Le conocí en Maturín, al encontrarnos por simple casualidad en un modesto cafetín compartiendo una pequeña mesa. Ambos éramos bastantes jóvenes y quizás por eso, entablamos una conversación que, por lo interesante e ilustrativa, se prolongó por largo tiempo, sin que uno u otro mostrásemos signos de impaciencia.
Al enterarme que era palestino, como estudiante de mi generación, muy dado a interesarme por lo que sucedía en ese lado del mundo, empecé a interrogarle con insistencia, tanto que pude haberle incomodado y hasta provocado en él una reacción inamistosa. Pero nada de aquello sucedió, por el contrario, como dice la gente de mi pueblo, en aquel momento "parecieron juntarse el hambre y la necesidad".
Mi amigo, lo es desde aquel momento grato, pese a lo triste de la historia e inesperado, contestaba mis preguntas sin rebuscamientos ni limitaciones. Eso si, con la parsimonia de un ser humano muy equilibrado, sensato, maduro y muy pacífico. Estaba feliz de encontrar, en la Venezuela y en aquella ciudad oriental, de los inicios de la década del sesenta, a un joven que escuchase la tragedia a la que estaba sometido su pueblo y las injusticias de las que él mismo había sido víctima. Hasta ahora, cuando ya ha sumado unos cuantos años, nunca ha sido terrorista, asesino ni victimario de persona alguna. Es un personaje bondadoso que ha vivido con mucha dignidad y de manera ejemplar.
Para no extendernos demasiado, basta con dejar constancia que mi amigo palestino y su familia, fueron echados de su casa, que fue de sus bisabuelos que él recuerde y de su tierra de nacimiento y crianza, por el invasor del estado de Israel. Apenas les permitieron cargar con unas pocas cosas de uso personal, como cuando los nazis se llevaban a los judíos a tenebrosos campos de concentración. Años más tarde, en uno de esos momentos de sensatez volvió y no pudo visitar aquella vivienda, pese a que solicitó permiso para ello, sólo impulsado por los bellos recuerdos. Le robaron no solamente su propiedad, algo que mucha gente tiene como un principio sagrado, sino la patria, recuerdos y vivencias infantiles. Las lagrimas, corriendo por su rostro sereno, daban fe de su dolor e incomprensión por tanta crueldad. Y no era un combatiente, por tanto no portaba armamento militar, ni siquiera improvisó un discurso y menos dejó ver su rabia, cuando los invasores les echaron.
Y aún así le corrieron de su casa y su país, junto a la familia que exhibió la misma mansedumbre.
En estos días, en alguna parte de Caracas, debe estar dolido por lo que pasa en su pueblo. Por saber que las habituales bombas que caen sobre niños y ancianos palestinos, desde días atrás lo hacen en racimos y sin pausa ni misericordia alguna. Y lo que ellas no destruyen o matan, lo hacen los tanques y las fuerzas de infantería que las calles recorren tras las víctimas. No se trata de una nueva guerra o agresión, sino la misma que se ha intensificado. Hospitales y hasta escuelas, con inocentes adentros, no paran la furia y el odio desatados. Los guerreristas ni a la ONU respetan.
Pareciera la misma historia de cuando los nazis de la Alemania hitleriana, se solazaban atropellando hasta el holocausto a los judíos. ¡De nuevo el holocausto! Y lo que asombra, es que el estado de Israel, se justifica en el combate al terrorismo. ¡Cachicamo llamando a morrocoy conchúo! Decir que eso es cinismo, es como quedarse en el aire.
Mientras eso sucede allá en la franja de Gaza, y un alto prelado de la iglesia católica europea, calificó a ese territorio como el mayor campo de concentración del mundo, acá en Caracas, a Monseñor Ubaldo Quintana, como vocero de la Conferencia Episcopal Venezolana, apenas se le ocurre, abogar para que las partes en conflicto – léase bien, las partes en conflicto, una sutil manera de evitar condenar al agresor- encuentren soluciones justas, pacíficas y estables". Y agrega estar muy preocupados "por las muertes que se han producido, sobre todo en el campo palestino"; no puede haber más sutil hipocresía y maestría toreril. O para decirlo en lenguaje coloquial, es una joya, en eso de sacar el trasero.
Pero cuando de Nixon Moreno se trata, el obispo no se anda por las ramas, ni le tiemblan las piernas. No hay gambetas futbolísticas, pases elegantes de maestros del toreo ni delicadeza diplomática. En eso impera el rudo y balurdo proceder de monseñor Luckert. Pese al estado del refugiado en la Nunciatura Apostólica, de sujeto a averiguación penal por presuntos delitos cometidos calificados como graves, frente a los cuales no se puede pedir tratamiento de políticos, insiste en hacerlo como si ese fuese el caso. Y lo que es peor, de paso se queja que en Venezuela estamos "sufriendo por la inseguridad y porque todos podemos ser agredidos, robados, asaltados y secuestrados…"
Entonces, ¿en qué quedamos?
¿No es mejor, más humana, sincera, generosa, la espontaneidad de Chávez, sus reacciones en veces no estudiadas, que esa sibilina y reptil forma de hacer y expresarse muchos de sus críticos?