El correo electrónico le permite a un articulista hacerle seguimiento a la forma cómo sus lectores reciben lo que escribe. Es una especie de encuesta particular, empírica, pero absolutamente válida.
Después de las líneas que el domingo pasado dediqué al Presidente, en las que expresé una opinión sobre excesos que comete el mandatario, así como las fallas por donde pienso que se pueden perder los caminos de la revolución, mi correo electrónico arrojó un cien por ciento de opiniones coincidentes. La reacción no me produjo sorpresa: ya había escuchado con demasiada frecuencia en círculos cercanos, a amigos, colegas y a muchos dirigentes chavistas, de cuya condición revolucionaria nadie duda, similares quejas. Son los lamentos que se arrastran y no se expresan, por amor, por lealtad, por temor y hasta por la aprehensión de ser considerado contrarrevolucionario.
Pero, como desalientos al fin, están allí, peligrosamente latentes. Yo sólo me permití exponerlos públicamente.
Alguien que no conozco le dedicó una página completa a mi artículo en el diario Vea. No me aludió directamente, pero me enseñó el tramojo. "Resbalones en la crítica" llamó el señor a "las voces incoherentes que se complacen en encontrarle una hilachita descolgada al ruedo del pantalón". Según él, "variados contenidos de clara definición pequeño burguesa, que subyacen en nuestra agitada conciencia, suelen irrumpir sin preaviso, obnubilando frecuentemente los mejores paisajes esclarecidos. Así sucede que, de repente, perdemos de vista los verdaderos intereses que se supone estamos defendiendo y nos colocamos en el lado equivocado, sin darnos cuenta". Cometo la inmodestia de tomar para mí la crítica expuesta en ese escrito y declaro, además, que jamás me había hecho merecedora de tan elaborada prosa.
Me faltó decir en el artículo anterior que al líder indiscutible de este proceso no sólo lo daña su propio ego, sino que esos servidores genuflexos, acríticos, que se rasgan las vestiduras incondicionalmente por él, terminan siendo sus más peligrosos aliados, mucho más que los que pecamos de decir las cosas sin bozal. Las traiciones no suelen provenir de la franqueza.
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