En diversas oportunidades hemos manifestado que la coyuntura electoral del 23 de noviembre reviste una vital trascendencia para la continuidad y empuje del proceso revolucionario bolivariano venezolano o, en caso contrario, para su involución y aborto, puesto que una gran mayoría de sus actores políticos se han limitado a escudarse tras el liderazgo de Hugo Chávez, repitiendo las clásicas ofertas electorales a las cuales se habituó el pueblo de Venezuela, pero que carecen de ese contenido ideológico revolucionario que debiera exhibir una candidatura de índole revolucionaria y socialista.
Lo anterior no es gratuito. Si observamos con objetividad y detenimiento el desarrollo de la campaña electoral actual (sumado a las anteriores) se percibe de inmediato que la misma se maneja, apelando a las viejas fórmulas populistas y demagógicas utilizadas en el pasado, obviando los cambios producidos durante la última década en el país y tratando de mantener una polarización irracional que no reconoce matices, aun las más sutiles. Esto ha facilitado que los oportunistas de derecha se hayan incrustado y posicionado al frente del actual proceso bolivariano, con la anuencia inconsciente del mismo Presidente Chávez, quien adoptó como propia la campaña electoral de los candidatos de su organización partidista, el PSUV, sin aceptar diferenciaciones y, menos, la existencia de liderazgos regionales consolidados y propios, ajenos a su partido político, lo cual le ha hecho caer en ataques y descalificaciones desconsiderados contra quienes tienen la audacia de proceder de modo distinto a sus dictados.
Así, la trascendencia de este 23 de noviembre se expresa en la necesidad de reconocer la importancia del ejercicio soberano de la democracia participativa y protagónica por parte del pueblo, así como de su madurez política y de su conciencia revolucionaria. No se le puede, en consecuencia, subordinar bajo ningún aspecto a un clientelismo político desfasado y a una praxis que son completamente opuestos a este reconocimiento y, por supuesto, a la conducta y a la convicción de verdaderos revolucionarios, cosa que se acentúa todavía más al obligar a una militancia de base a acatar ciega y dócilmente una línea partidista que carece de la proyección revolucionaria y socialista que debiera abarcar, a fin de darle un nuevo sentido al ejercicio de la política..
La elección de gobernadores, alcaldes y legisladores regionales debería representar, entonces, la ocasión para experimentar mayores cambios en la estructura político-jurídica del país, dándosele a la soberanía popular el lugar que, por derecho, le corresponde y que se mantiene en pugna silenciosa con aquellos que, hasta ahora, la mantienen restringida y tutelada, valiéndose del poder que en ellos se ha delegado. En el caso de los revolucionarios de convicción, estas elecciones deben servir de catapulta para impulsar nuevas formas de lucha y de organización populares con plena autonomía del Estado y de los diferentes partidos políticos que se autocalifican de revolucionarios. Esto último es una meta obligatoria, ya que de ello dependerá en mucho que estas elecciones regionales tengan la transcendencia suficiente para que el proceso revolucionario bolivariano termine de cuajar y se afinque sobre bases firmes que hagan posible el socialismo auténtico en Venezuela.-
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