Se tienen informes sobre casi todas las formas y maneras en que se manifiesta el cansancio: La mirada conoció el agotamiento en la repetición del color; en esa inmensa soledad donde por más disposición a continuar acompañando a la fina línea que separa el mar del cielo, llega un tiempo en que la oscuridad toma el testigo y ya sólo sabremos del recuerdo de estar dormidos, cuando las primeras luces del día hacen su presentación de gala. Se sabe también que el amor se agota, bien por efecto del exceso de actividad o por ausencia de ella; se molesta la vida y bajo el disfraz de la ausencia se esconde el residuo de la muerte. Se fastidian los adolescentes y los niños, por eso se atreven a ser maduros y algunos a ser ancianos. Se incomoda de tanto acompañarnos aquel que jura compañía. Parece que todo se cansa, todo menos ese grano verde, pequeño, gigantesco y lleno de vida: La esperanza nunca se incomoda, ella se recicla e inventa fuerzas donde sólo existía desgano.
Sea en Buenos Aires, durante las dictaduras del cono sur, o en Madrid, en plena Guerra Civil y posterior dictadura de Franco; sea bajo el manto de la piel negra frente a la arremetida del Ku Klux Klan o ante el pelotón de fusilamiento de la dictadura chilena, ella, la esperanza no se extingue, no conoce el alejamiento y menos aún el desaliento, y no podía ser de otra forma en Palestina hoy. Allá, contenida en el gemido de los hombres torturados en Gaza, en el rostro dolido de los voluntarios de la Media Luna o en las manos que abrazan a niños asesinados, apuntala el dolor y la pena, pero no conoce de dobleces. La esperanza no se pliega y por ello, tras cada pedazo de esa cultura agredida, nos vemos en una mirada que nos observa; que calibra nuestra propia disposición de aguante.
Una mirada que bajo el azote de infinidad de noches bombardeadas, sabiendo lo que es el peso y la profundidad de la injuria, así como la mentira del agresor, está convencida de que escucha la otra mirada, la del ojo hermano que desde algún otro lugar le acompaña en la vigilia. E incluso sin la existencia del otro, esta mirada esperanzada inventa que aquel otro ojo está y es penetrante, profundo y solidario. Por eso en los momentos de mayor bombardeo, el suelo Palestino se estremece con la fuerza que sólo esos muchos ojos venidos desde todos los rincones del mundo producen. Esa es el arma oculta del combatiente Palestino, él sabe que es expresión de esa gran voluntad presta a resistir y confrontar el neo-fascismo implementado por los actuales gobernantes de Israel.
La esperanza aprendió a ser perenne cuando se topó con la intensidad de un paisaje que se niega a reconocer el dolor; panorama donde el sufrimiento tiene peso y color de metal, del herrumbre dejado por el cobre y la oxidación de verjas prestadas al abandono. Esa ilusión incansable que hoy nos observa desde Gaza, comenzó hace mucho tiempo a ejercitarse, quizás desde el inicio mismo de la historia de la humanidad. De seguro ella observó los preparativos del Éxodo, pero los autores de la Biblia le niegan créditos y valía. Es astuta, sagaz y brillante; ese halo de vida que también se paseó por Auschwitz de donde salió atormentada, acorralada por la intensidad de los temores y la pesadez del desconcierto, pero hinchada de sí, cargada de una gran confianza en la posibilidad de un mundo de todos y para todos.
Difícil será, por no decir imposible, la reconstrucción de Gaza, su arquitectura y costumbres, así como el acceso a la normalidad propia y necesaria para el desenvolvimiento de toda sociedad. Arduo trabajo para sus habitantes, pues entre otros castigos, los sionistas le dejarán sembradas las escuelas, calles, esquinas, parques, poblados y ciudades de horribles recuerdos, de crueldades y abusos, de bombas que no explotarán a la espera de las juguetonas manos de un niño que todavía no ha nacido y la inesperada aparición de restos humanos bajo el techo de una novedosa construcción. Ya se conocerán las historias de niños y niñas vendidas, traficadas, que luego de varios años serán sometidos a largos procesos de terapia. Sin embargo, si ya antes de la Primera Guerra Mundial existieron sectores contrarios a la violencia y luego de la Segunda y de la guerra de Vietnam este sentimiento aumentó, no hay duda de que esa mirada escurridiza que desde algún lugar nos observa, es nuestro propio mirar confiado en un futuro mejor para todos los pueblos de la tierra y sobre todo para el pueblo Palestino. Tal vez no se reconstruyan de inmediato centros culturales para guardar la memoria histórica de ese pueblo, manuales y enciclopedias referidas a sus costumbres y valores; sin embargo, en esas conversaciones fortuitas que algunos mantienen con hombres y mujeres de ese país torturado, se tiene la convicción de que esa memoria histórica no se perderá, que ahora más que nunca esos seres sabrán más sobre sí mismos de lo que sabían antes, que revalorizaran términos como traidor, cobarde, héroe, consecuente, que crecerá, crecerá tanto como para enseñarnos que detrás de las explosiones de bombas y cohetes no todos los chispazos son iguales, que a veces un chispazo mayor perdura tras la explosión y entonces se verifica la presencia de la esperanza.
Ahora las naciones de la tierra saben que además de cuidar y ocultar sus fortunas materiales, también deben esconder y cuidar sus riquezas intelectuales, culturales, espirituales. Y no es porque el moderno invasor las requiera para su deleite y aprendizaje. Todo lo contrario, es que a este novedoso monstruo, al Fascismo Israelí, le desagrada todo lo sublime, hermoso y profundo que exprese el espíritu de los pueblos, de la diversidad humana. Ese odio hacia la humanidad, casi de carácter ancestral, desconocen que un arco-iris de miradas, de ojos aprendiendo a ver la vida, de infantes Palestino, están aprendiendo que más allá de cualquier espíritu de venganza esta la fuerza del amor y la solidaridad. ¡Vence Palestina, hermosa mujer, aliento y esperanza de un mundo mejor!
¡Solo el pueblo salva al pueblo!
Frente Antifascista de Venezuela