La inconclusión nos define. Mariposas efímeras, la eternidad nos fijaría con el alfiler de la exhaustividad o la repetición. La brevedad de la vida nos obliga a ser apenas gesto o sugerencia. La obra perenne sigue creciendo en la imaginación de quien la lee.
Consciente de ello, Aníbal Nazoa prefirió calificar de Incompleta una de las más importantes de sus obras. Extraña elección para quien, a la chita callando, completó la más integral enciclopedia sobre las grandezas y las miserias de la venezolanidad.
Deleite del creador es vivir. Penitencia del artista es disponer de una sola vida para animar tantos seres. Venganza del narrador es vivir mil vidas a través de sus personajes. Por más que te tongonees siempre se te ve el bojote, reza el dicho popular. Por más que el autor se disfrace, continuamente se lo reconoce tras la diversidad proteica de sus criaturas. Como Hokusai, que amenazó con hacerse infinito a través de las prolijas multitudes que dibujó en sus libros de Manga, Aníbal se multiplica mediante la profusión de tipos que esboza en sus millares de artículos.
Guiño secreto del creador es revelar para el buen entendedor la clave secreta de su trabajo. La semilla del cosmos de Aníbal germina en dos de sus libros, Las artes y los oficios y Obras Incompletas.
En ellos plantea Aníbal el siempre renovado enigma de la multiplicidad del universo. Clama Rousseau que los hombres han nacido libres, y verifica que en todas partes están en cadenas. Postula El Negrito del Batey que el trabajo lo hizo Dios como castigo, y denuncia Aníbal Nazoa que la alienación no adviene cuando el hombre domina un oficio, sino cuando el oficio domina al hombre.
Difícilmente habrá libro más marxista que Las artes y los oficios, esa risueña explicación de la superestructura de la personalidad o de la máscara por la infraestructura del oficio que se desempeña en las relaciones de producción. Balzac usó la taxonomía de Buffon para explicar que así como cada animal ocupa un nicho en la naturaleza, cada ser humano se sitúa en un oficio que define sus relaciones con la sociedad.
Reitera Aníbal que el Ser determina la Conciencia.
Todos los hombres son creados iguales y los diversifican los oficios. La palabra es una, y la diferencian las ramas de los géneros literarios. No es entonces casual que los dos libros más orgánicos y organizados de Aníbal versen sobre los oficios y sobre los géneros literarios. Un oficio es una escritura. Cada profesión erige su propio lenguaje, no para comunicarse, sino para incomunicarse y para espantar al lego.
Como el caballero andante que en los romances sólo descubría su rostro al final del torneo, en la palestra literaria revela su presencia un nuevo personaje, el lenguaje, hombre invisible que constituía en realidad la literatura, y del cual los personajes eran sólo las máscaras mudables.
No hay un lenguaje, como no hay un dios.
Existen los seres humanos, y hay tantos discursos como ellos. La multiplicidad de los géneros replica la pluralidad maravillosa de los seres.
Las verdaderas creaciones de la literatura son los géneros. Dicen los encasillados que no basta una vida para dominar uno de ellos. Aníbal, que los dominó todos, vivió entonces todas las vidas del imaginario.
Es enteramente intencional entonces que Aníbal nos haya legado tanto el catálogo de los hombres como el inventario de las obras. Así como cada profesión obliga a manierismos, rituales, vestimentas, cada género impone fórmulas, estrategias, recetas. Todos los hombres han nacido libres y sus trabajos los esclavizan. Todas las literaturas son propuestas de libertad y las preceptivas las encarcelan.
Un género se establece cuando un fondo encuentra su relación óptima con la forma. Un género agoniza cuando la ausencia de fondo encuentra la peor relación posible con la fórmula. Un género es una estrategia. El lenguaje del misterio es poder. La autoridad anida en el secreto. La gramática es la jerarquía. La sintaxis es la mafia. El discurso es autorevelación o autopromoción. El repertorio de las alienaciones del ser humano es el de los extravíos de su escritura.
Sólo la Revolución salva al hombre de sus alienaciones; sólo la parodia libera al lenguaje de sus artificios. Toda obra maestra cimera es una parodia. Gargantúa y Pantagruel, Don Quijote, Ulises, son burlas que destruyen a sus modelos superándolos. El humor es el discurso que no toma en serio, la parodia el discurso que no se toma en serio. La solución a la tragedia de la vida es el relámpago del humor que la transmuta en comedia; el esclarecimiento de la tiniebla de los lenguajes es la chispa de la parodia que los revela como disfraces.
El prólogo es el más peligroso de los géneros, por su rastrera intención de convertir en plato principal lo que no debe pasar de aperitivo. Así como el título intenta resumir el libro, trata el prólogo de suplantarlo.
Ambas tentaciones nos están vedadas, porque no hay gracia superior a aquella con la cual nos abre Aníbal la puerta de los géneros, ni lucidez equiparable a la diafanidad conque revela las preceptivas y reglas generativas que separan o acercan la telenovela y el ensayo filosófico, las memorias y el poema hermético, la novela policíaca y el manual de instrucciones.
Al igual que las civilizaciones o las vidas, algunos géneros desaparecen, como la literatura médica impresa en papel biblia que acompañaba los remedios, hoy sustituida en el envase por una seca Posología que sólo ordena: "Consulte al facultativo". Otros aparecen y los reemplazan, como la catarata de tratados de Autoayuda y de Feng Shui. Y otros por efímeros son eternos, como el discurso de circunstancias.
Nos fastidian los aburridos con recetarios sobre lo que debemos hacer. Nos regala Aníbal un oráculo sobre cómo no debemos vivir ni escribir.
Los oficios y los géneros son la pesadilla de la cual sólo puede despertarnos la Utopía. Para el mar de los sueños nos ha legado su brújula y su barco de papel Aníbal Nazoa.
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