El 27 de febrero de 1989 me encontraba en la población de Guasdualito en el estado Apure, trabajando en la Reserva Forestal de Caparo. En el día me mantenía en la reserva y en la noche me trasladaba por el rio Sanare en una lanchita para quedarme en un hotel en el pueblo. Al llegar, ya caída la tarde, me extraño que en el embarcadero denominado “El Gamero” había presencia militar mas de la acostumbrada, ya que por ser una zona limítrofe y cercana a la población de El Amparo, donde hubo la famosa masacre de pescadores, que fue disfrazada como un enfrentamiento con la guerrilla, siempre habían militares, pero ese 27 de febrero el número de efectivos era superior. Al llegar al hotel, nos enteramos de lo que estaba sucediendo en el centro de nuestra patria y en otros lugares de Venezuela. Pero la versión difundida por los medios y voceros del gobierno de Carlos Andrés Pérez, distaba mucho de la cruel y triste realidad.
Hoy, transcurrido 20 años y aún desconociendo la real magnitud de la masacre de un pueblo desvalido que se rebeló contra un gobierno y un estado criminal, aún persiste el amparo de la impunidad que protege a los asesinos que hicieron estas ejecuciones dentro de lo que se llamó la “democracia mas sólida, estable y representativa” de Latinoamérica. Este año y este mes glorioso de febrero se cumplieron 20 años del 27-F. 17 del 4-F y 10 años de la llegada del Gobierno Bolivariano presidido por el Comandante Chávez y todos estos acontecimientos no son solamente para celebrar o conmemorarlos, es para reflexionar la actual realidad con las pasadas situaciones.
El pueblo que sobrevivió al Caracazo, es el mismo pueblo que defendió con su vida y sin armas el proceso popular bolivariano y democrático el 13 de abril de 2002 y rescató no solo a Chávez, rescató de nuevo su dignidad con valentía. Ese día, el pueblo les dijo a los militares golpistas que ya sabía defenderse y ese día los militares republicanos comprendieron de que lado deberían estar, por si las dudas. Esta diferencia de la conducta de nuestro pueblo y las fuerzas armadas, se traduce en el comportamiento de ambos tanto en el 27-F de 1989, como en el 13 de abril de 2002.
En el primer caso, cuando el pueblo salió a buscar comida porque se morían de hambre fueron torturados y asesinados por los que detentaban las armas de la república y que deberían ser utilizadas para combatir a los enemigos externos e internos de nuestro país y nuestro pueblo. En cambio, en el segundo caso, cuando nuestro pueblo bajó y salió a luchar hasta la muerte por su gobierno y su presidente, no hubo muertos, porque sus fuerzas armadas en su gran mayoría estaban del lado de su origen, del pueblo de donde emergieron y juraron defender.
¿A qué se debe este cambio de conducta? Lo común era que los militares latinoamericanos y en especial los venezolanos fueran serviles de la derecha o comulgaban con ella. Las armas no eran para la defensa del territorio de sus enemigos, sino para mantener al gobierno fascista de turno a costa de la sangre del pueblo amedrentado. El pueblo veía en un uniformado no a su protector, sino a su represor y en muchos casos sus asesinos. Los mandos militares del generalato y el almirantazgo nacional estaban en manos de individuos con marcada acción discriminatoria racial hacia el pueblo y su tropa reclutada. Tristes y miserables ejemplos de estos apátridas militares: Italo del Valle Alliegro ministro de la defensa de Carlos Andrés de ese nefasto 27 de febrero de 1989 y mas recientemente la cúpula militar golpista del 11 de abril de 2002.
Entonces ¿Qué pasó? Pasó que la joven oficialidad venida de los pueblos, de la provincia, de donde han venido los que habitan en los cerros caraqueños al ver manchado los uniformes de sangre de pueblo reaccionó, pero de manera furtiva y paciente fue gestando su histórico papel que tuvo su emblemático y operativo día el 4 de febrero de 1992., rompiendo aquella colonial costumbre de que la milicia no se junta con el pueblo o los denominados despectivamente “civiles”, ya que esta palabra en vez de tener una connotación de civilidad, era tomada como de inferioridad. De esa camada surge un soldado del pueblo, que con nacionalismo socialista bolivariano, rompió los esquemas dogmáticos y paradigmáticos existentes hasta ese momento. Chávez quebró las murallas cuartelarías para que soldados y civiles se tocaran y se juntaran porque todos eran pueblo y como tal, sus ansias, alegrías, tristezas, eran las mismas. Ahora, nosotros los civiles vemos a nuestros soldados como la vanguardia defensiva en contra de nuestros enemigos comunes, los vemos como: son humanos. Los vemos no solo en los cuarteles con cara de tedio o agresividad, los vemos entre nosotros alegres y participativos en nuestros tiempos de paz, pero preparados para la confrontación en contra de los enemigos de la patria.
Esta generación, salvando la distancia de nuestros libertadores en la gesta patria del siglo 19, está viviendo tiempos históricos. Socialistas, de derecha, católicos, cristianos evangélicos, musulmanes, partidarios o no del gobierno, todos compatriotas estamos viviendo tiempos de cambios, tiempos únicos. Los que adversan a Chávez y los que participamos con su ideal y nos enrumbamos a través de su guiatura, compartimos un proceso inédito, cada quien por su derrotero. Todo el pueblo participa, todos tenemos voz, tenemos más visión y un aguzado oído, que nos permite ser protagonistas y no mirones de palo. Hasta los contrarios al proceso bolivarianos, tienen mas oportunidades de participar gracias a que se rompió la hegemonía dictatorial de los partidos de derecha, que se rifaban el destino de Venezuela forjando actas, sin importarle las personas que madrugaron y salieron a votar, ni mucho menos la opinión de las minorías.
Y finalmente, la gran mayoría de los venezolanos que hemos tenido la oportunidad de compartir con el Comandante Chávez, aunque sea un instante y ver a ese hombre que ha causado polémica y admiración mundial, vemos a un hombre que no deja la calle y el contacto con su pueblo. Pueblo, que ahora no solo es venezolano, es latinoamericano, árabe, africano, europeo y hasta norteamericano. Los que critican al Presidente Chávez por tener un estilo enérgico, febril y confrontador, son los mismos que nunca criticaron a un beodo y a otro que se dormía mientras sus hijos y colaboradores hacían de la suya cuando fueron presidentes. Pero, en fin 20 años, 17 años, 10 años y todos en febrero. Lo que queda es hacer justicia por los que dieron todo y ya no están entre nosotros, para que hoy disfrutemos de una abundante democracia. Los recuerdos no sólo son para tenerlos presentes de manera simbólica, es para darles vida, porque estos recuerdos de febrero no deben morir nunca.
Ing. Carlos J. Contreras C.
cajucont@hotmail.com