Un artículo que me envió el buen compatriota y amigo Federico Picado desde Costa Rica despertó en mí una tormenta de recuerdos y sentimientos. Apenas un niño, lo acontecido marcó profundamente mi orgullo de venezolano, mi conciencia de pueblo. El martes 13 de mayo de 1958 llegó de visita a Venezuela el Vicepresidente de los EE.UU., Richard Nixon. Para ese momento la burguesía criolla había secuestrado lo que se llamo “el espíritu del 23 de enero” al introducir al alba en la Junta de Gobierno a Eugenio Mendoza y Blas Lamberti. Eso explica la ansiada visita para los zamuros burgueses y lo repugnante de la presencia del emperador para un pueblo que había soportado la dictadura de Pérez Jiménez al precio de sangre, cárceles y tortura mientras que los intereses de las transnacionales gringas permanecian seguros y sin nervios.
Desde el momento en que el inmenso cadillac negro apareció como un heraldo de muerte dejando la autopista y tomando la Avenida Sucre a la altura de la Plaza Catia la dignidad del pueblo explotó en escupitajos, tomates, huevos y patadas al blindado automóvil. Citaré fragmentos de un discurso del costarricense José Figueres en los EE.UU., en el cual hace referencias a estos escupitajos, “Los pueblos no pueden escupir a una política exterior, que es lo que han querido hacer. Y cuando han agotado todos los medios posibles de convencimiento, el último recurso que les queda es escupir, “…el acto de escupir, vulgar como es, no tiene sustituto en nuestro idioma para expresar determinadas emociones.”
Son las emociones de los pueblos que no encuentran otra manera de expresar su indignación que estas cosas que la gente formal le puede resultar grosería. El pueblo apuesta la sangre, el pueblo pone el tormento, el pueblo va tras sus sueños convertidos en quimera de siglos; campos sin colectas, ríos sin agua, flores sin olor…el pueblo tiene derecho. Por caminar y alzarse hasta el fin de un tiempo deshecho en sombras, empujado por sus muertos, por esas manos agrietadas de tanto apretar los sueños…el pueblo tiene derecho.
Bagdad, Caracas, Santiago, La Habana, Managua, Santo Domingo... el mismo pueblo, las mismas preguntas sin réplicas, los malditos de la espada no encontrarán el descanso, la miserias de sus odios apagarán las estrellas . El pueblo tira zapatos, el pueblo escupe grosero, el pueblo canta la rabia con un corazón tan ancho que le rasga la camisa. Lleva el pecho como un árbol lanzando frutos de furia. Le faltan ojos para ver, saliva para escupir, zapatos para lanzar. El pueblo vaga su sombra, todo es rápido menos su agonía, el pueblo tiene derecho. Si no escupieran los pueblos escupirían las piedras. Un zapatazo, un escupitajo digno contra miles de bombas, millones de muertos, cultura destrozada... la lógica sublime de los pueblos.