El papel del Estado y de la lucha por derechos en el Capitalismo Neoliberal

Vamos a comenzar este análisis de la supuesta “crisis del capitalismo” sin anclar los conceptos en una avalancha de números. Finalmente, detrás del volumen inmenso de recursos que se robó -y sí, la palabra correcta es robar- existe un sistema de ideas operando sobre un conjunto de reglas informales y formales. Cualquier trabajador que encara ocho horas por día de jornada, más una hora de ida y otra de vuelta del puesto de trabajo, se escandalizaría con la base moral del capital, y en especial del capital financiero. Todo pensamiento de izquierda concuerda que existe una apropiación de la fuerza de trabajo. El sistema salarial es eso en esencia. Esta idea atraviesa la historia de las luchas clasistas, y en esto estamos de acuerdo todos, tanto los reformistas clásicos, las variaciones de marxismo economicista, los marxistas heterodoxos y el conjunto de las corrientes y propuestas anarquistas.


Lo que la mayoría de las otras ideologías de izquierda no entiende, o no concuerda con el punto de vista libertario, es el papel del Estado en el neoliberalismo. Sí, tenemos acuerdo en que el ente estatal existe como un reflejo de una conformación de clases dominantes sumada con elites dirigentes. Pero, en la etapa llamada neoliberal, iniciada con la dictadura de Pinochet en Chile (1973), con la victoria electoral de Margaret Thatcher en Inglaterra (1979) y de Ronald Reagan en los EUA (1980), el papel del Estado cambió. Hoy ya no existe sociedad occidental sin la lucha y la defensa de derechos. El derecho está por encima de la ley y es fruto de conquistas de la lucha de los pueblos. En cualquier sociedad que no sea socialista libertaria, tendremos que organizarnos para garantizar y avanzar en los derechos a través de la dura pelea. Su reglamentación legal es consecuencia de la correlación de fuerzas de la clase oprimida y del pueblo en lucha. La larga marcha por derechos expandió la idea de democracia, sobrepasando los límites de la democracia burguesa y de mercado.


Hoy el Poder Político está más allá de un comité de garantía de los privilegios de las clases dominantes. Infelizmente decimos eso, porque en el Estado mínimo del liberalismo del siglo XIX y hasta la década de 1930, “la cuestión social era un caso de policía”. El reflejo de esa opresión de las masas trabajadoras, sin haber casi derecho alguno viviendo “en democracia”, llevó a una escalada de lucha de clases nunca antes vista en la historia del occidente. Después de la Crisis de 1929 y la 2ª Guerra Mundial, hubo una nueva concertación de las economías capitalistas. No podemos olvidarnos de que había organización de clase, intencionalidad de ruptura y una serie de países que vivían bajo el Capitalismo de Estado (Bloque Soviético, China y sus disidencias). En América Latina, pensar en revolución social era algo visible. La bipolaridad (Guerra Fría), las luchas sociales en el capitalismo de posguerra y el riesgo de revolución en los países del sur de Europa, obligan al pacto de garantía de derechos a los “ciudadanos” de occidente.


El neoliberalismo es, en suma, la derrota de estos derechos mínimos. Su justificación es una creencia absurda en conceptos fantasiosos como “auto regulación de los agentes económicos”, “libertad de emprender sin límite”, “expansión de las potencialidades individuales” y una “acumulación de riquezas materiales e inmateriales sin fin”. ¿Dónde estaba la riqueza acumulada en el Occidente capitalista? No había país alguno viviendo de forma socialista y libertaria, por lo tanto, no había economía sin intervención estatal. La creencia de los llamados desarrollistas, de los defensores del Estado de Bienestar social -pacto de clases que contó con el apoyo de los socialistas reformistas y de todos los partidos comunistas de línea soviética- era en la regulación social a través del Estado. La creencia de la izquierda no-revolucionaria era la composición de fuerzas mediante la ocupación de cargos y vacantes en el poder político burgués para incidir sobre esta regulación. Hoy nos encontramos en gran medida en esta posición defensiva porque tenemos que defender los derechos del pueblo, conquistados durante la posguerra hasta la década de 1980.


La reacción dentro del capitalismo triunfa primero con la victoria de los economistas formados por Milton Friedman en la Universidad de Chicago, aliados a los militares golpistas de Pinochet y con el apoyo directo de la CIA y del Departamento de Estado, sumado a la interferencias de transnacionales como la AT&T. Mientras se torturaba en el Estadio Nacional y desaparecían militantes en tumbas clandestinas a los pies de los Andes, los alumnos de Friedman, conocidos en Chile como “pirañas devoradoras", elevaban el desempleo, destruían el sistema de seguridad social y acababan con el poder de compraventa de los salarios. Todo eso se dio ocupando puestos-clave en el Estado burgués bajo dictadura. O sea, ocupando el Poder Político para garantizar un sistema de creencias. Por el rigor de la “economía” como sistema de cambios, servicios y planificación, el método neoliberal es inviable.


El neoliberalismo lleva al caos social, lo que no significa revolución social. Éste es otro concepto que los economicistas no entienden porque su sistema de ideas no lo permite. Ningún sistema de dominación se autodestruye, ni gobierno alguno cae de podrido. Un sistema tiene que ser destruido y sustituido por otro. Un gobierno se derrumba, modificando el derecho de mando y las instituciones para ejercer este derecho. Por eso es por lo que no existe crisis capitalista: porque el capitalismo genera sus crisis, y cada crisis que genera, en vez de autodestruirse, sale aún más fortalecido. Por eso es imposible pensar en revolución social a través del Estado Capitalista.


Porque este ente, por más complejo que sea, por más que garantice algunos intereses públicos, es instrumento de dominación y no puede ser reconvertido. Para asegurar los derechos de las mayorías y modificar el campo de las relaciones económicas es necesario un Poder Político que emane del pueblo: el Poder Popular. Para ejercer este poder de forma que amplíe la democracia a su límite, garantizando que las decisiones estratégicas de una sociedad pasen por amplio debate y deliberación universal, es preciso crear reglas e instituciones sociales de participación popular. No hay democracia centralista, así como no hubo gestión obrera en la antigua URSS si la clase trabajadora vivía bajo un régimen de producción fordista.


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Bruno Lima Rocha

Politólogo, periodista y profesor de relaciones internacionales

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