Antes de abordar el tema quisiéramos dejar en claro el profundo respeto que sentimos por la opinión política y la imagen del exvicepresidente José Vicente Rangel. Hacemos la aclaratoria para evitar que “pescadores de río revuelto” le den a esta nota una interpretación diferente a lo que en ella afirmamos.
Siempre hemos sabido de la profunda convicción democrática de José Vicente y su capacidad para impulsar el dialogo como herramienta que minimiza las diferencias políticas.
Que él llame al dialogo no nos sorprende en absoluto, pero en esta oportunidad creemos que está equivocado en su planteamiento.
El problema es que José Vicente con su constante llamado al dialogo, no parece entender que con la oposición venezolana no hay dialogo posible. No puede haber dialogo con quien se sentará en una mesa a conversar esperando una oportunidad para darle una puñalada a su interlocutor. Allí está la experiencia del 2002 como ejemplo de lo que afirmamos. Podríamos hacer un ejercicio de candidez e imaginaros que la oposición ha cambiado y que ya no intentarán asesinar al presidente, ni sabotear las misiones, ni desacreditar las instituciones; pero aún así ¿sobre qué dialogaríamos?
Cualquier dialogo que promueva o acepte el gobierno debe sostenerse sobre la base del bienestar del país. Ese principio es irrenunciable y es allí donde precisamente el dialogo se hace inviable. Hay un abismo insalvable entre la forma como los revolucionarios y la
oposición entendemos y promovemos lo que beneficia al país. ¿Acaso para bien de todos los venezolanos la oposición estaría dispuesta a dejar de lado la campaña internacional con la que pretenden convertirnos en un Estado forajido. ¿Impulsarían la ley de tierras para acabar con el latifundio? ¿Dejarían de usar la especulación y el acaparamiento de alimentos como estrategia política? ¿Impulsarían las misiones en contra de la privatización de la salud y la educación? Que se responda a sí mismo el camarada José Vicente.
Por otro lado, para dialogar se necesita un interlocutor dispuesto a respetar y hacer respetar lo acordado; alguien que represente verdaderamente al colectivo con el cual se quiere llegar a acuerdos mínimos.
¿Quién desempeña ese papel en la oposición? Si no pueden ponerse de acuerdo en sus estrategias contra el gobierno ¿cómo van a hacer para encontrar puntos de coincidencia con un líder, una ideología y un gobierno al que odian visceralmente? ¿Cómo llegar a acuerdos con una oposición que alberga en su seno a grupos como Bandera Roja, Acción Democrática, Primero Justicia, la Conferencia Episcopal y Fedecámaras, y hombres como Alberto Federico Ravel, Marciel Granier, cabeza motor, Manuel Rosales y John Goicochea? ¿Con base a las ideas de quién vamos a dialogar?
Hay que hacer un esfuerzo por llegar a acuerdos sobre la forma que habrán de resolverse los grandes problemas de la sociedad venezolana, seguramente pensará el exvicepresidente; pero qué pueden aportar, por ejemplo en la lucha contra la delincuencia, quienes nada hicieron por más de cuarenta años y quienes nada han hecho donde son o han sido gobierno
(léase Zulia, Miranda, Sucre, etc.). Probablemente, en señal de buena voluntad, dejarían de manipular las cifras de muertos o se limitarían a no publicarlas como hacían en la
cuarta, pero ¿resuelve eso el problema de fondo? Por último, la derecha venezolana siempre ha interpretado los pactos de gobernabilidad como acuerdos para compartir el poder, por lo que seguramente sus lideres estarían dispuestos a conversar en torno a ello.
Bonito el dialogo que nos lleve siquiera a considerar la idea de que Teodoro pueda ser Ministro de Planificación, Baduel de Defensa, Ledezma de Relaciones Interiores, Milos Alcalay de Relaciones Exteriores y Leopoldo Castillo de la secretaría.