EL SUICIDIO POLÍTICO DE ORTEGA


Solemos imaginarnos Ortega todas las mañanas, mirándose en un juego de espejos magnificadores, sosteniendo la engañifa –inspirada en el fervor fetichista de la desahuciada invencibilidad adeca- de que en sus manos está hacer el último out para decidir el campeonato de la Serie Mundial de la política venezolana.

Después de engullir las arepas de un desayuno volandero, suponemos también que Ortega debe atender ritualmente el vaho pegajoso a sarcófago de la acostumbrada llamada tempranera de Carlos Andrés Pérezvas a ser el protagonista de esta etapa.


Quien tenga la oportunidad de ver y escuchar a Ortega a través de la televisión, podrá deducir por el tono de su voz que el sindicalista tiene el pleno convencimiento de que es la propia línea del universo o, como diría su compañero de partido Humberto Celli, que es la línea nacional de la Gaceta Hípica.

Presumimos que debe ser así, pues la crónica audiovisual sólo transmite la imagen del talante de perdonavidas y la cara de ultimátum de Ortega.



Confesamos que personalmente Ortega al principio nos engañó, ya que lo confundimos con la deleitable Sirenita de Walt Disney. Creíamos que, por una falla técnica de nuestro Sony Trinitron pantalla plana, recibíamos el espectro deformado de su persona. Por tanto, sacamos el televisor del cuarto y lo colocamos en la sala, cerca de los cuadros de famosos pintores venezolanos, pero -a pesar de las buenas compañías- Ortega insistía con su tono tosco y visceral.


Para mejorar la recepción de la señal, acto seguido llevamos el pesado aparato a la cocina y, con mucha fe, pusimos sobre el televisor unas estampitas de José Gregorio Hernández y el Negro Antonio. Sin embargo, Ortega persistía con su inquina, su tono gruñón, su perorata bravucona y su envoltura inmaculadamente imperfecta de jefe civil gomecista.

Después de pasear el televisor por toda la casa, quedamos persuadidos de que la distorsión técnica no es del aparato sino de Ortega. Por consiguiente, le preguntamos al caporal de la CTV: ¿dónde están sus lecturas, su escolaridad, su prueba de aptitud académica aprobada, los callos de los dedos de sus manos producidos por escribir sus discursos?

Ortega, ¿dónde están sus unidades créditos aprobadas, sus desvelos y sus fatigas buscando el conocimiento, sus horas navegadas en la Internet? Díganos, Ortega, ¿dónde está el 60 por ciento de las actas de las elecciones de CTV que usted aún no ha consignado ante el Consejo Nacional Electoral?


Se da cuenta, Ortega, que usted es puro gargüero, pues está más fallo que el muchacho del pan. Como dirían los inventores de la plancha de zinc y la Pega Loca, usted lo que muestra con sus ideas facilonas es pura tronera en el techo, igualito que Antonio Ríos, César Gil y Eleazar Pinto.

No es mi responsabilidad decirle, pero lo alego, que usted, Ortega, jugándose el topo a todo como un tirador de paradas, utiliza a la CTV como base de su posible despegue personal y de Acción Democrática hacia Miraflores.

Piénselo bien Ortega, su suicidio político va a dejar a CAP sin el último hijo putativo que le queda en su idea fija de querer obtener otra vez el poder en Venezuela.





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Vidal Chávez López


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