversa lo realmente sucedido en las votaciones, en las cuales lo único que se expresa, y esto tampoco es absoluto, es la voluntad del votante, la decisión tomada por el elector sobre las distintas opciones presentadas y nada más.
No es posible saber, mediante la aplicación de la técnica electoral, si las ofertas presentadas eran o no adecuadas para satisfacer realmente una importante necesidad social. La pertinencia social de las proposiciones no es lo que está en consideración en un acto electoral, lo que se dilucida es la pertinencia electoral de las propuestas, lo cual es muy diferente. Esta afirmación tiene más valor cuando se trata de escoger, por votación universal, a los funcionarios que deberán llevar adelante la conducción del gobierno en cualquiera de sus ámbitos. En este caso, los electores están sometidos a tal cantidad de influencias, que al final no se sabe si fue su voluntad la que se expresó libremente o fue su voluntad mediatizada y manipulada por la propaganda y la presión social. Pero, en cualquiera de los dos casos, la voluntad actual de nuestro elector no tiene nada que ver con lo acertado de la escogencia del conductor gubernamental.
Estas consideraciones vienen al caso por la cercanía de un proceso electoral nacional, en el cual los venezolanos escogerán gobernadores, alcaldes y otros funcionarios regionales, quienes serán supuestamente sus delegados y representantes en el enfrentamiento y solución de los problemas existentes y en la construcción de un nuevo modelo de vida social, que tenga mejores condiciones y que rinda mayores beneficios a la población. Y en esta escogencia se pueden equivocar con gran facilidad, pues no conocen la preparación ni la capacidad profesional ni mucho menos la formación de los candidatos. Éstos, además, han sido presentados en tal forma que la decisión es casi un “acto de fe”. Si odio al Presidente, pues éste es Satanás, mi voto tiene que ser de esta manera; si lo amo, porque se trata de Dios, votaré de esta otra forma. Mientras no se avance y profundice en la educación y formación del pueblo, el fanatismo será lo dominante en este tipo de procesos, y las decisiones de fanáticos están siempre muy lejos de ser acertadas.